Hasta siempre, Rodri
Se fue un periodista genial, el más incorrecto, lejos el más rockero. Un entrevistador sagaz que marcó a una generación con su estilo. Desde Barrilete Cósmico hasta el cielo de los mejores. Se fue un imprescindible.
por Agustín Marangoni
Volvíamos en auto del parador ArenaBeach, ahí al lado del faro. Nos habían llamado la atención por un juego que hicimos al aire, que en realidad lo hacíamos todos los días, pero puntualmente ese mediodía la cuestión había tocado algunas fibras sensibles. El juego se llamaba Más barato por docena y era una perla dentro de Rodaja de radio, el programa que hicimos durante cinco temporadas en Rock and Pop Beach. Consistía en que los oyentes enumeraran doce elementos, objetos, personas, lo que sea, bajo una consigna que dábamos al aire. Estaba sponsoreado por una obra de teatro de alto vuelo, el ganador se llevaba, entre otros premios, un par de entradas para verla. Alguna vez dijimos, por ejemplo, “doce almacenes de Mar del Plata que vendan alcohol fuera de hora”. La gente llamaba, enumeraba, y ganaba. Otra vez dijimos “doce periodistas que no se le entienda una mierda cuando hablan”. Ese día Rodrigo propuso “doce actores que den sidosos”. Me acuerdo que le puse cara de nos vamos al carajo. Pero él se cagaba de risa. Lo hicimos. Al instante llamó un flaco y dijo al aire el elenco completo de la obra que anunciaba el juego. Fue extraordinario, realmente. Para el aire. La dirección artística no estuvo muy feliz. Y la producción de la obra menos.
– Sabés qué pasa, Agus – me dijo Rodrigo mientras manejaba su autito gris a una velocidad que asustaba de vuelta por la costa–. A mí me chupa todo un huevo.
Y era verdad. A Rodrigo le chupaba todo un huevo. Como la tarde que en medio de una entrevista le preguntó a Gisela Marziotta si era verdad que hacía tan buenos petes. Literal. O el día que entrevistamos mano a mano a Darío Grandinetti y su primera pregunta fue ¿Sos tan pijudo como dicen? Grandinetti venía de filmar con Almodovar. Cuando terminó de escuchar la pregunta, se dobló de risa y seguimos en una charla extraordinaria de hora y media donde habló de todo. Con Marziotta la reacción fue un poco más áspera, pero nadie jamás se enojó. Es que Rodrigo tenía espalda y talento suficiente para entrevistar a cualquiera con tanta altura que los entrevistados entraban en la misma frecuencia que él.
A veces se armaban quilombos pesados. La noche del Segundo Trueno, también en ArenaBeach, la grilla anunciaba a Maximiliano Guerra, un show de motocross, un espectáculo de fuegos artificiales y un cierre en vivo con Los Cafres. La transmisión empezó a las seis de la tarde y se iba a extender hasta que las velas dejaran de arder. En el camión estábamos Rodrigo, Nacho Sacchi, Pablo Barla, Alejandro Naggy, Fabio Posca y quien escribe ahora estas líneas. Nos íbamos turnando el aire de a tres. Rodrigo empezó a hinchar las pelotas con que Julio Bocca era el mejor bailarín y que Guerra era un segundón. Una boludez al aire, típica en joda. Pero en un momento soltó canturreando: Guerra se la come… Bocca se la da. No sólo salió ese cantito al aire, también salió por las columnas de sonido del escenario, frente a las más de 30 mil personas que rebalsaban la cava. Maximiliano Guerra, desde su camarín, lo escuchó con total nitidez. Y se enojó al punto que no quería salir a escena. Suspendan todo, le gritó a su equipo de bailarines y empezó a armar el bolso. Después de unos largos minutos de charla en tono muy tenso con productores y directivos, Guerra salió a bailar. A Rodrigo lo sacaron del aire durante el número, a pedido del artista. Al rato volvió, obvio. Recuerdo que esa noche cerramos la transmisión cantando canciones religiosas a grito pelado.
Una de las mejores definiciones que escuché sobre Rodrigo es autoría de Javier Polich, operador y pieza clave de Barrilete Cósmico, ese programa que marcó a fuego la historia de la radio en Mar del Plata y más allá. Una tarde, mientras charlábamos en la cocina del estudio de Manantiales me dijo:
– Rodrigo Sabio es la persona con más rock que conozco. Lejos, el más rockero de todos.
Sí, Rodrigo. El chabón medio pelado que le metía humor a todo ante cualquier circunstancia y sin medir consecuencias, el que salía de su casa sólo para ir al cine. El nerd de memoria cinéfila envidiable. El tipo sagaz que parecía de quince años. O de ocho. El que gastaba fortunas en juguetes de Star Wars. La persona con el corazón más grande que conocí en mi vida.
Sin duda era el que tenía más rock. Un bar había comprado publicidad en Maldita Radio. Era el día de la inauguración y querían un móvil en vivo desde ahí. Con premios, ruido, que la gente se acercara, etcétera. Para ese momento ya estábamos en el aire de Metro Mar del Plata. Fui yo a hacer el móvil. Y el chiste era que los oyentes me encontraran adentro, entre el tumulto de gente, para tomar un trago gratis. El bar estaba inmaculado, listo para abrir puertas. Una de sus principales atracciones era un espacio hecho a réplica del que aparece en una famosísima sitcom yanqui. Mientras esperaba sentado en un sillón que cortaran la cinta, apareció caminando Rodrigo. Charlamos cinco minutos y se fue para el estudio porque tenía que hacer la transición de Maldita con Siempre es tarde, el programa que conducía con Nacho. En la transición, Martín Echevarría, Pepo San Martín, Nacho y Rodrigo, desde estudio, hablaban conmigo vía telefónica. Comentábamos la carta, los tragos, el juego, el lugar, hasta que Rodrigo dice:
– Bueno pero digamos la verdad, el espacio está hecho como el orto. No se parece en nada al de la sitcom. El sillón nada que ver. La mesa tampoco. Las luces son una cagada…
Nos quedamos todos fríos. Estaba destruyendo al anunciante mientras, como de costumbre, se cagaba de risa.
Esa era su vida. Le chupaba un huevo todo. O casi todo, a decir verdad. El año pasado, en una de las más de trescientas avants premiere que organizó con distintos medios de la ciudad, invitó a los chicos de una escuela del barrio Parque Palermo a ver una película al cine. Había que contratar una combi porque no tenían cómo llegar. Él no estaba en un buen momento económico, entonces pidió ayuda en las redes. Cuando le confirmó a la escuela que estaba todo listo, los chicos saltaban de felicidad. Muchos no habían ido nunca a un cine. Me acuerdo que me contó el caso de una chiquita que había sido abandonada por sus padres. Estaba tan feliz de que la habían invitado a ver una película que, la noche anterior, le pidió a una maestra si podía ir a dormir a su casa.
– Tengo miedo de que se olviden de mí otra vez– le dijo.
Esa mañana llovió a cántaros. Rodrigo los recibió a todos con pochoclo y gaseosa en el hall del cine. La foto que quedó guardada de esa movida es tan hermosa que no hay palabras para describirla.
Soy amantes de las causas perdidas y marxista de Groucho, solía decir.
Sus amigos Diego Lizarazu, Pablo Vasco, Javier Polich, Nacho Sacchi y Esteban Salinas lo cuidaron durante meses, en una sala del Interzonal, hasta el último suspiro.
Qué tristeza perderte. Infinita. Hasta siempre, Rodri.
Gracias por haber sido tan hijo de puta y marcarnos el camino.
Fotos: Andrea Fischer