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Cultura 19 de mayo de 2019

Gracias, pero no

por José Santos

Umberto Valdivia, -el gran jefe que todo lo maneja- aun no desciende de su avión, cuando ya le anuncia a Ticher Huaman que será su nuevo Señor Dos. Es un ascenso sorpresivo, que deja sin palabras a Huaman, tanto que balbucea:

– Pero… Miguel Ángel es brillante.

– Era. Anoche, se ahogó en su pileta.

Hay un tono molesto, irritado en su voz. Le extiende un ejemplar de Trome, el diario más vendido de Perú. Página 17, sección policial: “…fue hallado anoche, Miguel Ángel Khon, ahogado en su piscina. Así, el Grupo inversor BigTrade pierde de manera imprevista a su CEO, un empresario filántropo que desaparece en su plenitud. El informe forense no informa sobre heridas, ni drogas ni signos de violencia. La familia, que se hallaba en la casa, está abrumada en la desolación ante lo que parece para la policía federal un claro caso de suicidio…”

Huaman estupefacto, sigue inmóvil. Después, se vuelca como si tuviera un resorte, para decir, furibundo: -Arderá vivo quién le hizo esto.

Es mediodía de verano, en una Lima soleada y ventosa. A pesar que el Learjet de Valdivia aterrizó hace tiempo, las ventanillas siguen ocluidas, por la fobia a las radiaciones solares de Valdivia, que dice: -No volví a Lima porque extraño el clima, sino a buscar el informe que le pedí al ministro.

Extrae las hojas y se los pone sobre su pecho a Ticher Huaman que abrumado, ojea el peritaje forense. Su rostro anguloso, prolijo, pierde su expresión habitual de serenidad y concentración, dice: -No me importa lo que diga esta basura. No me lo creo, Big Boss. Esto es pura mierda. Miguel Ángel no se suicidó. Lo mataron.

– Tampoco me gusta esta basura de suicidio. Pero hay algo cierto, nadie oyó nada. El Mudo Rocosso estaba con los muchachos. Nadie vio nada. Revisamos las cámaras. Fíjate esto.

El Big Boss enciende su notebook. Se reproduce el video de la cámara de seguridad que enfoca la piscina. Observan los últimos segundos de Miguel Ángel. Nada plácidamente hasta que de repente, se hunde, patalea, lucha, pero después queda inmóvil en el fondo. Y después de varios segundos, los borbotones de burbujas sobre el espejo de la piscina. Umberto Valdivia señala las burbujas, con su dedo. Comenta: -Estuvo ahí abajo, aguantándose hasta morirse. Mis ojos no me engañan. El muy hijo de puta, se dejó morir. Lo que sea. Fue su maldita decisión.

La enfermera que le aplica el ungüento aprovecha para acercarle dos comprimidos y un jarabe de morfina. Umberto vuelca su atención a ingerir los comprimidos, sin ocultar el gesto de dolor. – ¡Puta madre! Duele cada vez más-.

Ticher Huaman disimula sus nervios y su ansiedad. Conoce al Big Boss y lo respeta por ese don de intuir los pensamientos ajenos. Viendo que Umberto no muestra fastidio, y dudando de que lo haya escuchado, repite: – Tú lo sabes, lo mío no es matar.

Mientras abandonan el Learjet y ascienden a la camioneta, Umberto divisa custodios en la manga y otros apostados a la salida del hangar, sin que quede claro a quien destina el comentario, dice: -Nadie asesina a un moribundo.

Ya en la camioneta, el Big Boss da medio giro en su butaca y acariciando el maletín aterciopelado azul, le dice: -Pues claro que no me sirves de sicario, pero ya aprenderás. Como aprendiste a tratar al político infiel, sin hacerle sentir el peso de su pecado. ¿Lo entiendes?

Ticher Huaman asiente.

– Sin embargo, hay algo que no se aprende nunca. Que lo tienes o no. Lealtad.

La camioneta avanza por una avenida y finalmente se detiene atascada por un camión. Los dos custodios que

viajan en la última fila de la Escalade, cargan sus pistolas y vigilan tensos el exterior.
– Siempre me brindaste tu respeto y también a Miguel Ángel. Ahora, como nuevo Señor Dos tendrás que lograr que todos te respeten. Que Augusto te respete –remarca-. Mi hermanito, es áspero.

Augusto Valdivia admira hasta la veneración a su hermano mayor. Lleva varios tatuajes, uno de ellos, en su pecho dice Umberto is my god. Lo dice a quien quiera escucharlo. Aun así, quizá porque sea impulsivo, o quizá porque Umberto sospecha de todos, el resultado es que el Big Boss siempre trata con desdén a su hermano menor.

– Es un buen soldado- contemporiza Huaman.

– Nada más peligroso que un soldado entusiasta.

– Le sobra juventud, pero se le va a pasar.

El resto del camino, Valdivia parece dormitar. Ticher Huaman queda inmóvil, petrificado. Huaman nota las ojeras oscuras y profundas, y las conjuntivas enrojecidas detrás de la máscara blanquecina del Big Boss. Es paradójico que a ese hombre que no le han hecho daño ni atentados, ni la DEA, ni los presidentes, algo tan silencioso y anodino como la radiación solar lo tengan a maltraer. Unos minutos después, la Cadillac se detiene en el estacionamiento subterráneo.
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