Un “Mono” gigante, y aquellas pequeñas cosas…
La intimidad de Germán Burgos en Mar del Plata, compartida con LA CAPITAL. El marplatense prefiere su ciudad a los más sofisticados destinos para sus vacaciones. El asado en lo de Bosco, el truco, las caminatas, el fútbol y el seguimiento de "sus" jugadores.
por Vito Amalfitano
De Piazzolla y Vilas para acá, varios marplatenses hicieron historia por el mundo. En una ciudad cosmopolita como la nuestra, la identidad llegó a ser más de exportación que de consumo interno.
De esos embajadores selectos, plenipotenciarios, por talento y singularidad, hay pocos como Germán Burgos. “El Mono” es único marplatense en dos mundiales de fútbol, campeón de América en el arco de River, el gran rockero del fútbol, una historia de vida y lucha particular, con personalidad, intelecto y humor que superan la media general de los jugadores. Y ahora, por si esto fuera poco, el técnico alterno del entrenador sensación en Europa, Diego Simeone, doble finalista de la Champions, campeón de España con Atlético de Madrid.
Ese marplatense célebre, casi como ninguno de su dimensión, no deja de volver a la ciudad. O, mejor dicho, nunca termina de irse.
Cuando la mayoría de futbolistas y entrenadores argentinos exitosos por el mundo, si no están en competencia por Copa América en este caso, eligen vacaciones en los lugares más sofisticados, sobre todo en el verano europeo, Burgos prefiere pasar todas sus semanas libres en el actual frío polar de Mar del Plata, con sus olores, con sus comidas, con sus juegos y con su gente, con sus recuerdos? “El Mono” es un gigante del fútbol, pero sigue eligiendo aquellas pequeñas cosas…
Con “el Mono” Burgos vemos Argentina – Panamá en el quincho Julio Grondona de Jorge Bosco. El hogar de la familia de su mejor amigo de la infancia, Fabián Bosco. Y con su propia familia, su mujer y tres hijos. “Bueno, se terminó la joda”, dice cuando empieza el partido y todavía no llegan los postres de un suculento asado. Y enseguida cambia su posición en la mesa para quedar de frente al televisor y ver el partido. “¿Sos de ver mucho fútbol que no tenga que ver con Atlético de Madrid?”, le preguntamos. “Es mi trabajo, tengo que ver, y en la Selección más, porque hay jugadores nuestros?”, nos contesta. Y sobre sus definiciones sobre los futbolistas argentinos del equipo del “Cholo” Simeone no podemos dar cuenta públicamente porque un rato antes nos explica, como un auténtico profesional, que no puede ofrecer entrevistas en este tiempo de receso de acuerdo a condiciones del contrato con Atlético de Madrid.
La profesionalidad, sus recuerdos, su lugar en el mundo
La profesionalidad aflora en esos dos gestos, la idea de ver el partido para observar a “sus futbolistas” y en el pedido de disculpas por no poder ofrecerle a LA CAPITAL una de esas entrevistas amplias e intimistas que en otros tiempos nos dispensó, desde haber seguido su carrera en los comienzos, cuando atajaba para la Selección Juvenil de Mar del Plata campeona provincial. “¿Te acordás en los colectivos destartalados que viajábamos?”, me comenta. Y sí, una Selección que arrasaba en la provincia, que ganaba un partido en cada esquina, hacía cientos de kilómetros en los más precarios micros naranjas escolares. Y ahí, con los pibes, con “el Mono”, con el gran Alejandro Giuntini, viajábamos un par de incipientes periodistas (que atesoramos ese privilegio para nuestras carreras), quien esto escribe, para El Atlántico, Miguel Trezza para LA CAPITAL. “El Mono” se acuerda de todo, y hasta me sorprende con una crítica hacia mi libro, “Pelota Cibernética, la novela de los mundiales”. “Todo muy lindo, pero te olvidaste de algo?”, me lanza. “Los recibimientos que tuvo Olguín acá después de haber ganado el Mundial 78”, me apunta. “Uno de ellos ‘se lo hicimos en el club’, en Florida, eran cuadras y cuadras de gente, eso fue impresionante”, recuerda. Lo marca como crítica porque en el libro damos cuenta de su condición de marplatense que estuvo en dos mundiales, el del 98 y el de 2002.
Con la pasión de siempre, y la claridad para explicar y transmitir que lo transformó nada menos que en el segundo de Simeone, nos dibuja imaginariamente sobre la mesa los movimientos que hacen y que deberían hacer algunos futbolistas. Lo hace con soltura y libertad, sólo posible por la confianza de muchos años con el periodista. Sabe que no romperemos el pacto de confidencialidad, el off de récord, sus disculpas por no poder dar entrevistas por contrato.
El agasajo gastronómico es de Jorge Bosco, el presidente de la Liga Marplatense de Fútbol un cuarto de siglo, que también hizo este aporte extra, entre otros al fútbol de la ciudad: haber llevado al “Mono” a Florida a los 14 años y después al seleccionado marplatense. Lo recibe en el Quincho Grondona también con la sorpresa de los amigos de la infancia, con Alejandro García y compañía. Acompañan a Germán su mujer, sus dos hijas y su hijo varón de 15, que ya juega al fútbol, y sobre quien cuenta un detalle, un “consejo” que le dio con el mismo tono particular con el que patentó en la tele esa ya famosa anécdota con Blas Giunta.
Y participa del encuentro toda la familia de Bosco, algunos de sus propios amigos personales, el doctor Lorenzo y su hijo riquelmista, y este periodista.
Tras el partido y el asado, Germán, como cabeza de grupo, pide papel y lapicera y arma con detalles las parejas del torneo de truco. Como no podía ser de otra manera, una vez más su compinche, como desde chiquito, es Fabián Bosco. Un par de parejas hasta sorprenden con indumentaria propia para la ocasión. Ellos vuelven a quedarse con el título.
Del asado y el truco de la noche Germán Burgos pasará a la larga caminata por la mañana en la costa, que ningún termómetro bajo cero detendrá. “Ves, -me dice-, así bajé 50 kilos”. Y me muestra en el teléfono los kilómetros de caminata que hace cada día, todo registrado. “11,5 kilómetros, 12 kilómetros?”. “No bajo de eso, no hay otro secreto, caminar y caminar, siempre caminar, y acá es más divertido”, me apunta. Le decimos de hacer una foto de esas caminatas. “Búsquenme desde arriba, me van a encontrar, salgo todos los días ja, ja”, dice, avisándole a algún dron. Nunca abandona la carcajada. Es su marca en el orillo. Con ese espíritu “El Mono” Burgos salió adelante en su pelea más difícil, con esa alegría y esa mentalidad ganadora que le transmitió papá, desde el arco y desde la vida. No está físicamente desde 2011, pero su recuerdo es otra de las cosas que viene a buscar siempre a su Mar del Plata, desde dónde nunca termina de irse.