La crónica de un fracaso
por Patricia de Arce
La inevitable convocatoria de elecciones para el 10 de noviembre pone punto y final a la crónica de un fracaso político e institucional en España. Una “función” que ha durado 147 días y del que todos los partidos se están culpando mutuamente.
Nadie presagiaba la noche del 28 de abril que Pedro Sánchez no sería investido presidente, después de haber ganado con holgura las últimas elecciones, con los mismos escaños que el segundo y tercer partido juntos (Partido Popular y Ciudadanos), aunque con un número de diputados (123) lejos de la mayoría absoluta.
Aquella noche, Sánchez aseguraba que hablaría con todos y prometía que no pactaría con Ciudadanos (se lo pidieron a gritos los simpatizantes socialistas con el ya famoso eslogan “con Rivera no”).
Los cálculos postelectorales mostraban que a Sánchez le bastaba la suma de partidos (de izquierda y nacionalistas) con los que llegó al poder en junio del año pasado, y todas las apuestas apuntaban a un pacto con Podemos.
Gobierno en solitario o coalición
Aunque si hubo alguna esperanza de que la cosa se iba a resolver pronto, duró muy poco, porque ya en la resaca electoral el Partido Socialista (PSOE) anunció de que quería gobernar en solitario. Un empeño que ha mantenido hasta el final a excepción del paréntesis en julio durante el que accedió a conformar la coalición que finalmente Podemos rechazó.
Empeño también el de Pablo Iglesias, el líder de Podemos, quien desde el primer momento puso la coalición encima de la mesa. O había coalición o no había acuerdo.
La campaña de las elecciones municipales, regionales y europeas del 26 de mayo llegó justo después y los partidos aparcaron la negociación. Porque esos comicios y las negociaciones para los pactos en ayuntamientos y regiones ralentizaron aún más un diálogo que nunca parecía arrancar, pese a las buenas intenciones que todos decían tener.
Es innegable que los resultados del 26 de mayo cambiaron todo, porque el PSOE, que ganaba en los tres comicios y acrecentaba su ventaja sobre el PP, se vio a partir de ese momento más legitimado que nunca para defender un Gobierno en solitario con un acuerdo programático.
Pero Podemos no pensaba ceder e insistía en la coalición, mientras criticaba el doble juego de Sánchez reclamando al mismo tiempo la abstención a PP y Ciudadanos.
Y es que Sánchez, el mismo líder que dimitió al frente del PSOE en 2016 por negarse a abstenerse en la investidura del conservador Mariano Rajoy, pedía ahora al PP y a Ciudadanos que le permitiesen a él gobernar.
Una posibilidad que el nuevo líder del PP, Pablo Casado no ha contemplado en ningún momento, después de que tras solo nueve meses al frente del partido lograra en abril el peor resultado de la historia del partido.
Por eso era previsible que en este momento de debilidad, y cuando Ciudadanos se le había acercado tanto y pretendía arrebatar al PP el liderazgo de la oposición, mantuviese su “no” a la investidura de Sánchez.
Los comicios de mayo, los pactos de la derecha en varias regiones y ciudades, que le permitieron recuperar plazas como la Alcaldía de Madrid, dieron aire a Casado y le permitieron ratificarse en su posición contra Sánchez.
Distinta fue la trayectoria de Ciudadanos. El partido liberal insistió en todo momento en el “no” a la investidura, en negar cualquier acuerdo con “la banda” de Sánchez, en alejarse lo más posible de los socialistas. Hasta este lunes.
Ese día, Rivera sorprendía con la propuesta de abstenerse -y le pedía al PP que lo acompañara en el sacrificio- a cambio de que los socialistas cumplieran una serie de condiciones políticas (frente a los nacionalistas vascos y catalanes) y económicas (no incrementar los impuestos a trabajadores y autónomos).
Un intento que sus rivales han visto de desesperación, porque las encuestas dan a Ciudadanos una importante caída en beneficio del PP y del PSOE.
Sánchez e Iglesias, desencuentro cada vez mayor
Pero volvamos a los dos actores del no pacto: Sánchez e Iglesias.
Cuando el socialista fue designado candidato por el Rey en julio, PSOE y Podemos intentaban en pocas horas un acuerdo que fue imposible, ya que cada uno insistía en defender su fórmula de Gobierno -cooperación los socialistas, coalición Podemos- y no había avances.
Sánchez realizó entonces un anuncio clave, al decir que Iglesias era el principal escollo para la coalición, y el líder de Podemos renunció rápidamente a entrar en el Ejecutivo.
La negociación para la coalición se precipitó, y hasta tres ministerios y una vicepresidencia ofreció el PSOE a Podemos. Pero los de Iglesias consideraron insuficiente la propuesta y calificaron de “floreros” las carteras ofrecidas.
Si hubo entonces algún resquicio para el acuerdo, voló por los aires en el debate de la investidura fallida, el 25 de julio.
Desde entonces, todo han sido palabras y apenas ha habido hueco para una nueva negociación.
Parón en agosto, reuniones de Sánchez con la sociedad civil para ofrecer un nuevo acuerdo programático -nunca más una coalición- a Podemos y un nuevo intento con dos reuniones entre los equipos negociadores que no llevaron a nada.
Todo en una batalla por el relato que en los últimos días ha tenido a Sánchez como objetivo de todos los demás.
Ni Podemos, su hasta ahora socio preferente, ni Ciudadanos, con su oferta de último minuto, ni el PP, firme en su “no”, creen que Sánchez quisiera en algún momento conformar gobierno. Para todos ellos el presidente solo tenía una meta, nuevas elecciones.
Versión negada por activa y por pasiva por Sánchez, que ha confesado que ha intentado formar una mayoría por todos los medios, pero se lo han hecho “imposible”. Lo quisiera o no, las elecciones ahí están. Así que empieza una nueva función. Todos en campaña.
EFE
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