“Morir ahí, abrazado al General”: la historia del marplatense que fue el anfitrión de Perón en la ciudad
Buenaventura González recuerda con exactitud cada instante de lo que vivió el 12 de marzo de 1954 cuando, siendo secretario general del Sindicato de Empleados de Comercio de Mar del Plata, recibió al entonces presidente Juan Domingo Perón para inaugurar la sede de ese gremio.
Buenaventura González recibe un abrazo que no olvidaría nunca.
Por Marcelo Pasetti
Fue hace exactamente 23.815 días. O si se quiere, 65 años, dos meses y 13 días. Para Buenaventura González, ex secretario general del Sindicato de Empleados de Comercio de Mar del Plata (SEC), ex candidato a intendente, y ex presidente del Partido Justicialista de Mar del Plata, parece que fue ayer.
No hay jornada en la que, al menos por un instante, no recuerde lo que vivió aquel 12 de marzo de 1954, cuando a las siete de la tarde, ante una multitud que se agolpó a lo largo de la calle Córdoba, entre Luro y Belgrano, el entonces presidente de la República, Juan Domingo Perón, inauguró la sede del Sindicato de Empleados de Comercio de Mar del Plata.
Buenaventura fue testigo y protagonista de aquel hito en la historia de la ciudad. Hoy con 95 años -nació el 25 de enero de 1924-, una memoria para envidiar y una vitalidad que se burla de lo que marca su documento, en el mismo sindicato de toda su vida, con el titular del gremio, Guillermo Bianchi y el de Previsión, Rogelio Zumpano, como testigos, se entusiasma con los recuerdos, abre un maletín, saca recortes y fotos, y asombra por la facilidad con que identifica a cada uno de los actores políticos y gremiales de aquellas décadas.
La vida y el trabajo
Típica historia de padres inmigrantes, los suyos llegaron de España, compraron un terreno, pusieron una panadería, y Buenvantura González trabajaba como uno más, admirando la facilidad con la que su madre analfabeta y sorda manejaba las ventas, finanzas y repartos, y su padre descansaba sólo algunas horas para trabajar todas las restantes.
El hombre que años después recibió a Perón en la flamante sede mercantil de Córdoba 1771 también trabajó en una inmobiliaria, en una zapatería y en una prestigiosa tienda. Comenzó a reunirse con siete u ocho compañeros, primero en la cocina de su casa y luego en otras viviendas, hasta que alquilaron un local en Moreno 3443 adonde se multiplicaron las visitas de otros empleados de comercio, de Los Gallegos, Casa Boo y Famularo, inquietos también por los atropellos que se cometían y pugnando por mejores condiciones laborales.
“Nuestra única preocupación era que viniera y vino. Cada vez que lo recuerdo vibro. Yo le di la bienvenida y él después me abrazó. ¡Yo quería morirme ahí, abrazado al general!”
Lo cierto fue que crecieron las expectativas, y finalmente, en 1943, a raíz de las negociaciones generadas en el Congreso General de Empleados de Comercio, se determinó que la filial que practicaba las actividades en esta ciudad se constituyera como parte integrante de lo que en ese momento era la Confederación Argentina de Empleados de Comercio, estableciéndose la figura de delegación Mar el Plata y Zona Atlántica.
Pero detengamos el tiempo en ese veraniego 12 de marzo de 1954, cuando se inauguraría la tradicional sede de la calle Córdoba del Sindicato de Empleados de Comercio.
La ciudad estaba convulsionada por la realización del Primer Festival Internacional de Cine. La cinematografía más importante del momento dijo presente, a través de las películas proyectadas y de la visita de sus protagonistas.
Algunas de las obras exhibidas fueron Pane, amore e fantasía / Pan, amor y fantasía, de Vittorio de Sica; La ilusión viaja en tranvía, de Luis Buñuel; The Glenn Miller Story, Música y lágrimas, de Anthony Mann; Sommarlek, Juventud, divino tesoro, de Ingmar Bergman y Fröken Julie, La Señorita Julia, de Alf Sjöberg y el cine argentino estuvo representado por El grito sagrado, de Luis César Amadori y La calle del pecado, de Ernesto Arancibia.
El presidente Perón hablaba ante una multitud en la inauguración de la sede del SEC.
Errol Flynn y Perón cerca del mar
Las figuras más relevantes de la época engalanaron a la ciudad. De la meca del cine hollywoodense asistieron Errol Flynn, Mary Pickford, Joan Fontaine, Claire Trevor, Edward G. Robinson, Fred MacMurray, Ann Miller, Walter Pidgeon y Jeannette McDonald. De Francia, Viviane Romance y Jeanne Moreau; de Italia Isa Miranda, Lucía Bosé y Alberto Sordi; de Gran Bretaña Trevor Howard; de España Fernando Fernán Gómez, Aurora Bautista y Ana Mariscal. Como invitados especiales, el Festival contó con la presencia de la alemana Lil Dagover y el canadiense Norman McLaren.
“Sabíamos que Perón vendría al Festival, y ya durante varios días antes mandamos a hacer afiches con carteles de bienvenida. Gracias por su visita, decían, y en realidad era una trapisonda porque no sabíamos si el General iba a venir a inaugurar la sede. Lo volvimos loco a Angel Borlenghi (ministro del Interior, ex secretario de la Federación Nacional de los Empleados de Comercio) para que convenciera a Perón. Borlenghi paraba en el hotel Riviera, a pasos del Provincial, donde estaba el Presidente”, relata Buenaventura con lujo de detalles.
“Ahí me quise morir”
“Eran las cinco o seis de la tarde y nosotros, con todo listo, y una multitud agolpada en las calles, no sabíamos si vendría Perón. Lo volvimos loco a Borlenghi, quien estaba tranquilo en el hotel mientras yo me desesperaba. El ya tenía todo armado pero estaba cuidando al General. No quería que hubiese problemas. Poco antes de las siete de la tarde llegó Borlenghi al gremio, junto a su esposa, y cuando me saludó me dijo al oído: ‘Petiso, en un ratito va a venir Perón’. Ahí me quise morir“, evoca con una sonrisa franca y contagiosa.
Y llegó el momento. “¡Madre de Dios! Lo que fue verlo entrar. Era una cosa de locos. La calle explotaba, la gente adentro del gremio cantaba, lloraba. Fue algo irrepetible, imborrable. Tendré cien años (le faltan apenas cinco) y lo seguiré reviviendo con emoción”.
El acto fue más bien corto. Perón ya había estado paseando en motoneta, conociendo Sierra de los Padres y visitando un hotel de la Fundación Eva Perón. “Nuestra única preocupación era que viniera y vino. Cada vez que lo recuerdo vibro. Yo le di la bienvenida y él después me abrazó. ¡Yo quería morirme ahí, abrazado al General!”, refiere, y muestra las fotos de LA CAPITAL de aquellos días. El las mira con detenimiento, como si las estuviera descubriendo ahora. “No quería más que morirme así. Gracias mi hijo, ojalá todos los sindicatos del país estuvieran organizados así, me dijo, y después hicimos una recorrida por el gremio pero yo estaba en otro mundo”.
Civiles opositores al gobierno destrozan el sindicato y queman la biblioteca en la calle.
Guardia en los techos
Fue la primera y única vez que Juan Domingo Perón inauguró un sindicato en Mar del Plata, el mismo que con Buenavetura a la cabeza, los máximos representantes del gremio intentaron defender durante la Revolución Libertadora, montando guardias en el techo.
Y luego, lo ocurrido en su departamento de San Martín entre Santa Fe y Corrientes, cuando a las tres de la mañana se lo llevó la policía hasta la Unidad Regional.
“A las seis de la mañana nos esposaron y nos llevaron en un colectivo a Buenos Aires, al sótano de la jefatura de policía que era una cárcel. Estaban los punguistas que practicaban cómo afanar guita de los bolsillos y de ahí nos llevaron a Caseros y luego a la Penitenciaría Nacional, donde separaron a los políticos de los presos comunes”, relata, y se emociona cuando recuerda lo sucedido tras la primera noche en ese lugar.
“Cuando nos levantamos y fuimos al patio -precisa- apareció Hugo del Carril tocando la guitarra y cantando la marcha peronista con todos los presos. Fue de locos porque nos dio fuerza. Al final nos llevaron a otra cárcel donde estuvimos varios meses. Fue duro”.
Un hombre feliz
Candidato a intendente en las elecciones de 1962 junto a Angel Roig y Jorge Raúl Lombardo (ganador de los comicios), Buenaventura estuvo al frente del sindicato de los mercantiles entre 1946 y 1955. El 2 de octubre de 1951, el sindicato obtuvo la personería gremial. “Fijate lo que es Buenaventura que no quiso ser el afiliado número 1. El es el número 5, porque hizo anotar primero a sus compañeros”, apunta con orgullo y admiración Bianchi, hoy al frente de este sindicato modelo en la ciudad.
De aquel primer local de Buenaventura con una mesa y dos bancos se llegó a “este monstruo -acota el histórico dirigente- con servicios que por calidad y frecuencia no presta ningún otro gremio ¡Mire lo que es esto! Fueron ellos -reflexiona observando a los miembros de la actual conducción que lo siguen escuchando con total atención- los que se animaron a seguir creciendo. Con estos chicos nos entendemos, y estoy feliz, chocho con esta evolución”, acota antes de atender la llamada de su esposa al celular, quien lo reclama para compartir el almuerzo.
Antes de la despedida se acerca al periodista y deja su confesión. “¿Sabe una cosa? Me considero uno de los soldaditos de aquella época. Nunca tuve pretenciones de llegar adonde no podría cumplir. Soy un hombre feliz. No hay mejor premio que la gente se acuerde de lo que uno hizo bien y con ganas en la vida, así que le aseguro amigo que más no puedo pedir”.
Buenaventura González junto a Guillermo Bianchi, actual secretario general del SEC.
El 17 de octubre de un “pajueranito”
Ni idea tenía Buenaventura González, que el día que le dieron la baja en la “colimba”, en Neuquén, se convertiría en una jornada histórica para la Argentina.
En enero del 45, ingresó como soldado conscripto en el regimiento de Zapala. “Mi colimba fue en una oficina. Yo manejaba un libro de códigos, donde volcaba por escrito las órdenes que llegaban del Comando. Vivía como un señorito francés en una piecita para mi solo. No estaba en la cuadra con el resto de los colimbas, casi todos marplatenses”, recuerda.
En octubre se produjo la primera baja y él estuvo entre los beneficiados. Simplemente le dieron un pasaje en tren hasta Constitución. “Cuando llegué a Buenos Aires vi un movimiento extraño. Taxis, automóviles, gente gritando por la calle… No tenía idea de lo que pasaba. Venían los tranvías con gente hasta en los techos. Como buen pajueranito nunca había estado en la Capital. Me llamaba la atención tanta gente caminando por la calle. ¿Será costumbre de esta gente ir por la calle y no por las veredas?, me preguntaba. Aburrido y sin nada que hacer me metí entre ellos y terminé en la Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno”, simplifica. Era el 17 de octubre de 1945.
En las espaciosas oficinas del Sindicato de Empleados de Comercio de la avenida Independencia, González apunta que “el 17 de octubre de 1945 para mí no fue el día del bautismo del peronismo porque yo ya era peronista. A mí me dieron la baja justo ese día y me encontré con esa sorpresa que fue un regalo de Dios que jamás podré olvidar”.
Hace una pausa de un par de segundos y cuenta con emoción lo que sintió en aquella noche en la Plaza. “Casi me muero cuando anunciaron que Perón se dirigiría a la multitud. Yo estaba solito, sin amigos, entre esa marea humana. No nos podían callar. Estábamos todos enloquecidos”, narra con una sonrisa quien años más tarde recibía al entonces presidente Juan Domingo Perón en el gremio de toda su vida.
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