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Opinión 2 de junio de 2019

Drogas: química, muerte o porvenir

Imagen ilustrativa.

Por Juan Alberto Yaría
Director general GRADIVA: rehabilitación en adicciones

“…en el futuro próximo habrá una profesión que se llamará la del ‘oyente’ para romper la focalización del Ego”. Byung-Chul Han, En el enjambre.

Jorge vuelve hace unos años de una recaída y sufre enormemente con dolores corporales y un malestar generalizado, con una ansiedad creciente que le impide dormir, y con fantasmas y pesadillas que lo asaltan permanentemente. No descansa ni puede dormir viviendo sobresaltado.

Sufre mucho ya que los opiáceos y el Paco dejaron su huella luego de días y días metido en la tumba de los “desaparecidos sin nombre” como son ciertos “aguantaderos” de hoy (sectores de las villas, pisos de consumo en lugares distintos incluso en zonas VIP). Solo busca drogarse, los profesionales que lo atendemos debemos -es un deber-, según él, darle la dosis buscada que siempre es poca.

En lo toxicológico queda preso de la tolerancia -cada vez más y más sustancias que lo hacen un mayor dependiente-, siendo así capaz de aceptar algo, buscándolo y sin ofrecer resistencia y cada vez quedando sujeto a una suma infinita que es una resta final en la sobredosis o en la muerte próxima. Y por fin una compulsión incesante con una obsesión que no cesa hasta una abstinencia con dolores, pesares físicos y distintas alteraciones.

Las situaciones adictivas lo ubican en aquellos que marca el Diccionario de Letras: adiccere en su primera significación, significa encadenado a…; abandonado a…; entregado a…; consagrado a…; o sea es un esclavo.

Sobre esto, Agamben en su libro “Estado de excepción” nos muestra en que consiste el estado de expropiación de la subjetividad cuando un sujeto queda envuelto en un conjunto de relaciones de poder (la sustancia como poder máximo, el grupo de distribuidores y dealers, un cerebro de-corticado con “default” de las estructuras de control y del pensamiento, etc.).

Nos enseña que hay un grupo de fuerzas que proceden en dirección opuesta a la subjetivación y van triunfando los procesos de subjetivación. Como sujeto es solo un resto que implacablemente busca repetir la alucinación poco placentera y cada más mortífera que le propone su voracidad insaciable.

Jorge no tolera más que dosis letales para su salud, y el esfuerzo afectivo del equipo y los sistemas de contención parecen no bastar. Desde los 13 años hasta sus actuales 30 está entregado al… consumo. Ciclos muy breves de cesación de consumo acompañaron estos años. Se esforzaba por estudiar, lograba buenos resultados superando ciclos de atención que no superaban los cinco minutos de lectura siempre con un apoyo externo (los padres) hasta lograr cuatro horas seguidas y un avance consiguiente en los estudios.

Pero ante cada logro aparece cual personaje mitológico Sísifo aquel donde relataban los griegos el alzar la piedra hasta la cúspide de la montaña para frustrarse hasta que ésta caía y volvía a subir. Masoquismo permanente; quizás esa es la historia de un consumidor de sustancias.

La degradación humana

Todo esto hace innecesaria la actividad cortical, pues solo basta el cerebro automático y “reptiliano” en la búsqueda de una satisfacción ilusoria. Así este sujeto expropiado se devora a sí mismo como una boca o todo agujero que se devora a sí mismo.

Así tres estructuras quedan hipotecadas: la actividad cerebral reducida a movimientos reflejos automáticos; la subjetividad alienada en el “dealer” y sin estructuras de espera y reflexión; la caída de todos los ordenamientos socio-parentales (“transas”, sexo por drogas, robos, transgresiones legales, grupos de desaparecidos “sin nombre ni identidad” que se juntan en el cementerio de los “nadies”).

Hay muchos “Jorges” en nuestro país que vagan por centros de rehabilitación y guardias de hospital buscando una ilusión ciega, ya sin porvenir. Es un tiempo sin futuro más que sujeto a una repetición incesante. Solo la presencia de los padres como garantes es la esperanza junto a un equipo médico que pueda sostenerlo en sus ciclos de angustia y ofertarle amorosamente un camino diferente.

El triunfo de lo humano

Carlos y sus padres están contentos y con la sensación de un deber cumplido. Los conocí hace dos años. Luego de una sobredosis, en donde moribundo, estaba en terapia intensiva. Tras años de consumo de cocaína y éxtasis comienza una rehabilitación en Gradiva.

No podía unir una vocal con una consonante en su discurso y era una verdadera “ensalada de palabras” cuando intentaba comunicarse. Fueron dos años duros y se cumplieron ciertas reglas claves: los familiares como garantes y acompañantes del tratamiento; la motivación alta de Carlos de dar un viraje en su vida y con una conciencia de su problema creciente; la institución que lo “alojó” en todo el sentido de la palabra. Este triángulo virtuoso es fundamental en una rehabilitación.

Hoy sabemos que el primer año de trabajo con los pacientes severamente dañados por el uso de sustancias es fundamental ya que solo entre el 25 y el 50% logran mantenerse sin recaídas y generar un proyecto de vida tratando que ese triángulo virtuoso se profundice día a día en ese primer año.

El triunfo mayor en los muy dañados por el abuso de sustancias se da según los estudios internacionales luego de 5 años de abstinencia de consumo y la participación en un programa de rehabilitación con grupos, el corte con todos los grupos de consumo y la posibilidad de darle un contenido a su vida luego de años de vacío existencial. La presencia familiar.

Cuando todo esto se empieza a lograr, el paciente no solo es escuchado sino que empieza a escuchar y ahí se abre al mundo. En realidad el paciente parece ser una caricatura de un modo de vivir que prefiere el flash instantáneo a la espera de la escucha que es lo que me permite pensar. Escuchar parece ser la clave para pensar, detenerse, evaluar y no estar encandilado por las respuestas inmediatas. Eso lo aprendemos en la escuela de la vida y en los grupos de rehabilitación. Sin químicos supletorios, sino con palabras liberadoras.

Escuchar es lo único que hace que el otro hable. En realidad la droga nuestra de todos los días parece ser el narcisismo con la ilusión ciega del saber que es la ignorancia alienante.