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Cultura 12 de junio de 2016

Al rescate del premio Nobel de Literatura 1990: Octavio Paz (1914-1998)

Cuando la poesía fue más importante que el poder

El poeta Octavio Paz supo manejarse cómodamente en el mundo de la diplomacia internacional, pero cuando la conciencia lo llamó a elegir, no dudó ni un instante: abandonó el poder y lo puso en evidencia.

Por Dante Rafael Galdona
Twitter: @DanteGaldona

Tiempos de cambio

Año 1968. El mundo hierve, bulle, una marea social global agita el agua de la política. Se exige un nuevo mundo. Al influjo del triunfo de la revolución cubana y la revolución cultural china, las épocas de bonanza económica artificial de la posguerra dan lugar a la movilidad social, y los consecuentes reclamos de un mundo más justo eran características imprevistas para los artífices del plan global. El mayo francés. En Argentina el cordobazo. El otoño caliente italiano. La zengakuren en Japón. El pacifismo contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos. En México Tlatelolco.
El orden mundial tambalea, se detiene impávido. Estudiantes y docentes, amas de casa, proletarios obreros y campesinos y pequeñoburgueses concienciados comienzan a comprenderse. Se asocian, se solidarizan, se organizan, luchan. La crítica al poder es despiadada y exacta. Se vislumbra un nuevo orden, se reclama justicia, se pide futuro. Utopía y rebelión son palabras cotidianas. Crítica y discusión, palabras que se siembran. La maquinaria mundial muestra el desgaste de sus piezas, los engranajes a veces saltan por los aires, otras veces se deshacen de viejos. En México, el poder intenta ajustar las piezas de un modo criminal, la represión es el arreglo que intenta el gobierno a través de “La matanza de Tlatelolco”.
Por regla general, los poetas son gente que sufre el mundo. La gente que sufre el mundo, por regla general, es gente de buenas intenciones. Los poetas de buenas intenciones no ven con buenos ojos cuando matan a inocentes, y menos cuando el asesino es el Estado. El poeta, buena gente, embajador, es parte del Estado mexicano, está en la India y es, quizá, el diplomático más preparado intelectual y humanamente que haya tenido México. Es Octavio Paz. Es quien sigue los hechos con una desilusión que le perfora las entrañas, una desazón tan profunda como sólo un poeta puede tener. Había seguido el proceso de los disturbios estudiantiles con los ojos de un intelectual despabilado, antidogmático y consecuente con las ideas democráticas y libertarias. Consideraba saludable la crítica y aconsejaba escuchar a sus portadores. Creía que sus reclamos eran el precio justo que se debía pagar por la movilidad social que había tenido lugar, y que los avances de la sociedad sólo tendrían lugar con criterios inclusivos.
“La matanza de Tlatelolco” lo despertó de ese sueño. El poder real no permitía más porciones en el reparto de la torta. El mundo no estaba preparado para métodos blandos, para heterodoxias intelectuales. Bala a los insurgentes y a otra cosa. Octavio Paz comprendió cómo eran las cosas después de esa matanza. Y como no aceptaba las cosas como eran, renunció a su cargo, jamás volvió a la política. Se refugió en la literatura, su casa desde niño.

La objeción de conciencia

Nació en el año 1914. Fue nieto de Irineo Paz, un escritor intelectual y político reconocido en ese entonces. Su padre fue parte de la revolución mexicana. Y él participó de las revueltas estudiantiles que reclamaban la autonomía universitaria. Como no podía ser de otra manera, en ese entonces fue marxista, aunque tiempo después abandonó esas ideas, no así la sensibilidad que lo había llevado a abrazarlas.
Atravesó un doble camino de política y literatura. Su familia había estado ligada al poder desde los tiempos de su abuelo, quien perteneció al gobierno de Porfirio Díaz.
Su actividad literaria y su familia de políticos le abrieron las puertas a la diplomacia, por lo que recorrió lugares tan disímiles como Estados Unidos, Francia, Japón y la India. Tres de estos lugares epicentros de los posteriores movimientos rebeldes de fines de los sesenta.
En esos lugares no desatendió su afán literario, de hecho en Francia conoció a André Breton y el surrealismo, una corriente que marcó fundamental influencia en su obra. El misticismo de la India lo atrapó, lo envolvió, lo sedujo, lo completó y lo cambió. Ya jamás volvió a ser el mismo Octavio Paz después de la India, ni como persona ni como poeta. Como persona porque demostró una inconmensurable integridad moral al renunciar, aduciendo una objeción de conciencia, al cargo diplomático tras “La matanza de Tlatelolco”. Como poeta porque incorporó a su obra sutilmente la espiritualidad de la cultura hindú.
Colaboró y ayudó a fundar un sinfín de revistas literarias de alcance internacional. En México ayudó a dar a conocer la voces de nuevos escritores y poetas a través de sus publicaciones como la revista “Taller”, un faro de la poesía mexicana, que fundó junto a Efraín Huerta, “El corno emplumado”, más inclinada a la crítica literaria, y “Plural”, en la que además de literatura y crítica literaria sumaba espacio la crítica política. Todas estas publicaciones fueron peldaños de lujo para llegar a la que fuera la revista más influyente de México y que continuaría hasta su muerte en 1998: “Vuelta”.

Teórico y práctico

Cosa rara el poeta Octavio Paz. Porque fue poeta y ensayista. Porque no sólo escribió poesía, teorizó sobre ella y su teoría fue tan grande como su práctica.
Cuando Octavio Paz escribe, ejecuta sus propias teorías poéticas. No se sumerge al caos de la creación, fundamenta cada trazo en arquetipos teóricos. Pero a sus poesías no se les ven los hilos del ensayista, ni del teórico, son obras claras, se fundan en el sentir del poeta y no en su intelecto.
Se impulsa en el romanticismo, salta a través del surrealismo y cae en el modernismo, pero Octavio Paz es más que una mezcla de corrientes literarias, es un universo poético ilimitado, el infinito Paz. Porque Paz recorre mundos, el lector recorre mundos y se identifica con esa otredad que Paz nos presenta en cada poema, ese otro que es el lector, como individuo y humanidad al mismo tiempo.
Después de Octavio Paz, la poesía no volvió a ser la misma.