Siempre andamos dividiendo a quienes nos rodean en grupos o clases. De chicas, por ejemplo, estaban los que se transportaban en colectivo o en auto. Las que iban al colegio público o al privado. Después llegaron las que usaban la pollera del uniforme colegial, o el guardapolvo, por arriba de las rodillas o las que respetaban el largo sugerido por los directivos de la institución. Poco tiempo más tarde aparecieron las que fumaban o las que rechazaban el cigarrillo. Aquellas, por lo general, tenían las uñas largas y se las pintaban de colores prohibidos cosa que, a otras, ni se les ocurriría hacer.
¿En Bariloche? Bueno. Las que tomaban alcohol o las que con una gaseosa estaban ya alegres. Las que eran fieles a los novios que las esperaban, a veces sin esperarlas, o las que eran recibidas por pobres cornudos. En el mismo colectivo iban de viaje de egresadas las que ya habían empezado a tener relaciones sexuales y las que estaban aún más cerca del modelo de mujer que las hermanas del colegio católico se habían esforzado en enseñar y transmitir sin, eso sí, demasiada alevosía.
Valores impuestos que se respetan o transgreden por mandato o convicción. Depende de cada uno. Seguís creciendo y vas encontrando nuevas clases, vas perteneciendo a nuevos grupos, vas empezando a salir de uno para entrar en otros que a su vez, se subdividen y así, con la pequeña gran diferencia de que empezás a poder ver con miradas distintas. Empezás a mirar y a descubrir que las disimilitudes enriquecen.
Y sos universitaria o trabajadora, raras y privilegiadas, a veces ambas conviven. Están quienes se reciben o quienes largan todo al diablo, cada cual con su motivo o su razón. Las que viajan o las que se enraízan aún más profundo. Sos gorda o flaca. Rubia o teñida. Deportista o vaga. Sos de las que se casan o de las que conviven. Las que se pierden por caminos de vicios o las que prefieren perder un camino enviciado. Las que eligen tener hijos o las que prefieren no reproducirse.
Con la maternidad nacen nuevas clases, estás con las que los parieron o con las que los tuvieron por cesárea. Con las que les dieron la teta o con las que no pudieron. Con las que tienen maridos que cambian los pañales o con las de maridos que jamás le hicieron upa al hijo. Con las que los mandan a guardería o con las que pueden quedarse en casa con el bebé. Sos de las madres pacientes y cóncavas o de las mamás convexas. Empezás entonces el jardín y es un mundo nuevo. Mujeres casadas o divorciadas. Sos de las que llevan y traen o de las que los mandan en combi. Tenés hijos que son buenos o malos alumnos. Y después nos quejamos del bullying. Mamás que trabajan o madres amas de casa. Mamás organizadas o mamás improvisadas. Casas ordenadas o casas desordenadas. Mujeres que aceptan el paso del tiempo o mujeres que acuden al cirujano para que dé una puntadita al reloj de la piel. Tienes canas o no. Las coloreas o las dejas ser.
Por suerte la vida, a veces, enseña y te das cuenta de que no sos ni puta ni santa sino una mezcla exquisita y refinada de ambas, aunque en ocasiones desproporcionada según las circunstancias lo requieran. Y en el botiquín conviven, sin mayores pleitos, el rouge rojo y el agua bendita.
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