8.45 de un día cualquiera que no le importa a nadie. Un hombre yace muerto por el rotundo choque entre el desamor y el abandono. Navegó demasiado entre los sinsabores y el sinsentido.
Un hombre raído y sucio se acurruca cada vez más en posición fetal. La oscuridad de su rostro lleno de tierra y quemaduras de vida, no dejan ver su tono de piel. Su ropa tiene el mismo color que su cara y su pelo, es de ese tono oscuro de una sociedad abandónica y cruel.
En la mañana que comenzaba sin dolor, su cuerpo no hacía eco del frío ni del desencanto. Su piel, un solo cayo, como el que rodeaba su corazón.
El sol pintaba sus tonos tierra en sus ojos, en su pelo, crespo de estrés y vino sin añejar.
Raído, lleno de una vida quemada de un día a día de miradas, de desprecio, de indiferencia, de molestias ante su presencia.
Su presencia que sin querer, denuncia un mundo que no es para todos.
Su mirada, su pregunta, su pedido, su presencia. Todo es carga, antiestética y pordiosera. Todo es lástima que lastima las manos que se alejan para no herirse de fracaso.
Su olor, vomitivo, de mugre y abandono. Un olor que nos recuerda lo podrido del mundo que habitamos a diario sin olfato.
Y muere, con miradas ausentes, indiferentes, sin una lágrima, sin familia, sin vecinos, sin ciudadanos, sin solidarios, sin humanos.
Es que; para el fracaso y para el éxito que podría contar, de una vida corta o larga, vive y muere un vagabundo cada día. Porque acaso el sentido de una vida, puede ser mirar hacia el mundo con los ojos llenos de curiosidad, o palpitar ante el amor que no vendrá, o llorar por inutilidades, mientras otros no tienen fuerza para expresar su llanto ante el dolor de la tortura que significa vivir sin esperanza.
Caminando hacia el final de la existencia sin meditar, vamos de la mano de la nada, en la soledad de un alma que no tiene par.
Un alma que empieza y termina sola. Un alma que respira por un intento más.
Esta es la vida sin historia, la pregunta sin respuesta, de lo desapercibido que podés pasar en el mundo hagas lo que hagas. Y lo maravilloso de no creer en nada, ni comprometerse con nada, o de que no te importe lo que el otro piense.
Una vida de empresas iniciadas, de pisadas en falso y baldosas flojas.
Si nuestro sentido en este mundo se hace estadístico acaso. Muere el hombre que quizá fue padre amoroso, amante esposo, doliente silencioso, loco abandonado, hombre en situación de calle, viejo solo y sucio tirado en un rincón de una vereda tan sucia como debería estar el alma de quienes lo dejamos ahí, aun sin verlo, aun sin pasar por la esquina donde ahora sigue habiendo mugre. Acaso todos venimos al escenario de la vida para irnos sin aplausos cuando cae nuestro telón, un día más, quizá a las 8.45.
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