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Cultura 12 de abril de 2019

Grandes libros, pequeños lectores: Azul, la cordillera

por Marianela Valdivia

En tiempos en los que la Escuela es castigada por el discurso social y el desamparo de un Estado ausente, esta reedición es un abrazo a quienes nos reconocemos de algún u otro modo en los relatos que reúne Azul, la cordillera. A través de la editorial neuquina Ruedamares, vuelve este hermoso libro de María Cristina Ramos que con su pluma poética narra episodios entorno a una escuela albergue instalada en nuestra Patagonia cordillerana.

Llegar. Irse. Esperar. Acompañar. Regresar. Cuidar. Añorar. Soñar.

Benito se despide y deja atrás su casa, con sus sabores, aromas y afectos para ir a la escuela. Adolfo y Juancito, lágrima va, lágrima viene, ya no pueden esperar a su papá. Abuelas que saben contar y cantar. Abuelos que se quedan en un gesto, en una hebra, en un acorde. Palabras guardadas en la memoria y letras que se escriben en la arena y que se dejan leer – ¡por fin! – en un almanaque. Maestros y cocinera, padres, madres y tías, tejen cada día un nido y hacen que esta escuela sea abrigo, abrazo, encuentro. En este rincón del mundo bordado con aguas que saben de juegos, siempre hay a mano hilos, hilitos, hilachas para sostener, recordar, proyectar y festejar.

Con el idioma cálido, sereno y dulce que se habla tierra adentro esta historia escrita hace algo más de 20 años sigue emocionando. Será que los tiempos cambian, pero que lo que nos conmueve sigue siendo lo mismo. Será que para enseñar y para aprender hay que poner el corazón, siempre: más allá de los años, de los escenarios, de las circunstancias. Será que la escuela es un asunto compartido. Será que ser docente es, como dice la maestra de Laura, existir en otro pecho y volar.

“Y no me moví, para seguir viendo ese brillo y la carita de entender y el deslumbrarse por el descubrimiento, y mis propias trenzas cayendo en la mesa del tiempo en que mamá amasaba sobre mi hombro. (…) Y ella lo supo y dio la vuelta para tomarme la cara con sus manos amigas y me abrazó y yo sentí que había empezado a ser maestra y que estaba en el único lugar en que debía estar”.

(*): Integrante de la ong Jitanjáfora.