Federico Aliende: “El miedo a la oscuridad es uno de los temores más primarios, no se abandona”
El escritor marplatense plantea un mundo en ruinas, a partir de la aparición de un extraño fenómeno meteorológico. En su primera novela apuesta a la distopía y a una historia de amor que tiene mucho de necesidad.
Por Paola Galano
Una nube misteriosa y persistente oculta el sol para siempre. El fenómeno meteorológico interrumpe la luz solar y la luz eléctrica que permite la vida moderna. Llegó la oscuridad y el miedo. Los militares intentan poner orden, luego desisten. Empieza la hambruna. No hay agua. Sucede lo peor: pandillas de delincuentes saquean y matan todo lo que encuentran, desde estaciones de servicio a edificios.
Distopía. Mundo apocalíptico. Inminente destrucción de la sociedad. Anomia y soledad. Fin del Estado. Todos conceptos que giran, como satélites ineptos alrededor de ese sol moribundo, en torno al libro “Labios del fin del mundo”, la primera novela del marplatense Federico Aliende.
“En un mundo en ruinas, todos vuelven a ser iguales, con la única ocupación de sobrevivir”, escribe en la página 119. En ese ambiente mustio, degradado y en tinieblas se encuentran Julián y Ana, dos vecinos que habitan el mismo edificio, que se miraban de lejos cada mañana en el ascensor antes de ir a sus trabajos y que los acontecimientos ambientales acercan inexorablemente. Ella busca compañía y le pide pasar las noches en su departamento: duerme en el sofá. Más tarde, con el amor en puerta, compartirán la cama. Y los unirá también la huida desesperada por una ciudad en ruinas, de la que nunca se sabrá el nombre.
Los monólogos interiores de Julián amplifican su estado de ánimo, sus culpas por hechos del pasado, las muertes, su enorme soledad, su eterno inconformismo. Ella trae una valija de tristezas: fue víctima de violencia de género y casi muere por las palizas de su ex.
Diálogos acertados y la presencia de un personaje misterioso, el mismísimo Horacio Oliveira -figura central de Rayuela, de Julio Cortázar- movilizan el texto hacia zonas de mayor existencialismo. “Siempre me gustó el género apocalíptico, de supervivencia”, señala el escritor, de 32 años, instructor judicial del Ministerio Público Fiscal bonaerense y especialista en Derecho Penal. Aliende integra La Bruma, un grupo que forman otros escritores de Mar del Plata y en el que suele depurar dudas literarias, entre otros fines que persigue el colectivo.
“El miedo a la oscuridad es uno de los temores más primarios. Aparece en la infancia, pero es un miedo que no se abandona. Si volviese una oscuridad la gente igualmente tendría ese miedo de la niñez -cuenta a LA CAPITAL-. Me pareció que era bueno que viniera un terror primario en el fin del mundo. Y la idea se cerró con eso del reino de las tinieblas, algo mucho más religioso y bíblico”.
Aliende recuerda que el disparador para narrar cómo una nube misteriosa lo apaga todo de repente surgió una tarde de verano, mientras estaba en la playa. “Vino una tormenta, de esas tormentas de verano en Mar del Plata, de esas que parece que se cae el mundo. Y la gente empezó a correr y yo me dije ‘creo que viene por acá la cosa”.
– ¿Qué tan lejos estamos de esa distopía?
– Pienso que las personas no cometemos más delitos o no cometemos delitos porque hay un Estado que lo criminaliza y porque existe la creencia en un Dios, sino existiese la moral y si no existiese un órgano que reprimiera muchas personas no tendrían ningún tipo de límite a la hora de imponer sus propias reglas, como sea.
Las personas ateas o anarquistas seguirían un camino de rectitud moral, pero la moral es un concepto muy general. En un mundo ausente de Dios y de represión estatal no sé dónde terminaríamos y no sé dónde me ubicaría yo. Porque hay que tomar decisiones, como se ve en el libro, y son decisiones que no son correctas pero que tampoco son incorrectas. Y te das cuenta de que el blanco y el negro no sirven en estos casos. Ojalá que estemos muy lejos de lo que pasa en el libro. Cuando ocurrió el paro de la policía recuerdo que se vivió una atmósfera de fin del mundo complicada, fueron unas horas, y se vivió una especie de anomia, de inseguridad, una sensación de que estábamos empezando ya a vivir en una barbarie.
– ¿Qué simboliza la nube?
– Con el grupo de escritores de La Bruma partimos siempre de un principio de no explicar el fenómeno paranormal en el que se subsume a los personajes. Incluso para los mismos personajes es una situación totalmente incómoda, porque la ausencia de explicación siempre molesta y más cuando es a escala planetaria. La nube puede simbolizar muchas cosas, el reino de las tinieblas, puede significar un ataque de una bomba especial que hace que el sol se oscurezca. Metafóricamente es el temor primario, yo quería simbolizar eso, que viniera algo que afecte a todos por igual y es la oscuridad. Después, a la continua presencia de la oscuridad se le va dando diversos significados a lo largo del libro, la oscuridad se vuelve muerte, se vuelve persecución, se vuelve falta de esperanza. Esa oscuridad te tiene que transmitir ese agobio y encima te tenés que escapar porque te quieren matar. Y no hay Estado, entonces esa nube puede simbolizar muchas cosas metafóricamente.
– Ana y Julián viven una historia de amor rara: se encuentran cuando el mundo empieza a destruirse. El amor los ilumina, pero el mundo los apaga. Cierta contradicción.
– Fue difícil plantearlo, porque eso varía de acuerdo a la concepción de amor que podemos tener. Cuando estaba haciendo el libro me pareció bien identificar amor con necesidad y creo que desde ese punto de vista el de ellos es un amor mucho más sincero y puro que el que puede nacer de una circunstancia normal y también mucho más fuerte y rápido. Tal vez no haya tiempo de seguir con ese amor y se vive mucho más intenso. Los protagonistas ya están moribundos cuando empieza el libro por otros factores externos y capaz que metiéndolos en ese temor primario entre ellos dos puede generarse un renacer, con ellos dos ayudándose. Me pareció que por ahí puede darse ese amor puro. Ellos viven una simbiosis que muy pocas veces se da pero que todos los buscamos en el amor, necesitar a la persona y odiarla porque no podés vivir sin el otro…
– Pero a veces tampoco podés vivir con el otro.
– Claro, no puedo vivir sin vos pero con vos tampoco, y me pareció que quedaba bien dentro de este contexto en el que todo se destruye algo que se construye y ejercer una especie de equilibrio en el libro, porque si todo es caos, si todo es destrucción, con la historia de amor se iba mechando en medio de tanta destrucción.
– El tema de la soledad recorre todo el libro, los protagonistas se saben solos y perdidos antes de empezar con su historia de amor.
– Sí, los departamentos en los que viven los protagonistas simbolizan mucho la soledad de ellos y las ausencias que sienten. Ellos se percibían pero no se animaban a juntarse, muchas veces el pasado condiciona el presente y uno se vuelve un lobo solitario. La soledad es un tema muy importante en el libro: ellos logran juntarse y después andan diciendo ‘estamos solos pero juntos’, no importan las otras personas, son ellos dos intentando sobrevivir. A mí me gustaba esa idea de soledad compartida entre dos personas. Me pareció que el amor que nace de ellos puede crear un amor herido, un amor que viene frabricándose como pueden, porque ellos ya están con mucho mambo del pasado y romper con esa soledad de la que venían también fue algo que tuvieron que elaborar. Pero cuando se encuentran ya no se separan más, no hay un minuto en el que intenten alejarse.
– “Labios del fin del mundo” es deudora de Rayuela, por un lado, y de El eternauta, por el otro. ¿Por qué?
– Rayuela atraviesa todo el libro y Horacio está como una especie de fantasma, o ángel de la guarda.
– O de ángel negro a veces…
– Sí, como ángel negro. Horacio está todo el tiempo diciéndole al personaje “si querés saltar saltá”, en un sentido metafórico. Lo que más se plantea es la liberación de la culpa, Julián tiene que avanzar, físicamente y metafóricamente y para eso tiene que liberarse de la culpa que siente a partir del incidente que vivió con su hermano. Horacio es una especie de Virgilio que lleva a Julián por las tinieblas para ver si realmente se anima o no a liberarse, a asumir la culpa. El Eternauta, ahora que lo decís, sí, ciertas imágenes están. También me marcó mucho La carretera, de Cormac McCarthy, un libro que plantea un mundo en ruinas. Un padre intenta escapar con su hijo, a partir de un desastre nuclear.
– ¿Por qué Rayuela fue tan importante en tu enciclopedia lectora?
– Rayuela me señaló que el amor es posible. Hay un enamoramiento constante, me señaló que siempre hay otra realidad, que no sólo lo que percibimos es lo que nos tiene que quedar sino que hay que salir a buscar algo más, aunque no lo encontremos nunca. Es esa insatisfacción. Lo importante es seguir el camino, no adonde se llega. A mi Rayuela me marcó que hay algo más en la vida para buscar, y que lo importante es morir buscándolo. La leí a los 17 años, al margen de que Cortázar me dio otras lecciones en los cuentos, pero ese amor por La Maga… Cortázar me marcó un camino, no sé si bueno o malo, me marcó una inquietud que sigue perdurando y que espero que siga.
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