Lo que deja el 2018
En Mar del Plata se duplicó la cantidad de gente que vive en situación de calle y aumentó la asistencia en los comedores barriales. Y ya no son sólo personas indigentes, la crisis estructural impacta cada vez más alto en los segmentos sociales.
por Agustín Marangoni
El camino es breve, un par de meses alcanza. El trabajo se corta. Un día no se llega a pagar los servicios. Después no se llega a completar el mes de alquiler. Comer, a esa altura, es un lujo que sucede de tanto en tanto. Los familiares alrededor están casi en la misma o no están. Y así, sin más, una persona termina durmiendo en la calle. Arriba de un cartón o de algún colchón roñoso para que la espalda duela menos. No es ficción ni sensiblería: el esfuerzo de una vida se puede desmoronar en lo que canta un gallo.
Y la calle no es destino sólo de indigentes y marginales. Hoy en Mar del Plata hay hasta profesionales que tropiezan en ese abismo. Lo cuenta Juan Ignacio Santeiro, presidente de la ONG Jóvenes Solidarios. El lunes pasado prepararon y repartieron 350 viandas en distintos barrios de la ciudad, bajo la consigna Navidad sin Invisibles. Sin fines de lucro, sin banderas religiosas ni políticas. Fueron cerca de 150 personas que se organizaron para cocinar y entregar la comida. Todo lo que elaboraron llegó a partir de donaciones. Las viandas tenían dos huevos rellenos, ensalada de arroz con atún, ensalada rusa, una pata muslo, un vaso de gaseosa y confituras. “Las confituras tienen que ver con la dignidad de la gente. Los que tienen poco también merecen comer algo dulce en las fiestas”, explica Santeiro.
El escenario que encontraron fue muy difícil de asimilar. Aunque la ONG trabaja desde 2002 –el año siguiente a la peor crisis que sufrió la Argentina en el siglo veintiuno– esta vez la situación mostró señales de un deterioro social complejo. A la gente que asiduamente recibe asistencia solidaria se le sumaron familias completas que no tenían para comer, ni dónde dormir: familias que se acercaban por primera vez a un comedor, con niños. Se encontraron, por ejemplo, con un profesor de historia recibido en la UNMdP que fue perdiendo horas de clase hasta que no le quedó otra opción que irse a vivir a la calle con sus pocas pertenencias y sin contención alguna. No hay cifras oficiales actualizadas. Las últimas son de 2016 y mostraban que en Mar del Plata había 350 personas en situación de calle. Hoy, de acuerdo con los relevamientos de ONGs y fundaciones que trabajan todo el año en actividades solidarias, son más de 600. En los comedores donde en promedio se asistía a 90 personas, los fines de semana se reparten 250 porciones de comida. En las escuelas, cita Santeiro, el desayuno es la comida fundamental porque los chicos llegan a clase sin haber cenado. Entonces se vuelve más importante garantizar el alimento que garantizar la educación. La lógica de lo urgente que tapa lo importante. Estos incrementos se dieron casi en su totalidad durante 2018.
El motivo principal es el de siempre: falta trabajo. Mar del Plata pica en punta una vez más y marca 11,8% en el índice de desocupación, tres puntos arriba comparado con el mismo período del año pasado, lo cual la ubica como la segunda peor ciudad argentina. Esa cifra, desgarradora pero fría, es todavía más hostil cuando se presenta con caras, nombres propios e historias de vida detrás. El presidente de Jóvenes Solidarios señala que el estancamiento económico general cortó el circuito de changas que servía para dinamizar la economía informal. El trabajo es un ordenador social por excelencia. Los sectores vulnerables sufren el contexto con más intensidad porque no tienen condiciones legales, ni estabilidad ni pueden competir por los puestos mejores remunerados. Esa crisis de ausencia de trabajo quebró la cadena de subsistencia y los que estaban dentro de la rueda, pero en el borde, comenzaron a quedar afuera. Se cayeron, básicamente.
Lo que sigue a esa caída conforma el peor capítulo del asunto. Las personas se deslizan hacia un submundo de mala alimentación, falta de aseo, depresión, son discriminados en cualquier trabajo porque ni siquiera tienen ropa limpia para presentarse en una entrevista, después pierden piezas dentales y así escalonadamente hasta quedar en el reverso de la dignidad. Algunos caen en las drogas y el alcoholismo. “Se forma un círculo del cual es muy difícil salir”, dice.
Las soluciones, agrega Santeiro, están en manos del Estado provincial y municipal: hacen falta políticas públicas de contención, con abordajes complementarios en salud, piscología y capacitación laboral. “Es la única manera de revertir esta situación. Desde los distintos poderes ejecutivos lo único que se piensa es un parador para pasar la noche. Eso es sólo para paliar el frío y comer algo. Ninguno piensa en la reinserción social”, resalta.
También hay un porcentaje de las personas que recibe asistencia solidaria que no vive en la calle porque se refugia en una vivienda precaria sin baño y sin servicios. Apenas un techo, un pozo afuera y unos metros cuadrados de tierra aplastada. En los mejores casos, la tierra se esconde debajo de unas paladas de cemento desparramado. Santeiro apunta que las fundaciones y las ONGs son una parte activa del movimiento solidario. Y, de hecho, defiende su trabajo. Pero es consciente de que se necesita mucho más para contener las necesidades e integrar a los desplazados. “La solidaridad tiene su límite”, dice.
El 2019 tiene por delante un borde filosísimo, un precipicio social que se activa con el primer paso en falso. A como vienen los números, le puede tocar incluso al que todavía se siente cómodo mirando para el costado. Felices fiestas.
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