Soledad Barruti: “Las personas están cada vez más enfermas por lo que comen”
La periodista y escritora presentó "Mala leche", su último libro en el que aborda por qué la comida ultraprocesada nos enferma desde chicos.
Soledad Barruti.
“Hoy, cualquier chico de ocho años ya comió la cantidad de azúcar que su abuela en ochenta”. La afirmación surge de la boca de la periodista y escritora Soledad Barruti, que en su último libro, “Mala leche“, aborda el lado más oscuro de la industria alimenticia.
Al igual que en su primero libro “Mal comidos”, Barruti expone estrategias publicitarias, razones científicas y hechos empíricos que hacen de la alimentación una conducta que dejó de ser natural para pasar a ser “manipulada” y “estimulada” por masivas empresas. Sin embargo, en “Mala leche”, el punto de partida no surgió de exhaustivos estudios que demuestran de qué está hecho lo que comemos sino de su rol de madre y la aventura que implicaba alimentar a su pequeño hijo.
– ¿Por qué la alimentación de los más chicos mereció un libro aparte?
– Me encontré con que había un montón de decisiones que había estado tomando alrededor de la alimentación de mi propio hijo que eran totalmente poco saludables en todo sentido y que había estado guiada por esta idea de que la comida para chicos es casi como si fuera otra materia y no entrara dentro de la alimentación del resto de los humanos. Pero ocurre en todas las casas; aparece un niño y enseguida aparece la comida “para ellos”. Esto en las góndolas está totalmente descripto de ese modo. Ahí encontrás los personajes, los claims para padres, los colores; todo lo que dice “si tenés un hijo, esto es lo que tenés que llevar”. Y la verdad es que, aunque se esté informado (los ingredientes, en ocasiones nocivos para la salud), muchísimas veces la comprás igual. Para mí lo que es tremendo es que hay casas en donde esas galletitas que se les da a los más chicos, después no son consumidas por los adultos. Y esto lo justifican diciendo que se les da eso “porque son chicos”, como si necesitaran menos o peores nutrientes que nosotros, como si fueran otra especie. Lo peor es que no se tiene en cuenta que es en la infancia cuando todo está en pleno desarrollo y maduración; los estamos haciendo lidiar con lo ‘peor’ de la oferta del supermercado en el momento más delicado.
– ¿Y cuáles son las consecuencias más directas de que los chicos estén sometidos a este tipo de alimentación?
– Los más chicos ya están teniendo enfermedades que son de personas mayores. Cuando nosotros éramos chicos comíamos estas cosas de manera ocasional. No había gaseosa todos los días en casa, nadie se llevaba un paquete de galletitas a la mañana y otro a la tarde, nadie tenía plata para ir al kiosco todos los días del colegio. Hoy en día todas esas cosas se hicieron frecuentes y es algo de lo que las grandes marcas se jactan: hicieron de un consumo ocasional algo cotidiano. Ante ese exceso de consumo y ante esa nueva forma de comer, tan abrupta y tan violenta, lo que antes se veía recién a los 50, 60 años, hoy en día se ve a los 8, 10 años. Hoy hay chicos con diabetes tipo 2, con problemas cardiovasculares, con problemas que tienen que ver con la conducta de alimentación. Es muy difícil hacerse el distraído porque los institutos más grandes encargados de generar consenso acerca de los pilares para la salud de la población están de acuerdo que esta forma de comer está enfermando a los chicos y que hoy en día pueden vivir entre cinco y diez años menos que nosotros. Además, esto va a generar un desastre para el presupuesto de los países: un nene con diabetes tipo 2 de ocho años es un enfermo crónico para toda su adultez que le va a costar al Estado un montón de plata.
– En el libro también intentas desmitificar la “nobleza” de la leche de vaca tanto para niños como para adultos, ¿por qué y en qué te basas?
– Para mí la leche fue siempre el alimento perfecto para hacer de metáfora de enajenación alimentaria que hoy experimentados. Un puñado de expertos reducen un alimento a un solo nutriente, que es el calcio, y obligan a consumir tantas porciones -algo de tres por día- para cumplir una serie de requerimientos diarios que ellos mismos dictaminan que se necesitan, sin tomar en cuenta que el calcio está en un montón de otros alimentos, que la leche viene además con tantas otras cosas que tal vez uno no querría consumir y que, a su vez, como mucha gente no consume leche directamente sino que lo hace en forma de postrecito, de quesos, de productos ultraprocesados que, además, agregan azúcar, sal y otros aditivos que se van incorporando a la alimentación por la locura de perseguir este nutriente que en realidad está en un montón de otros alimentos.
– ¿Y cómo crees que logran generar esa conciencia?
– Haciendo de la publicidad una ciencia. Trabajan en sociedad con un montón de profesionales y asociaciones científicas, invierten millones en estrategias publicitarias y que se transforman, después, en programas de gobierno que muestran la leche como lo indispensable, ‘puede faltar todo, menos la leche’. Es decir, un reduccionismo absoluto, que si uno va a ver qué es lo mejor que cuenta la industria láctea para descollar es haber anulado casi la lactancia materna; haber presentado un producto para la raza humana superior incluso al alimento propio de la raza humana. En base a problema inexistente, crear una solución.
– En tu libro mostrás cómo algunos aditivos que son prohibidos en el exterior acá están permitidos. ¿Es Argentina más permeable?
– En Argentina es como si los consumidores no tienen acceso a la información desde hace muchísimos años. Nos perdimos todos los debates. Como cuando el mundo comenzó a tratar, en 2009, los colorantes sintéticos y el efecto en la salud de los más chicos, que hizo que las marcas cambiaran masivamente los colorantes sintéticos por otros naturales. Bueno, eso lo perdimos y acá siguieron estando. En políticas públicas, también. Somos el país en el que se siguen vendiendo aditivos que salieron en circulación en otros lugares.
– Por ejemplo…
– El otro día publiqué en mi Instagram sobre las mayonesas. Tengo una amiga en Estados Unidos que me mandó la foto de los ingredientes que aparecían detrás del envase de una mayonesa Hellman’s. Tiene cinco ingredientes, no tienen aditivos. Bueno, entonces, ¿por qué acá siguen estando? Porque no hay nadie mirando esa lista de ingredientes o cuestionándolo.
– ¿No hay nadie mirando o el lobby es más fuerte?
– Obviamente el lobby de las empresas acá es brutal. Tenemos grupos pensando una ley como la chilena (en donde los productos que contienen nutrientes críticos en sus valores de sodio, azúcares, grasas, energía y caloría llevan un rotulado a modo de advertencia con un “octógono negro”) y el debate no se puede dar: ponen a la Secretaría de Salud a discutir directamente con el Ministerio de Agroindustria, que viene a defender a las empresas. Ahora no tenemos ni debate.
– Pese al panorama difícil, hay cada vez más referentes, como vos, que cuentan estas cosas. ¿Creés que hay cada vez más conciencia?
– Yo creo que la alimentación tiene que ser devuelta a las personas. Es algo que nos pertenece y no puede estar en manos de expertos ni empresas. Y por esto también creo que es inevitable que haya un cambio porque así no se puede seguir: la gente está cada vez más enferma por lo que come, más desconectada con lo que come; la comida en nuestro país es carísima. Por algún lugar esto se va a quebrar. Creo que cada vez hay más experiencias de comida de verdad. Acá en Mar del Plata, de hecho, hay muchos lugares. Cuando dije que iba a venir, armaron un red y apareció comida maravillosa por todos lados. Esto está, hay que encontrarlo.
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