Indicadores educativos: la distancia entre lo técnico y lo humano
por Alejandra Martínez (*)
Si el siglo XX nos ha heredado esqueléticos procesos, uno de ellos son las mediciones educativas. En una suerte de estructura estandarizada las mismas sirven a los efectos de generar un panorama de indicadores cuantitativos para pasar con este material al trabajo cualitativo de los sistemas de educación.
Los indicadores educativos, que los hay en cantidad, deberían dictar valores censales a los efectos de construir y profundizar las acciones del sistema educativo. Lejos están de eso. Los indicadores han tomado una fuerza única en los discursos políticos de todo el planeta, y cuando se habla de educación pareciera solo que se habla en términos estadísticos.
No es la intención desestimarlo, claro está que la fuente de datos es fecunda a la hora de evaluar algunos aspectos, pero no por esto evaluar la totalidad del concepto “educación”.
La tan famosa y criticada PISA es un indicador predilecto en el uso internacional; sirve para medir el rendimiento académico en cuanto a matemáticas, lectura y comprensión y ciencias naturales. Pero la realidad es que solo 64 países lo aplican en sus sistemas, por esto mismo muchos discursos enfatizan y sentencian comparando con leyendas tales como: “el mejor país con educación en el mundo según la regla PISA”, cuando no se dan cuenta que el “mundo” es más que seis decenas de países. Una vez más la fuerza de la comunicación y el marketing político asoma su perfil para vender productos discursivos.
También hay que tener en cuenta que estados como Suiza, que dentro del marco europeo tiene uno de los resultados más altos, y México, por ejemplo, tienen distintas historias, distintas culturas, distintas conformaciones estructurales dentro de sus sistemas de gobierno y fundamentalmente una densidad poblacional que dista mucho entre ellas. Querer ser un sistema educativo como Suiza, considero, es querer repetir la historia de las miradas conservadoras que solo ven un ejemplo a seguir en países del viejo continente.
Los indicadores PISA también, en el año 2012, pronunciaron que Chile era el país con mejores resultados de la región latinoamericana. Dato que sirvió de puntapié para que los “todólogos” en educación salgan a hablar prometiendo en campañas políticas un sistema similar al chileno o, lo que es peor, una denigración al sistema argentino comparándolo en el ranking de indicadores con nuestro país vecino.
Y aquí es donde queremos ahondar la cuestión. ¿Son los indicadores PISA, u otros cuantitativos, una muestra real de los sistemas de educación?, ¿Si consideramos todos que el siglo XXI trae consigo un cambio rotundo en las estructuras sociales, podemos “medir” a la “educación” con test estandarizados para todos los países que integran la base estadística?; ¿Son los mismos valores?
Ciertamente no y la educación demanda de indicadores más humanos que técnicos. Partiendo desde los contextos no es el mismo aquel que vive cercano a la frontera paraguaya y practica como lengua segunda el guaraní y se le da a evaluar un texto en español; no tiene el mismo contexto quienes viven en el conurbano bonaerense, como en La Matanza que como distrito educativo de un solo partido reúne a la población estudiantil más grande de la provincia de Buenos Aires (más de 400 mil), al que vive en el partido de Tordillo que tiene la tasa de población más chica de los 135 municipios provinciales.
En esa línea de pensamiento, lo mismo debe pensarse en orbitas mayores, retomando los resultados últimos de PISA. ¿Podemos afirmar que Chile es ejemplo de “educación” en la región cuando sus Universidades son privadas costando a los chilenos altísimos valores para su cursada?, ¿Podemos afirmarlo cuando en Chile se materializaron las manifestaciones estudiantiles más fuertes de este siglo a nivel mundial?
La toma de decisiones en el ámbito de la educación no debe reducirse ni a los indicadores, ni a los “ladrillos”, por más que no deban desatenderse estos últimos. Estigmatizan al sistema con los resultados de indicadores, aun a sabiendas que la Argentina aprobó una Ley de Financiamiento Educativo. Ley que supera los porcentajes mínimos de inversión en educación que propone la UNESCO (Más del 6%) por el cual es ejemplo en la región. También son ejemplo la sanción de la Ley de Educación Nacional, o la creación de más de 16 universidad nacionales nuevas garantizando presencia en todo el territorio de país.
La educación en Argentina es un ejemplo de vanguardia en muchos aspectos por más que los discursos, que solo quedan en eso, quieren demostrar lo contrario. En resumidas cuentas la educación demanda de un debate para quien lo haga con la profundidad del caso y no con una tabla de cálculos en la mano. La provincia de Buenos Aires representa el tercer sistema educativo más grande de Latinoamérica luego del DF y San Pablo; contiene a más de cuatro millones de estudiantes en sus más de 22 mil establecimientos educativos.
¿Podemos hablar de infraestructura escolar?, sí; y falta mucho, pero la “educación” no se reduce solamente a ladrillos, y debemos generar un espacio que haga que los contenidos que dentro de esos ladrillos se impartan sean participativos y de fortalecimiento democrático. Los indicadores, a veces indican sólo lo que los organismos internacionales prefieren indicar, pero el sometimiento de una nación no debe existir en este siglo y debe ser la educación la liberadora de ello. Quizás por eso son tan criticados los países emergentes, como los nuestros de la región, que incluyen a todos dentro del sistema. Aquí nadie sobra.
Tenti Fanfani expresaba que aquellos que desean “la escuela de antes”, deben saber que esa escuela era excluyente y que solo la mitad de la población argentina accedía. La educación no es un proceso meritocrático, sino un derecho humano y universal. Pensar en una eduación inclusiva debe ser parte de las mediciones para determinar también cuan eficaz y justo es un sistema educativo: en calidad e inclusión.
En el nuevo paradigma que se emprende es necesario convocar a todos para generar una nueva forma de medir la educación: los avances como países, las sanciones parlamentarias, las estructuras ministeriales, la calificación de los funcionarios, el respeto al trabajo docente, la calificación y la remuneración justa, la infraestructura de vanguardia, la presencia de las universidades, y principalmente las políticas temporales de inclusión que permitan en el corto y mediano plazo que todos y todas se integren a un sistema común por una igualdad de condiciones hacia una de oportunidades.
Paulo Freire, un exponente que muchos deberían tomar, hablaba fundamentalmente del rol de los sistemas progresistas y de los maestros como protagonistas de este sistema. Algo que dista mucho el pensamiento lógico matemático de la realidad inclusiva y el sentido práctico de la justicia. Decía, afirmaba, que no debe ser la educación un instrumento de adaptación del ser humano al mundo, sino un espacio donde éste se transforme en un participante activo de la historia. Hacia ello debemos construir.
(*) Diputada provincial por el FPV, vicepresidenta Comisión de Educación HCD.