“La maternidad debe ser para la mujer, una elección y no una fatalidad biológica”
Liliana Heker, la realidad, la ficción y las búsquedas y secretos detrás de su obra.
Liliana Heker pasó por la Feria del Libro de Mar del Plata.
por Claudia Roldós
La libertad en cuerpo y mente, el ser -el saber ser- sola y no en función de un otro, la rebelación contra los roles socialmente preestablecidos para las mujeres, en una época en la que pocas se animaban a romper con los mandatos, son temas que preocupan -y ocupan- a Liliana Heker desde muy joven.
No tenía aún 20 años cuando ya participaba, como redactora, de las reuniones de escritores y de trabajo de la mítica revista literaria El Escarabajo de Oro. Eran los 60 y escuchaba, aprendía, escribía, criticaba, buscaba, ya desde entonces, la forma de abordar los temas que la interpelaban, en la ficción.
Zona de clivaje es un ejemplo de esa búsqueda y de su visión como escritora: no solo contar una historia, sino abordar ideas, pensamientos, convicciones profundas. No se trata solo de la relación de una joven con su profesor muchos años mayor, se trata de esas convicciones, esas búsquedas y posicionamientos sobre la mujer -las mujeres- plasmadas en distintas capas de lectura que, por medio de esa historia, aborda la escritora.
La “cocina” de esta novela -que tardó años en escribir porque “me faltaba tanto experiencia vital como literaria”- y la de otros textos suyos como “Cuando todo brille”, “La llave”, “El fin de la historia” o “La fiesta ajena”, forman parte del último libro de Heker, “La trastienda de la escritura” (Alfaguara).
La presentación en la Feria del Libro de Mar del Plata de esta obra en la que comparte sus secretos, métodos y su visión del trabajo de escribir, fue el disparador de la charla de LA CAPITAL con la prestigiosa cuentista, novelista, ensayista y coordinadora de talleres literarios, en la que valoró el oficio por encima del estilo, la dedicación por sobre la mera inspiración.
La autora define, en su obra, que la primera versión de un texto -sea cuento o novela- es “un mal necesario”, descree del síndrome de la “página en blanco”, desmenuza recursos y técnicas para expresar sensaciones muy precisas solo con palabras y al final, expone su credo o decálogo básico, sobre el que aclara: “es el de mí experiencia, cada uno va construyendo el suyo”.
– ¿Por qué decidió escribir sobre la trastienda del oficio de escribir? ¿Lo ideó como una especie de manual o guía?
– Me importaba contar ciertos secretos, la intimidad de un trabajo del cual se ven los resultados. El lector está acostumbrado a sumergirse en una novela, cuento o poema -y me incluyo por supuesto en la familia de los lectores porque antes que escritora soy lectora-, pero seguramente lo que el lector no piensa -ni tiene por qué pensar- es que detrás de esa novela que a lo mejor lo deslumbró o movilizó, detrás de un cuento impactante, hay una búsqueda, un trabajo, vacilaciones, ideas que los provocaron. Sobre ese trabajo yo me propuse escribir.
– ¿Una manera de mostrar que lo que atrapa de un cuento, una novela no es meramente la historia sino cómo está contada, las diferentes capas de la escritura?
– Justamente la ficción es ambigua. En cuanto más ambigua y en cuanto más capas de significación tenga, más rica va a ser y, justamente, cuando a un escritor, una determinada situación, a lo mejor mínima, lo moviliza a escribir, seguramente es porque esa situación despierta una cantidad de sentidos y posibilidades. Lo digo textualmente en el libro, la ficción construye sentido. La realidad no tiene sentido, los hechos ocurren, pero es uno, el que está viviendo la situación, que le da un determinado sentido a ese hecho. Y hablo de cuento y novela, no me meto en la trastienda de la poesía porque no soy poeta.
– Y en ese trabajo de construir la ficción y el sentido ¿sabe de antemano si una obra va a ser cuento o novela?
– La mayor parte de las veces uno lo sabe a priori. Hay ciertas relaciones. Siempre dejo muy claro que el proceso creador es siempre individual y no quiero generalizar, pero me pasa que determinada situación me indica que ahí voy a tener un cuento, muchas veces eso es lo que sucede. Hay algunos casos, para mí, muy precisos, en los que algo empezó como una situación para cuento pero fue creciendo hacia los costados y hacia atrás, es el caso concreto de Zona de clivaje.
Surgió como un cuento, cuando tenía 21 años, incluso lo supuse de aproximadamente 10 páginas, tenía las palabras del final de cuento, sin embargo, cuando empecé a escribir, esa situación me movió a algo muy distinto de lo que puede provocar un cuento. Necesité sumergirme en ese personaje, indagar en ese personaje. Me di cuenta que había mucho que yo quería decir en particular, esa lucha, esa contradicción que tiene una mujer entre su cerebro, su parte pensante, y su cuerpo.
– Ese tema fue adelantado en su época, hoy sigue manteniendo vigencia y se resignifica en un contexto en el que está a pleno la defensa de la soberanía sobre el propio cuerpo. ¿Lo cree así?
– Una de las alegrías más grandes que tengo es que me siguen leyendo mujeres y hombres muy jóvenes.
La primera idea de esa novela, que en ese momento no estuve en condiciones de escribir, la tuve en el año 64. Por supuesto escribí muchísimo y me quedé trabada, no veía claras las razones, ahora las veo claras: me faltaba tanto experiencia vital como experiencia literaria para hacer lo que yo quería, pero el conflicto que quería plantear lo tenía ya muy claro en ese momento. Que esa novela cuyo tema a mi me movilizó, hoy siga teniendo significación y realmente se resignifique para nuevas jóvenes y nuevos jóvenes me da mucha alegría.
– Además de la libertad de mente y cuerpo, el ser completas sin un otro ¿Es otro de los ‘móviles ocultos’ de la escritura en esa novela?
– En efecto ahora se habla del tema del cuerpo y también de la soledad y de la libertad. Uno de los planteos que me interesaba hacer en la novela es que quien sabe ser solo, sabe ser libre, incluso a partir de ahí puede elegir una compañía. Pero el mandato para la mujer, cuando yo era adolescente, era casarse. Yo me rebelé contra ese mandato, me sentía bastante sola en esas decisiones, lo que no quiere decir que me sintiera mal. Me sentía muy bien viendo ciertas cuestiones que estaban pasando y decidiendo que tenía que plantearlas, que realmente quería plantearlas.
Solo a partir de saber ser solo se puede elegir libremente incluso la pareja, porque la pareja no es un acto de desesperación por unirse a otro porque si no no existo.
– Lo mismo con la maternidad, como elección y no como imposición.
– Otra de las cuestiones, que era totalmente tabú, es la maternidad. He sostenido y sigo sosteniendo que la maternidad, para la mujer, tiene debe ser una elección y no una fatalidad biológica. Ahora esto está totalmente exteriorizado y planteado de una manera excelente, pero era un tema tabú y cuando estaba trabajando en Zona de clivaje, el tema -que no me había propuesto- de la maternidad se me metió por la ventana. Apareció la madre de la protagonista y ahí sentí que tenía que hablar sobre eso. Eran los conflictos que me movilizaron. Hay una trama, personajes y conflictos y las cosas suceden, pero yo se que lo que me movió a escribir, me acompañó durante muchos años de mi vida eran esos temas. Nunca renuncié a escribirla pero no la encontraba del todo.
Encontrar las voces
– En La trastienda… critica la búsqueda de estilo…
– Justamente cuestiono a los que llamo los buscadores de estilo. He escuchado muchas veces a jóvenes escritores, escritoras que se están formando, desesperados por tener un estilo. Lo que yo digo es que todos tenemos un estilo para hablar, para movernos, para gesticular, también para escribir, queramos o no, si nos soltamos. Si realmente escribimos de verdad y no impostamos la escritura, justamente para fingir un estilo que no es el nuestro, ese estilo propio va a aparecer en cada uno de los textos que uno escribe.
– ¿La preocupación debe estar más, entonces, en encontrar la propia voz?
– Encontrar la voz de cada personaje y encontrar la propia voz. Creo que un problema real, y el verdadero trabajo del escritor, es encontrar la forma de cada texto y la forma no solo incluye la estructura de un cuento o una novela, sino la voz de los personajes, el tiempo narrativo.
Todo lo que terminará constituyendo una ficción, tiene una determinada forma. No siempre, yo diría que casi nunca, esa forma aparece de entrada. A veces uno tiene que buscarla. En las novelas, en las que uno maneja mucho material, personajes y situaciones, cómo estructurar eso es parte del problema formal, pero también las voces que intervienen, como se van combinando los distintos tiempos, es un problema que va mucho más allá del estilo, es la búsqueda de la forma de cada texto.
– En ese mismo sentido ¿reivindica el trabajo por sobre la idea de la inspiración?
– Creo que hay muy pocos textos completos que puedan salir así de corrido y bien. Casi te diría que puede haber páginas o fragmentos que a uno le pueden salir de un tirón, pero la mayor parte de las veces hay que trabajar sobre esa primera versión del texto que es lo que yo llamo el mal necesario. Lo más probable es que esa primera versión no se acerque o se acerque muy poco a eso complejo y singular que uno quiere transmitir con el texto. Ahí viene realmente el verdadero trabajo creador, buscando lo que uno quiere hacer. Por eso cuestiono el término inspiración, que de alguna manera ubicaría a cualquier creador como una especie de tocado por los dioses para escribir y la verdad que no es así. Supongo que hay una predisposición, seguramente hay cierto talento, no todo el mundo tiene ganas de dedicarse a la escritura, pero más allá de ese talento o esa predisposición lo que hay es búsqueda y trabajo. La inspiración, ideológicamente, es un término que me molesta, porque niega la búsqueda y el trabajo.
“Nadie le puede enseñar a escribir a otro”
– Siendo la escritura un trabajo netamente individual, los talleres de escritura, ¿qué rol tienen?
– Creo ante todo que no se puede generalizar acerca de los talleres literarios porque cada taller va a tener características determinadas de acuerdo a quién lo coordine y a quienes formen el grupo. Yo solo puedo hablar de lo que es para mí, de donde parto yo para tener un taller literario. Ante todo, creo que nadie le puede enseñar a escribir a otro. El rol de quien coordina el taller no es autoritario, no puede serlo. Cada escritor, con o sin experiencia, aprende su oficio. Lo que puede hacer un taller es sugerir en el otro aquellos elementos que le provoquen una revelación, que le permita ir entendiendo como trabajar el texto, cómo encontrar lo que está buscando. Creo, entonces, que en algunos casos, en el mejor de los casos, el taller permite que el escritor que venga aprenda su oficio. Pero de ninguna manera se puede enseñar a otro a escribir, creo que es una idea equivocada y de una gran soberbia, además.
– ¿La búsqueda también debe ser por distintos caminos?
– Absolutamente. En principio la escritura es un acto absolutamente solitario, ahora lo que pasa es que muchas veces, un escritor, sobre todo cuando no tiene experiencia, pero cuando la tiene también, no está del todo seguro de que hizo lo que quería hacer y sobre todo de como trabajar ese texto, como corregirlo, entonces en muchos casos -y no hablo solo de talleres, hablo de que muchas veces un escritor con experiencia incluso, ante una obra terminada, entre comillas, porque nada está del todo terminado- la da a leer a otro en cuyo juicio confía. Eso pasa y fue de alguna manera mi experiencia en nuestras revistas literarias, las que sacamos con Abelardo Castillo, El escarabajo de oro y El ornitorrinco, en que uno de nosotros leía un cuento y todos criticábamos y discutíamos sobre ese cuento. Esas discusiones, muy acaloradas y apasionadas, nos sirvieron para formarnos, nos permitieron aprender como se corrige un cuento, que le falta a eso que acabábamos de escribir. Yo trato de reeditar en los talleres esa experiencia que para mi fue maravillosa y realmente siento que me formó.
– El ejercicio de intercambio que nutre, forma, aporta puntos de vista.
– Absolutamente, yo siento que a mí me sirvió muchísimo. En principio lo que más me sirvió fue haber tenido al fortuna de ser una gran gran amiga de Abelardo Castillo que era un tipo de una enorme generosidad y de una enorme precisión en cuanto leía el texto de otro y podía señalar qué es lo que el veía que sobraba, que faltaba, eso fue un gran aprendizaje.
– La crítica, el desmonte generoso, genuino es un gran valor.
– Sí. Si se hace de manera mezquina no sirve para nada. he escuchado a gente que coordina talleres cuya frase es ‘no hay que avivar a los giles’. Bueno, si das taller con ese principio creo que tal vez te sirva para subsistir económicamente pero no creo que sirva mucho a quienes asisten al taller.
– Por sus talleres está en contacto con autores jóvenes. ¿Cómo ve la escena literaria argentina?
– Estoy muy en contacto, creo que hay una excelente nueva narrativa, es un hecho muy afortunado, en un país que en otros aspectos no es afortunado -por lo menos en estos momentos no es muy afortunado- pero sigue habiendo creadores nuevos y con otras realmente excelentes.
– ¿A qué cree usted que se debe la merma de cantidad de lectores, cuál es su visión?
– Tenemos que partir de un hecho que es terrible. Siempre lee una minoría. Es decir, quienes son realmente lectores son una minoría, justamente porque no existen las condiciones sociales como para que se impulse la lectura. Creo que lo que se puede hacer, lo que se debería hacer, es incentivar la lectura, cuando un chico o un adolescente se enamora de un libro y se vuelve lector, no para más de leer.
Eso ocurre primero cuando un chico ve a sus padres leyendo, o tiene un maestro o maestra que lo lleva a leer, ese chico va a ser lector. creo que está fallando en general la educación primaria. Pero cuando hay un porcentaje de gente que se está muriendo de hambre es absurdo pensar que aumente la cantidad de lectores, porque hay necesidades primarias que hay que resolver.
Yo creo que en situación de tener acceso a trabajo, una casa y comida y una buena educación, es muy probable que más personas se vuelquen a los libros. Es absurdo que la televisión o las redes impidan leer o resten tiempo de lectura. El que es lector es lector, la cuestión es que hay que crear lectores, hay que impulsar, hay que conseguir que los chicos y los adolescentes se enamoren de la lectura. Lograr eso requiere pasión y entrega y condiciones sociales apropiadas.
El país latinoamericano en el que más se lee es Cuba, mirá que a Cuba le faltan muchas cosas, pero hay ciertas cuestiones en cuanto a educación y alimentación que tienen resueltas y hubo un trabajo en ese sentido.
Argentina es y era un país en el que se leía mucho más que en otros países latinoamericanos y yo espero realmente que con la cantidad de situaciones y muchas cosas por resolver para que otra vez haya una muy buena educación pública y se fomente la lectura. Eso se consigue con un proyecto apropiado de país.