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Afuera hacía frío. Volví a entrar y ahí estaba. Sobre el sillón. La luz le daba de costado como un puntero y su sombra se proyectaba sobre Timmo, el gato. Nunca me detuve a verla realmente. Siempre la usé, a mi conveniencia… cuando la necesitaba. Y hoy lo noto, ahora que vuelvo a buscarla. ¡Ah, es tan hermosa! Y los recuerdos que tengo… su textura me eriza la piel. Y su olor… ¡podría transformarla en un incienso!
Pero ella nunca dice nada, no habla. Tampoco me mira. Es sólo que está ahí y no puedo simplemente ignorarla. Después de todo, es la única que me acompaña al bar. Cuando está conmigo todo es cálido. Es rayada, pero para nada pesada, ¡no! Y me podrán decir contra racista, porque sólo se le dice racista a los que odian a los negros. ¿Pero qué hay de los blanco leche? Y ella es negra. ¡Sí señor, toda negra! Y es… ¡bah! No me bastan las palabras para describirla… Y así funciona: salgo con ella y vuelvo con ella. Ese es el trato. Podemos separarnos un rato, pero siempre vuelve a mis manos o voy a buscarla. Hasta Timmo sabe que es peculiar nuestra relación, pero ¿qué va a decir él si es un gato? ¡Ja! ¡Los gatos no hablan! ¡Ni que estuviera tan loco! Esos sí que están locos, los que hablan con sus mascotas. ¿O no? ¿Eh? ¿Ven? No habla, no dice nada. ¿Quién necesita de las palabras cuando ya sabés tu destino? Cuando ya sabés de dónde venís y hacia dónde vas… Nadie. Yo tampoco le exijo mucho. Está bien así como estamos. Es una pareja perfecta. Para los que se quejan… por lo menos no estoy sólo como Timmo. ¡Qué gato de mierda! El nombre es una mierda. ¿Quién se lo habrá puesto? ¿Y para qué si son todos iguales? Ah, pero nadie le pone nombre a sus prendas. Yo sí, ella se llama Teresita. La negra Teresita. Siempre te voy a adorar. Tengo que agradecerte porque por lo menos tengo algo para usar.