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Cultura 13 de junio de 2016

Amigas, cómplices, amantes y admiradoras: las mujeres de Borges

Por Milena Heinrich

Más amigo que amante, Jorge Luis Borges -de quien se cumplen 30 años de su muerte el próximo 14 de junio- tejió una cartografía de amores profundos, proyectos compartidos y tertulias literarias con muchas mujeres: desde su madre y su hermana, la presencia femenina en sus obras y los amores truncos, hasta sus distintas, e intensas, amistades con escritoras, artistas y admiradoras con quienes veía, discutía y daba vida al universo de su literatura.

Pero además de Kodama, Borges quiso a otras y muchas mujeres.

“Me duele una mujer en todo el cuerpo”, termina Borges su poema “El amenazado”, donde la figura femenina aparece para darle sentido a su realidad, como también lo hace en los versos de “Sábados” cuando nombra la “hermosura” de una dama; o “Ulrica”, el relato de amor que algún sustrato profundo debe haber movilizado en el escritor, que poco antes de morir expresó el deseo de que su lápida en el cementerio de Ginebra llevara la inscripción “De Ulrica a Javier Otárola”.

En otros textos, escribe sobre el abandono o la ausencia del amor, como el personaje de Beatriz Viterbo, la musa de “El Aleph”, que según dicen los que saben, remite a un amor imposible. Y entre aversiones, el poeta narró también sobre mujeres potentes y tenaces como la joven arremangada de venganza “Emma Zunz”, inspirado en una historia que le contó su amiga Cecilia Ingenieros.

Sus páginas también hablan de su vida: entre mujeres obcecadas -su madre Leonor- o cuidadoras -Fanny, su empleada doméstica por 35 años-, y jóvenes relámpagos que entraban y salían de su corazón, algunas dejando huellas imborrables como su primera novia Concepción Guerrero, y otras capítulos más desconocidos (por caso su matrimonio de apenas tres años con Elsa Astete Millán). Con todas ellas Borges armó una geografía ficcional y pasional.

Hubo muchas, aunque tal vez la más resonante es su última y segunda esposa, María Kodama, con quien se casó pocos meses antes de morir en 1986. Fue su escriba, su lazarillo, su narradora; la persona con la que Borges veía el mundo. Ella, la mujer de rasgos japoneses, también fue destinataria de poemas del escritor y obras en colaboración. Y hoy, es la “viuda”, heredera y guardiana recelosa de su obra.

Pero además de Kodama, Borges quiso a otras y muchas mujeres. Su cuento más emblemático, “El Aleph”, lo dedicó a Estela Canto, uno de sus grandes amores. Incluso, le regaló el manuscrito, que ella subastó en los ’80 por poco más de 25 mil dólares. Sobre esa relación, que se eclipsó en una primera noche en un banco de una plaza, Canto recordó en un libro la complicidad literaria y las caminatas por el sur porteño, la zona que Borges reverenciaba.

Del mismo linaje, otra incondicional con encuentros y desencuentros fue Victoria Ocampo.

Sin embargo, uno de los vínculos femeninos más intensos fue con su madre Leonor Acevedo Suárez, con quien vivió prácticamente toda su vida, exceptuando los años con Astete. “Georgie”, como le decía ella, dijo una vez en diálogo con Osvaldo Ferrari: “Mi madre me ayudó muchísimo, me leía largos textos en voz alta, ya cuando casi no tenía voz. Estaba fallándole la vista y seguía leyéndome, yo no siempre fui debidamente paciente con ella. Inventó el final de uno de mis cuentos más conocidos: ‘La intrusa'”.

Más allá de la presencia de mujeres literarias y sentimentales, el autor de “Ficciones” se rodeó de amigas y admiradoras del ambiente cultural de su tiempo. Mujeres con quienes acompañó proyectos creativos, como Revista Sur comandada por Victoria Ocampo; ligó amistades entrañables como Silvina Ocampo; desplegó iniciativas de trabajo conjunto, como Alicia Jurado, María Esther Vázquez o Mercedes Levinson; o entabló relaciones de admiración como Viviana Aguilar.

Su primer proyecto declaratorio fue en colaboración con Silvina Ocampo, la mujer de su amigo Adolfo Bioy Casares y su amiga también, con la que durante 40 años compartió cenas como una familia. Con el matrimonio publicó “Antología de la Literatura Fantástica” (1940), en la que fijaban posición sobre el género. Ese fue el primero de los dos trabajos que realizaron juntos -año después lanzaron “Antología poética argentina”, también por los tres-.

No está claro cuándo se conocieron Borges y Silvina, tal vez por sus hermanas: Norah Borges era muy amiga de ella o por Victoria, a través de Revista Sur. Lo cierto es que más allá de Bioy Casares, tuvieron “una vida compartida, de una gran complicidad literaria”, dice Ernesto Montequin, traductor y curador del archivo de la cuentista. “Eran personas para las cuales la literatura era la pasión dominante de sus vidas y eso provocaba una unión natural muy fuerte”.

En una dedicatoria de un ejemplar de “Discusión”, cuenta Montequin, el autor ofrendó: “A Silvina, claridad, dedico estas sombras”. “Ella -comenta el traductor- no era nada indulgente con Borges, reconocí­a su genialidad pero al mismo tiempo su arbitrariedad, sus parcialidades, y muchas veces aparece para disentir sobre un juicio literario que haya considerado injusto. Era una relación entre pares”.

De sus amigas fue la más importante: veranearon y compartieron espacios de identidad literaria común, como el grupo que formaron dentro de Sur. “Eran un grupo disidente, que formaba una suerte de cofradía y compartían lo fantástico. Excepto Silvina, las mujeres que entraban en ese grupo lo hacían a través de Borges, entraban y luego se iban, como sus relaciones”. Estela Canto, por ejemplo, conoció a Borges luego de una cena en casa de los Bioy-Ocampo.

Con todas ellas Borges armó una geografía ficcional y pasional.

Del mismo linaje, otra incondicional con encuentros y desencuentros fue Victoria Ocampo la artífice de revista Sur, el laboratorio estético que reunió a los más destacados autores de la escena local. A la muerte de la fundadora que expandió los horizontes de la obra borgeana y candidateó secretamente al cuentista para la dirección de la Biblioteca Nacional, Borges confió: “Yo sólo le debo favores. Favores hechos de la manera más delicada posible”.

María Esther Vázquez, otra de sus grandes amigas, quien trabajó con él en su despacho de la Biblioteca Nacional y en la década del ’60 publicó dos libros sobre literatura (inglesa y germánica medieval), declaró alguna vez que “Borges tenía un sentido decimonónico de cómo actuar con las mujeres” y que se enamoró “unas 500 veces”.

Se refirió a que cuando el poeta “quería interesar a una mujer su técnica era decirle ‘¿por qué no escribimos un libro en colaboración?’ y la persona se volvía loca. ¡Que Borges te juzgara capaz de escribir en colaboración con él ya te daba un sentido de autosuficiencia! Pero creo que era una técnica casi de seducción porque escribir un libro era trabajar juntos y verse todos los días”.

A través de Estela Canto, Borges y la escritora Alicia Jurado entablaron un vínculo que se materializó en “¿Qué es el budismo?” (1976). Años después, Jurado aclararía que sólo lo ayudó: “Lo ayudé en el sentido de que todo trabajo para el cual se precisara ojos yo lo hacía. Revisar pruebas, investigar, leer. Bueno, él era tan cortés. Me decía: ¿Qué te parece? ¿Te parece que lo pongamos así?. Si a mí se me ocurría algo diferente, se lo decía y él no tenía problemas si le parecía mejor”.

En materia de ensayos, sus obras en colaboración incluyen además a Silvina Bullrich, Margarita Guerrero, Delia Ingenieros, Estela Zemborain de Torres y Betina Edelberg. En cambio, en ficción solo escribió una obra a cuatro manos. La beata fue Mercedes Levinson y el resultado el cuento “La hermana de Eloísa”, publicado en 1955 en la editorial Ene.

Testigo de ese capítulo fue la hija de Levinson, Luisa Valenzuela, quien recuerda las citas por la tarde en el living de la casa y del otro lado de la puerta el sonido de las risas -“compartían un especial sentido del humor y una comprensión poética y a la vez juguetona de la vida”-. Cuando la puerta se abría -signo de que la jornada había terminado- Borges le decía a la adolescente: “Hoy trabajamos mucho, completamos una línea”.