“El recambio se está dando ahora ya. No fueron cinco jugadores los que transformaron el básquetbol de Argentina. Fuimos cuarenta, o cincuenta, y el recambio de la Generación Dorada, como ustedes dicen, está pasando ahora. Esto viene desde hace diez años y transcurre permanentemente. No es algo que se va a cortar mañana abruptamente. Yo confío en que ese recambio que ya transcurre hoy mantendrá al básquetbol argentino en los primeros planos”.
Lunes 12 de setiembre de 2011. Un día después de la consagración de Argentina en el Preolímpico disputado en esta ciudad, Luis Scola, MVP de aquel torneo, atendía al periodista Vito Amalfitano, de este medio, y analizaba con su claridad habitual la cuestión del famoso recambio generacional.
Antes y después de aquel Preolímpico inolvidable para los marplatenses, la prensa martilló incansablemente sobre qué ocurriría con el básquetbol argentino después del retiro de los referentes del que probablemente sea el mejor equipo argentino de todos los tiempos.
Muchas veces también se pronosticó la paulatina salida de Argentina de los primeros planos de este deporte en la medida en la que se fueran alejando sus mejores jugadores.
Scola, con toda su sabiduría y liderazgo, todavía se resiste al retiro y al paso del tiempo. Pero ya dieron las hurras Pablo Prigioni, Federico Kammerichs, Hernán Jasen, Juan Ignacio Sánchez, Leonardo Gutiérrez (ausente en aquella cita por un problema cardíaco), Fabricio Oberto y, por último, dos íconos como Andrés Nocioni y Emanuel Ginóbili.
De los actuales compañeros de Scola en la Selección sólo Facundo Campazzo y Nicolás Laprovíttola jugaban profesionalmente con algún protagonismo antes del 2011. El resto, por entonces, se preparaba para hacerlo y admiraba a los “monstruos sagrados”. Salvo “Luifa” y algunos más, pocos lo veían, pero el recambio estaba en marcha.
El tiempo le dio la razón al Gran Capitán. El martes, ante la todopoderosa Serbia, Argentina produjo en el Mundial de China acaso una actuación que puede integrar el podio de las tres mejores de la historia de su básquetbol. Dio la más contundente respuesta a las preguntas sobre el “día después” y a los pronósticos pesimistas.
Tras Prigioni, Ginóbili, Nocioni y Oberto vinieron Campazzo, Laprovittola, Garino y Deck. Y la orquesta siguió tocando.
Los nombres importan, ¿quien puede discutirlo? La Generación Dorada, sin embargo, fue más allá. Haciendo camino al andar, su legado trascendió a sus hombres. Y no es otro que una forma de jugar en la que la individualidad se pone al servicio del conjunto. Los jugadores cambian, el estilo no se negocia. Y en ese equipazo, Patricio Garino y Luca Vildoza, dos marplatenses de pura cepa, y Facundo Campazzo, a quien los hinchas de Peñarol consideran propio. Nuestra propia Generación Dorada. La que en la mañana del martes unió a los “milrayitas”, a los “tricolores”, a los de Unión y a los de Teléfonos en un festejo inolvidable.
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