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Opinión 21 de octubre de 2019

El debate que no fue

por Juan Pablo Menchón

El domingo 20 concluyó el segundo debate de la campaña presidencial. A menos que las urnas impongan un ballotage entre las dos fuerzas políticas con mayor caudal de votos, este evento dará por concluido el primer experimento de debate obligatorio impuesto por una ley en la historia de la República Argentina.

Para realizar un análisis objetivo de lo que nos dejó este episodio, debemos partir de la base de que ninguno de ambos encuentros fue concretamente un debate. El formato con el que se trabajó no requería que ningún candidato contestara las preguntas de sus oponentes, lo cual dio como resultado que los breves segundos destinados a esta cuestión culminarán en meras chicanas tribuneras. Tampoco se requería que los candidatos abordaran específicamente los temas que se estaban desarrollando, los cuales a veces resultaban tan amplios que eran casi imposibles de tratar en su totalidad, como fue el caso de Federalismo, Calidad Institucional y Rol del Estado. Todo esto dio una libertad de acción para que cada candidato creará su propio microclima discursivo ajeno a lo que los otros pudieran decir.

El segundo debate en sí fue tan gris que al finalizar, la gran mayoría de los medios dedicaron su cobertura a la supuesta tensión entre Mauricio Macri y Alberto Fernández fuera del escenario, como si se tratara de una previa de boxeo para sumar una tensión irrelevante.

Fuera de estos cruces anecdóticos, queda claro que el evento fue diseñado para tener a sus protagonistas entre algodones, asegurando que los únicos momentos incómodos fueran los que ellos mismos generaron. A todas luces, no hubo ningún escenario en el cual los equipos de campaña tuvieran que prepararse para enfrentar algún nivel de incertidumbre.

Esa previsibilidad se debió principalmente a la falta de participación de los moderadores. Resulta pertinente reflexionar sobre la motivación de los organizadores para convocar a algunos de los periodistas más renombrados de la Nación y luego emplearlos en una tarea que casi podría haberse realizado de manera automática. Esta cuestión fue destacada por gran parte del cuerpo de periodistas involucrados en la cobertura, los cuales se mostraron críticos respecto al rol de sus colegas y fue inevitable la comparación con el debate del año 2015 en el cual éstos habían tenido un rol protagónico en cada segmento.

Para las próximas elecciones, el formato del debate presidencial deberá madurar hacia una instancia superadora en la cual los candidatos se vean obligados a retomar el sano ejercicio de la retórica y la sana discordia, ausentes en la escena nacional hace ya varias décadas.

En ese sentido, también deberemos preguntarnos cómo es que el primer debate televisado se dio luego de las PASO, las cuales, en teoría, tienen como único objetivo dirimir las internas de los partidos políticos mayoritarios con un costo de más de tres mil millones de pesos aportados por los contribuyentes.

Si no se abordan estas cuestiones, es posible que veamos un retorno de la apatía política por parte de un electorado que ayer demostró su interés, con picos de 32 puntos de rating en sus mejores momentos y récord de búsquedas respecto a candidatos y sus propuestas en las redes.

En esta ocasión, pareciera ser que luego de dos jornadas y casi cinco horas de debate, iremos nuevamente a las urnas sin saber mucho más de lo que ya sabíamos respecto a los candidatos y sus propuestas. Si no queremos repetir este escenario en cuatro años, deberemos partir por aceptar que el debate presidencial sigue siendo una deuda pendiente.

(*): Politólogo. Integrante de la Fundación para la Investigación y Debate de la Argentina Contemporánea (FIDAC).



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