PASO: Preparándose para el día después
por Jorge Raventos
Prohibida la propaganda electoral y la publicación de encuestas en la última fase de la campaña de estas PASO, el viernes pareció encontrarse una diagonal para sortear esa veda a través de la Bolsa: un alza inopinada de 8 puntos en los principales papeles y bonos argentinos se adjudicó a misteriosos estudiosos demoscópicos que vaticinaban un triunfo electoral oficialista. “Los mercados votaron”, arriesgaron algunos comentaristas.
Otras voces fueron más cautas y escépticas: “Lo que está pasando en la Bolsa es una payasada -twiteó, por ejemplo, el muy respetado economista e historiador Pablo Gerchunoff-. Las encuestas optimistas no existen. Me consta de alguna de ellas. Algunas empresas están recomprando sus propias acciones. Lo único que indica esto es temor. Paren”. Gerchunoff no es un adversario del Gobierno; más bien lo apoya. Simplemente toma distancia de las astracanadas.
Desorientación
El afán por incidir hasta último momento sobre el voto de la gente es una señal de la intensidad de la competencia. Al transformar su sentido original de selección de candidatos de cada partido y convertirse en un adelanto directo de la elección general, las PASO ganaron en tensión y a ello se agrega el tono dramático con el que algunos, desde las fuerzas que pujan, insisten en definirlas como escenario de una disyuntiva apocalíptica entre el cielo y el infierno.
La realidad es menos tajante. Y también más ambigua: algunos de los principales candidatos están entre los políticos de mayor imagen negativa; el periodismo se sorprende de que el Presidente pueda mantener capacidad competitiva pese a los aspectos negativos de su gestión económica y de que la señora de Kirchner sobrelleve la incesante información sobre juicios y denuncias que la afectan sin que decaiga su capital electoral. En fin, encuestadores suspiran de alivio ante la prohibición de difundir sus estudios: embargados por la perplejidad, no se consideran en condiciones de pronosticar un ganador. Los focus groups revelan que la desorientación también cunde entre los encuestados. Todos se quejan por la incertidumbre, todos preferirían las certezas
Lo que no es incierto
La democracia incluye por naturaleza una cuota de incertidumbre, que se acrecienta en tiempos de cambio rápido y sentimientos líquidos.
Sin embargo, hay situaciones menos inciertas. Por ejemplo, y contradiciendo tanto a quienes lo esgrimen como amenaza como a quienes lo atesoran como una ilusión, una eventual victoria de la fórmula Fernández-Fernández no equivale a un retorno al kirchnerismo que dejó de mala gana el gobierno tras caer derrotado en 2015. No es un juicio de valor sino de viabilidad, porque la realidad tiene peso propio.
Cualquier intento de ensayar algo parecido a aquel kirchnerismo chocaría con el aislamiento internacional y con la resistencia de influyentes sectores políticos, económicos y mediáticos. En la región prevalece una atmósfera muy diferente a la que acunó al gobierno kirchnerista: el “socialismo bolivariano” estalló, y de los sueños de Hugo Chávez se ha pasado a la desacreditada pesadilla encarnada por Nicolás Maduro. El clima de la zona parece ahora influido por la constelación Bolsonaro-Trump. Y los gobiernos de ambos han dejado claras sus preferencias: Buenos Aires recibió en el último mes dos visitas prominentes de Estados Unidos. El secretario de Estado Mike Pompeo y el secretario de Comercio, Wilbur Ross: ambos reiteraron el notorio apoyo de Donald Trump a la continuidad de Mauricio Macri.
Apoyos y socios
No es ningún secreto que la Casa Blanca determinó la inclinación del FMI tanto a convertir a Argentina en beneficiario principalísimo de su ayuda, como a modificar sus ortodoxas rutinas para permitir al Banco Central defender la cotización del dólar con el cuantioso préstamo del organismo. En cuanto a Bolsonaro, su gobierno ha emprendido en Brasil profundas reformas de mercado, considera al gobierno de Macri un socio confiable y ha hecho conocer su preferencia sin pelos en la lengua.
La fórmula Fernández-Fernández de Kirchner puede ganar. Pero para gobernar -cualquiera sea el titular de la Casa Rosada- se necesita una base amplia de apoyo y una política que no vaya a contramano del mundo.
El Macri post Pichetto
Si es cierto que la experiencia kirchnerista no puede reiterarse, no lo es menos que tampoco es plausible la repetición de un gobierno encapsulado y carente de una amplia base de sustentación, como ha sido el del primer período de Mauricio Macri.
El Presidente ha avanzado a buen ritmo en la reinserción de Argentina en el mundo, en aspectos institucionales y en la atención a la obra pública y el transporte, aspectos estratégicos. Comprendió el carácter decisivo del sector agroindustrial y de la cuestión energética y apostó allí sus cartas. Conserva el elogio decidido de la primera potencia mundial, Estados Unidos, y de la primera potencia regional, Brasil, así como el indisimulado apoyo de los principales medios de comunicación y de las principales estructuras empresariales. Pero su continuidad no está en modo alguno garantizada.
La suficiencia con que su gobierno conjeturó que podría resolver fácilmente el problema de la inflación y de que con análoga velocidad recibiría una lluvia de inversiones, le provocó la vulnerabilidad más grande, la que mayor costo electoral le ocasiona: la economía y la situación social son sus flancos débiles. A eso agregó, hasta hace dos meses, la terca intención de saltar por encima de la política (y de la historia política) con la pretensión de representar en exclusividad “lo nuevo”. Trató de complementar el aislamiento provocado por ese purismo con una polarización que buscaba atraer respaldos impulsados por los defectos y maldades del gobierno anterior, un procedimiento que fue perdiendo eficacia con el paso del tiempo y a la luz de las consecuencias de la gestión propia.
Punto por punto
La situación económica se ha constituido en el decisivo telón de fondo que enmarca la puja electoral. Hasta el candidato oficialista a senador por la Capital, Martín Lousteau, toma distancia crítica: “Durante los gobiernos de Cristina el PBI per cápita cayó tres puntos. Con este gobierno cayó cuatro puntos”.
Esta semana Orlando Ferreres comentó que la visibilidad de los llamados “brotes verdes” de que el gobierno suele ufanarse recién se hará patente para el público en noviembre o diciembre. Las últimas cifras (referidas al mes de junio) más bien han mostrado retrocesos tanto en la industria como en la construcción, tanto en comparación con el último año como con el mes anterior. Los movimientos positivos en materia de producción se deben, casi en exclusividad, al gran envión del campo por el enorme empujón del campo y a la colaboración de Vaca Muerta.
Los salarios no recuperan lo que la inflación les recorta. La mitad de los asalariados ganan sueldos a la par o por debajo de la línea de pobreza.
Más abajo aún se encuentra la pobreza profunda: el conurbano. Allí se halla electoralmente hablando, el punto más vulnerable del oficialismo. Es el lugar donde las encuestas muestran los guarismos más bajos para la imagen presidencial y para la intención de voto por su boleta. No es poca cosa: allí habita el 65 por ciento de la población bonaerense. De cada 100 votantes del país, 20 están en el conurbano.
Asignatura pendiente
Al incorporar a su fórmula a Miguel Pichetto, Macri buscó salir del aislamiento purista y ensayar finalmente una alianza con el peronismo republicano y federal, una asignatura que mantenía pendiente y que, por ello, determinó muchas de las limitaciones de estos cuatro años.
Sin embargo, el discurso presidencial (y más aún el de algunos de sus viejos colaboradores) todavía no da debida cuenta de esa modificación. Cuando Macri promete que su eventual segundo mandato sería “lo mismo que éste, pero más rápido” no termina de hacerse cargo de que una nueva presidencia suya en pareja con Miguel Pichetto supondría el gobierno de otra coalición, de una alianza diferente no sólo en el nombre, implicaría un ensanchamiento de su base de sustentación que sólo puede ser fruto de acuerdos sólidos con nuevos actores políticos, con las fuerzas de la producción y el trabajo y, sobre todo, con los gobernadores.
Esto supone no sólo cambiar la velocidad, sino también afinar el rumbo, leer mejor los mapas, evitar los tramos accidentados y procurar no embestir al público.
Lo que vendrá
Algunas señales de lo que puede venir: según la agencia oficial Telam, Pichetto dijo en Córdoba esta semana que “la primera medida de gobierno que tomará Juntos por el Cambio será la de reactivar la economía y convocar a la unión nacional”. Eso no es precisamente “lo mismo, más rápido”. Unos días atrás el mismo Pichetto viajó a Formosa y allí se reunió con el gobernador Gildo Insfran, presidente de la Convención del Partido Justicialista y notorio sostén de la fórmula Fernández-Fernández. Hablaron del paisaje postelectoral. Un paisaje en el que los gobernadores y quien sea titular del Poder Ejecutivo se convertirán en el eje de la gobernabilidad.
Sin duda Pichetto será la bisagra con los gobernadores si se impone junto a Macri. Si la taba cae del otro lado, el interlocutor de ellos será Alberto Fernández. Casi todos los gobernadores peronistas (en ejercicio o ya electos) acompañaron al candidato en el gran acto de cierre de campaña, en Rosario. La mayoría de ellos recién empezaron a activar en la elección nacional cuando la señora de Kirchner se replegó a la candidatura vicepresidencial y elevó, simultáneamente, a Alberto Fernández a la cabeza de la fórmula. Allí se adivina base potencial para una gestión en la que Fernández busque un camino “propio”.
La mayoría de ellos saludó al binomio Fernández-Fernández y le prometió apoyo. Pero varios han dispuesto que en sus provincias (donde ya se dirimió la disputa por la gobernación), los candidatos propios al Congreso nacional se presenten con “boleta corta” (es decir: sin el tramo de la papeleta que incluye la oferta a presidente y vice).
Cuando Miguel Pichetto se inclinó por acompañar a Macri, el bloque federal de senadores que él lideraba, en el que participan senadores naturalmente muy ligados a sus gobernadores, cambió de conducción pero rechazó la idea de unificarse con los senadores ligados al cristinismo.
Los gobernadores
Los gobernadores están llamados a jugar un papel importantísimo en la política nacional en el próximo período, gane quien gane.
Los votos son fundamentales para llegar al gobierno, pero para gobernar es necesario algo más: hay que articular una base amplia, no integrada únicamente por las propias filas, sino por sectores sociales y económicos e inclusive por muchos que electoralmente estuvieron enfrente.
Al asociarse a Pichetto, Macri dio una señal de que empieza a asimilar ese punto, que algunos de sus influyentes validos ignoraron.
En el otro campo también hay algunos que lo omiten y otros que lo comprenden. Uno de estos es Sergio Massa, que trata de mantener el espíritu de lo que fue la “avenida del medio”. En Rosario el jefe de los renovadores y candidato a diputado nacional del Frente de Todos declaró, por ejemplo: “A muchos de los que hoy son parte del apoyo a este gobierno los vamos a necesitar para llevar adelante los cambios que Argentina necesita producto del fracaso de Macri. Vamos a necesitar de muchas manos, mucho diálogo, mucho acuerdo”. Más allá del previsible cuestionamiento al adversario electoral, la frase tiende puentes.
Las campañas son un momento necesario de diferenciación en el que las divergencias y la agresividad suelen amplificarse, porque una porción sustancial del discurso de los políticos se dirige al público propio.
Lo que importa es el día después del comicio de octubre. Atravesado el momento electoral, el país seguirá teniendo por delante grandes desafíos y grandes oportunidades que requieren la configuración de un gobierno con espíritu de unidad nacional, no uno que cristalice la confrontación. Esto es una certeza.
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