La peluca beatle de Borges y otras aventuras en Mar del Plata
Mar del Plata cuenta entre sus playas, calles y casa de altos estudios varias historias sobre la vida de Jorge Luis Borges, quien supo ganarse el afecto de estudiantes, artistas plásticos y amigos.
En Mar del Plata, en la esquina de La Rioja y San Martín, en la misma manzana donde funciona el palacio municipal del partido de General Pueyrredon, se inauguró el 24 de agosto del año 2000 un mural en el que se ve a Jorge Luis Borges mirando desde las alturas una ciudad hecha de libros.
Se trata de una moderna Babel de libros que fue realizada por un grupo de “maquinadores” del proyecto integrado por los dibujantes Miguel Repiso (Rep), el escritor“Cachi” García Reig y Marcelo Franganillo, reconocido marplatense ligado a la gestión cultural y la comunicación.
El mural fue realizado por la Escuela de Cerámica de esa ciudad balnearia y tiene 14 metros de ancho, 9 metros de alto y 3.200 azulejos, lo que la convierte en la obra más importante que se ha realizado en honor a Borges en la Argentina.
El presidente del Ente de Cultura de aquel entonces, Nino Ramella, contó: “Según cuenta la leyenda él dató ‘La Biblioteca de Babel’ en Mar del Plata. Acaso lo hizo como travesura, pues es improbable que la haya escrito en nuestra ciudad. Pero creo que sería una buena referencia para su vínculo con Mar del Plata”.
La relación de Borges con Mar del Plata fue básicamente “a partir de su vínculo con Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, quienes allí tenían su casa de veraneo -hoy conocida como ‘Villa Silvina’- que habían comprado a Diógenes de Urquiza”, cuenta.
Ramella enfatizó: “Muchas noches comían en lo de Victoria Ocampo, hermana de Silvina, que tenía por aquel entonces su Villa lindera con la de su hermana. Al comienzo de los ’60 Victoria se había enamorado de un grupo de vanguardia: The Beatles. Por lo que les hacía escuchar a sus comensales los discos que había traído de Inglaterra”.
Es más, recuerda Ramella, “había traído pelucas imitando los pelos largos de sus integrantes. En una de esas noches en Villa Victoria a la anfitriona se le ocurrió ponerle a Borges una de esas pelucas, lo que lo enojó. Borges se fue ofendido a lo de Silvina, donde estaba parando”.
“Una noche que debí presentarlo en el Teatro Auditorium estábamos detrás del escenario esperando para empezar. Borges, que era tímido, me pidió una copa de grappa o de caña. Yo no tenía idea de dónde conseguir eso. No lo conseguí, pero sí un remedo. Una veterana empleada del Auditorium atesoraba en un armario una botella de Tía María. Eso tomó Borges y le sirvió para enfrentar al público”.
“Otra vez habíamos bajado del auto en la costa. Una mujer se acercó y le dijo: ‘Borges… nosotros podemos ser parientes, porque mi apellido es Suárez’. Borges tenía un abuelo con ese apellido. Entonces le respondió: ‘Vea señora, los árboles genealógicos no son más que una entelequia, porque después de todo la paternidad no es otra cosa más que una cuestión de confianza. Una sola infidelidad derrumba cualquier árbol genealógico”, recuerda.
Jorge Luis Borges formó parte de la cátedra de Literatura Inglesa de la Universidad Católica de Mar del Plata en el año 1967, que funcionaba en el actual colegio Santa Cecilia, ubicado en la calle Córdoba al 1300, y que en 1975 se transformó en lo que hoy es la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP).
Una ex alumna de ese establecimiento, Ana María Gatti, profesora de Letras, contó la experiencia de participar en las clases de Borges en la ciudad.
“Yo tenía 20 años y una vez por semana Borges llegaba en avión a Mar del Plata para dictar su cátedra a los alumnos de cuarto y quinto año de la carrera. Con mis compañeras nos escapábamos de nuestra clase -ya que estábamos en segundo- para escucharlo porque nos deleitaba su manera y forma de enseñar”, recuerda Gatti.
La profesora cuenta que Borges “tenía una voz monótona y mientras daba clases y sus ayudantes dictaban algo al alumnado él recitaba los ejemplos del ‘Beowulf’, lo que convertían a sus clases en abiertas para todo el público”.
Gatti cuenta que cierta vez, caminando por la costa de la ciudad con una amiga, se cruzó al escritor y su amiga dijo “me parece que es Borges”. A lo que el escritor, en una de sus habituales humoradas, respondió: “A mí también me parece”.
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