Vísperas del voto: entre la decepción y la esperanza
por Jorge Raventos
Mauricio Macri no visitó este año la reunión de IDEA: en el epílogo de la campaña electoral, el Presidente prefirió hablarle de cerca a sus seguidores de Corrientes y le dedicó una teleconferencia a ese club selecto del “círculo rojo” empresarial del que el Presidente siempre receló un poco y ahora más, porque lo decepciona que ese sector no le haya ofrecido un acompañamiento firme e incondicional.
Es posible que la decepción sea un sentimiento compartido: la mayoría de los hombres de empresa que sostienen IDEA sin duda votaron por el macrismo en 2015, le dieron respaldo después y, aunque no estuvieran satisfechos con la performance del gobierno, hubieran preferido que la coalición oficialista llegase con ventajas al desafío electoral del próximo 27. Pero no se sienten responsables de que las cosas no se hayan presentado así: para ellos la frustración fue provocada por quienes condujeron la política y la economía, tanto por lo que hicieron como por lo que dejaron de hacer. La decepción consiste, para ellos, en que Macri no haya sido capaz de sostener por más de un período su victoria de 2015.
Ahora los empresarios tienen que afrontar las consecuencias de esa desilusión y prepararse para construir, en condiciones más difíciles que las de hace cuatro años, una nueva esperanza con actores políticos en los que todavía no terminan de confiar, sin información precisa sobre lo que ellos se proponen hacer y sin certezas de que -sea eso lo que sea- puedan llevarlo a cabo.
Macri: un liderazgo en juego
En Corrientes -y en vísperas del gran despliegue organizativo que concluiría en la manifestación oficialista de la avenida 9 de Julio- Macri continuaba su romería de campaña, presuntamente enderezada a conseguirse la chance de un balotaje.
Sin descartar ese albur, Macri persigue en realidad otro de índole interna, quizás de más intensidad dadas las circunstancias: su liderazgo en el Pro y en la coalición Juntos por el Cambio sólo resiste hoy porque está adherido a su condición de Presidente de la Nación.
Si, como lo sugiere el cálculo de probabilidades, el 27 de este mes se consumara su derrota electoral, ésta no sólo lo empujaría fuera de la Casa Rosada sino que erosionaría gravemente su peso político en el seno del (por ahora) oficialismo, un espacio en el que su influencia ya luce muy debilitada. Así, el acto en la 9 de Julio y la campaña de plazas militantes que ha desplegado el Presidente no es sólo un canto del cisne, una despedida a toda orquesta de sus actuales funciones, sino el intento de mantener viva su figura política para conservar una porción importante de liderazgo en su partido y en su coalición y, además, para preservar posiciones a su núcleo duro de fieles.
No son pocos los políticos oficialistas que imaginan a Macri alejado de la política después de una derrota el 27.
Sitiado por la alianza entre los poderes territoriales y las fracciones realistas de su coalición, que se disponen a convivir competitiva pero civilizadamente con el próximo gobierno, Macri aspira a encabezar una oposición dura y se apoya en el círculo blindado de la Casa Rosada (en primer lugar Marcos Peña), en algunos de los llamados ceócratas (cuadros de origen empresarial que abrazaron la gestión pública), y en fighters de la política como Patricia Bullrich, Elisa Carrió y su último (tardío) descubrimiento: Miguel Pichetto.
Despliega, para ello un mix programático con la esperanza de reivindicar en el futuro sus promesas finales de campaña (“mejores sueldos”, “combate al narcotráfico”, “mejores empleos”, “becas”, “descuentos impositivos para pymes que tomen jóvenes”, “seguridad”) y defenderse con ellas cada vez que le recuerden ciertas estadísticas de su mandato (inflación, pobreza, caída de la producción, endeudamiento, etc.). Pichetto y Bullrich condimentan esa mezcla con toques de bolsonarismo made in Argentina o iniciativas interesantes pero extemporáneas y propagandísticamente infladas, como el servicio cívico para jóvenes que no estudian ni trabajan anunciado por Bullrich el jueves 10 de octubre, exactamente dos meses antes del fin del período presidencial. Bullrich proclamó que convocaría a un millón de jóvenes de todo el país cuando hoy sólo ha podido albergar a 1.400 de los 100.000 que se interesaron en la propuesta lanzada originalmente en julio.
Visto desde el ángulo de estas iniciativas, a partir de fin octubre el macrismo necesitaría haber conseguido al menos una derrota “digna” (con 35 por ciento o más de votos a favor) para no dejar de ser la tendencia dominante de su coalición; aunque ahora con un poder encogido, se perfilaría como una tendencia interna de la oposición que combinaría algunos rasgos de liberalismo económico con otros de lo que sus propios intelectuales suelen definir como “populismo de derecha” y otros de “republicanismo virtuoso”, de raigambre antiperonista.
Todo esto -como suelen decir los que confunden objetividad con miopía- “siempre que el 27 de octubre gane Alberto Fernández”.
Incógnitas de una victoria anunciada
En cuanto al candidato peronista, a medida que se aproxima su hora va soltando retazos de información para calmar expectativas. Es cierto, todavía no se conoce su programa ni se sabe quién será el ministro de Economía (aunque adelantó que quiere “un ministro fuerte” porque “aprendí mucho de Roberto Lavagna”. Ya que el mismo Lavagna se muestra esquivo, ¿puede ser Martín Redrado?). Lo que es notorio (contactos con empresariado, gremialistas, Iglesia) es que Fernández ya ha puesto en marcha un proyecto de acuerdo social para desacelerar la inflación y contener uno de sus motores, la puja distributiva. También tiene avanzado un programa de emergencia para terminar con el hambre (basado, en principio, en la provisión a las familias indigentes de una tarjeta de compras destinada a la canasta básica de alimentos).
El candidato ha asegurado además que, aunque será obviamente consultada, Cristina Kirchner “tendrá cero por ciento de injerencia” en su gobierno y en la designación de su gabinete.
Wado de Pedro -el nombre que el candidato presidencial deja mencionar como futuro ministro político- no estará en el gabinete como hombre de La Cámpora, sino como figura cercana a Fernández. El canciller será Felipe Solá y el ministro de Desarrollo Social será Daniel Arroyo: uno y otro fueron aliados fuertes y de personalidad propia en el Frente Renovador de Sergio Massa, que seguramente encabezará la Cámara de Diputados y es una pieza de gran importancia en el dispositivo de poder de Fernández.
El candidato peronista es consciente de que la precaria situación en que se encontrará la Argentina que tendrá que gobernar, resultará imprescindible una relación sin rispideces con el gobierno de Estados Unidos. Sabe también que Washington observa especialmente las actitudes de la región frente al régimen venezolano que encabeza Nicolás Maduro. Fernández es por ahora menos directo de lo que fue Sergio Massa durante su visita a Washington (definió al sistema venezolano como “dictadura”), pero para los buenos entendedores no menos explícito. Ha dicho, por caso, que su posición sobre Venezuela es distinta de la del Grupo de Lima (que acaudillan Bolsonaro y Macri) y que él se siente más cerca de la posición uruguaya o mejicana.
El Uruguay que conduce por ahora el Frente Amplio afirma, por ejemplo, a través de su candidato presidencial, Daniel Martínez, que el informe de Michelle Bachelet sobre el régimen de Maduro “es lapidario” y que “se trata de una dictadura”. El ministro de Economía Danilo Astori fue más duro: “Es una dictadura tremenda, con impactos humanitarios muy graves”.
Lo que tanto Martínez como Astori recalcan es que no quieren que “en Venezuela llegue el uso de la fuerza”. Los mejicanos también están en esa tesitura. Como El Vaticano y varios países de la Unión Europea.
Paulatinamente se va generando un consenso sobre la médula del problema (terminar con la dictadura venezolana y encontrar una solución al desastre humanitario) aunque todavía no hay acuerdo sobre una estrategia unificada y eficaz. Habrá que ver si la fórmula uruguaya que esgrime Fernández será suficiente para conseguir la imprescindible buena voluntad de Washington.
La capital de Estados Unidos será el destino del primer viaje oficial de Fernández como presidente (habitualmente el primer viaje de los mandatarios argentinos es a Brasil, pero en rigor, Macri ya averió esa tradición cuando faltó a la asunción de Bolsonaro).
Se puede debatir
Esta noche ocurrirá el segundo -y último- debate entre candidatos presidenciales. Ultima estación antes de las urnas, ojalá este sea más fructífero que el primero, tras el cual no puede decirse que la ciudadanía haya quedado más esclarecida que antes. Probablemente se han depositado irrazonables expectativas en los debates, producto quizás del valor desmesurado atribuido a la palabra y de la excesiva suposición de que siempre “de la discusión surge la luz”.
En cualquier caso, el menguado formato que se adoptó en este caso apenas da espacio para formulaciones exiguas, más dirigidas al efectismo que a la exposición.
Con justa razón, los candidatos se abstuvieron en el primer debate de formular propuestas que no hubieran tenido tiempo de desarrollar y se dedicaron a sus fuegos de artificio preferidos, destinados a ofrecer material de conversación e interpretación a los respectivos ejércitos de twiteros y a los programas de tevé de la semana. Así recortadas, editadas y puestas frente a frente las frases de los candidatos representaban el debate que -como las PASO de agosto- nunca ocurrió.
En estos días las cadenas de noticias estadounidenses transmiten los debates que enfrentan a una docena larga de precandidatos de la interna del Partido Demócrata. Vale la pena echarles una mirada para aprender. A pesar de que los competidores son muchísimos, todos ellos pueden expresar posiciones específicas sobre los temas de la agenda en discusión, son interrogados con idoneidad y sin complacencias por un panel de periodistas y se enfrentan entre ellos sobre materias polémicas. Se puede hacer: sólo se necesita intentarlo.
Las encuestas que tomaron la temperatura del público después del debate del domingo pasado muestran que la situación sigue básicamente igual: la distancia entre Alberto Fernández y Mauricio Macri no ha variado sustancialmente, aunque ambos subieron levemente en detrimento de otros candidatos.
El más perjudicado parece haber sido Roberto Lavagna que, dicho sea de paso, desaprovechó lo que el debate le ofrecía para exhibir los saberes que se le asignan. Su mérito hace una semana fue haber puesto sobre la mesa el tema de la pobreza (en especial la que afecta a más de la mitad de la población juvenil e infantil), pero fuera de ese logro, se lo vio como perdido frente a su atril y sin fuerza expresiva ni conceptual en sus exposiciones.
El candidato de la izquierda, Nicolás del Caño, también desperdició la ocasión: desde su posición testimonial tenía la chance de trabajar sobre contradicciones en el discurso del Frente de Todos y rebuscar apoyos eventuales en el flanco izquierdo del electorado kirchnerista, pero le faltaron la chispa y el vigor que había mostrado su compañero Gabriel Solano en el debate de candidatos a la jefatura de gobierno porteña; o la audacia con la que, en el otro polo, José Luis Espert procuró arrebatar apoyos del electorado más antiperonista y antisindical del oficialismo.
Lo urgente y lo importante
Como se ha dicho, el primer debate tuvo un formato malo. Además, es probable que haya quedado a la vista la falta de iniciativa de las fuerzas políticas (y sus emergentes) para hacerse cargo no sólo de los temas obvios (inflación, pobreza, estancamiento, endeudamiento), sino de un diagnóstico más abarcativo.
El país necesita debatir más y mejor no sólo la economía, sino una agenda que incluye la seguridad y la defensa, la educación, el federalismo, la relación con el mundo, la regionalización y la diversidad cultural, la integración física y el desarrollo demográfico argentino, los temas ambientales y de género.
Se trata de una agenda pendiente, que no está sobre la mesa ni lo estará antes de las elecciones del 27, pero que el próximo presidente deberá necesariamente impulsar, porque lo reclama nuestra sintonía con el mundo y porque también lo reclamará explícitamente la sociedad argentina cuando lo urgente abra el camino a lo importante.