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Cultura 12 de junio de 2016

Para matar la poesía: El capricho de Sandrita

Por Federico Bagnato

www.paramatarlapoesia.com

Finalmente Sandrita se paró sobre la pelota. Pasaron tres meses desde que mamá la compró y ella se empecinó. Yo la ayudé un poco, pero el mérito fue de ella, que cuando estaba tomando la leche llegó con esa cosa enorme a casa y yo escupí todo porque no podía creer que Sandrita cargara algo que era dos o tres talles más grande que ella. Ese día Sandrita se enojó porque le hice burla, y me lo dijo ¡ya vas a ver! cuando me pare vas a parar de reírte. Ahí se me borró la sonrisa de la cara, porque pensar que una nena de cuatro años diga algo así fue un poco chocante. Y le pidió a mamá todos los días después del colegio que la ayudara con la pelota, pero ella trabajaba todo el día; y cuando tenía tiempo libre quería sentarse a ver la televisión, como todos los que trabajan muchas horas al día. Entonces mamá me obligó a que yo la ayudara. Lo hice de mala gana al principio, porque nadie quiere que le digan lo que tienen que hacer. Pero cuando tenés ocho años a nadie le importa lo que quieras hacer. Con el pasar de las semanas, todo se volvió más divertido porque nos reíamos ridículamente. Sandrita se me aparecía al borde de la cama con la pelota entre las manos y me miraba hasta que me despertaba, pero a veces yo me hacía la dormida y la espiaba. Creo que eso fue lo más lindo que recuerdo de nosotras: verla ahí parada y expectante… toda despeinada porque se había escapado de la cama y sin perderme de vista ni un segundo. Pero un día mamá volvió loca del trabajo porque alguien la había golpeado y entró gritando a casa y Sandrita quería que la ayudara con la pelota y mamá la empujó y agarró una cuchilla del cajón de la cocina y le reventó la pelota. Creo que Sandrita se petrificó porque quedó blanca y dura. Yo me largué a llorar por los gritos de mamá y ella dijo algo que no quise escuchar, pero era algo feo porque me gritaba y me apuntaba con el cuchillo mientras escupía rabia; nunca la habíamos visto así. Cuando Sandrita reaccionó vino corriendo a mí y la cargué para correr a la habitación. Nos encerramos y mamá empezó a golpear la puerta. Nos quisimos escapar al patio por la ventana, pero después de ayudar a salir a Sandrita quise saltar y me lastimé un tobillo… Cuando mamá llegó tuvimos mucho miedo, pero se disculpó y volvimos a la casa. Al cabo de unas semanas nos compró una pelota nueva y al poco tiempo, cuando Sandrita se pudo parar sobre ella, la desinfló y la guardó en una caja debajo de la cama que no volvió a sacar nunca más.