Del Hoyo: “No pinto para mí, me gusta conectar con otras personas”
Conocido por su destacado camino musical, investiga ahora en las posibilidades de la plástica y en su relación con lo sonoro.
Del Hoyo con una de sus pinturas detrás. La libertad creativa lo guía en su proyecto pictórico.
“Estaba embaladísimo”. El músico Sebastián Del Hoyo habla y ríe en simultáneo al recordar que en septiembre de 2016 pintó treinta y dos cuadros. “Después bajé la ansiedad”, sigue. Ese fue el mes quiebre en su vida de músico: advirtió su necesidad de indagar en el arte pictórico, una especialidad que guarda muchas similitudes con la música y que, coordinadas, se pueden potenciar.
Tras diecisiete años al frente de Del Hoyo Trío, su consagrado proyecto de jazz, Sebastián volvió a permitir que la libertad lo invadiera. Y de las muchas charlas que mantuvo con el también pintor Felipe Giménez salieron las ganas de plasmar en telas -siempre en telas, no en cartones ni en papeles- esas imágenes figurativas que, hoy, sabe, tienen tanta frescura como espontaneidad.
“Dibujaba de chico, como todos”, repasa Del Hoyo. Luego apareció la música: bandas como Némesis, El Aguante y el trío que tiene con Martín de Lassaletta y Sebastián Puyol lo fijaron en el terreno sonoro. Aunque ya metido en el jazz supo encontrar la manera de que la imagen estuviera vinculada a sus composiciones.
“Le pusimos música a la película Baraka, también le puse música a los cuadros de Carlos Puyol y lo último que hice y que me dio el impulso fue juntarme con Felipe. A él le musicalicé sus cuadros, lo vi pintar y me di cuenta de que esta otra rama del arte está buenísima”, asegura en relación a la plástica.
Curioso, defiende la idea de que es necesario hacer y hacer para ensayar y equivocarse, sea en la música como en la tela. “Yo dediqué toda mi vida a tocar y a estudiar (guitarra), pinto con la misma seriedad pero desde un lado mucho más libre. Hay mucha gente que también ha dedicado toda la vida a pintar y tiene la técnica, yo todavía no conozco (las técnicas), encaro, trato de combinar los colores como me gustan, con las imágenes”, se sincera.
Y aunque los mundos de Pablo Picasso, de Milo Locket y del mismo Giménez dan vueltas por su obra, Del Hoyo dice no tener una referencia clara al momento de las influencias. Lo que sí sabe es que sus gatos, sus mujeres, sus selvas, sus toros y otros íconos de su colorido universo conectan rápidamente con los espectadores.
“Hice mi primera exposición en el Espacio Buá y ahí vi que había un eco en la gente, más allá de si los cuadros se vendieron o no, pero gustaban, vi que había un puente, eso también lo busco en la música, no pinto para mi, me gusta conectar con otras personas”.
“Muchos me señalaron la cuestión de las miradas, todos mis cuadros nos miran a nosotros, como si fuera al revés”, profundiza.
A sus 46 años y con un flamante disco con el trío -“La declaración”-, observa que pintura y plástica llegaron en su vida para quedarse. “No creo que sean pasajeras, son lenguajes que resultan interminables, cuando empezás a indagar ves que hay un montón de cosas” para seguir en la búsqueda, dice y ya le dan ganas de incursionar en la escultura.
– ¿Notás una relación entre la música y la pintura?
– Hay un paralelismo con la música en muchos puntos. Yo arranco para un lado y dejo que el dibujo me vaya sorprendiendo y siempre se termina en cualquier otro lugar. No es fijo y eso tiene ver con la improvisación. En música, tenés una idea musical y cuando empezás a improvisar la idea se fue para otro lado. Y está bueno que se vaya porque si no serían todas las improvisaciones iguales. Eso tiene que ver con el jazz y con la libertad.
– ¿Qué pasa cuando musicalizás un cuadro?
– En muchas charlas que tuve con Felipe hablábamos sobre lo que pasa con la música y con la pintura. Por ejemplo, una de las cosas que nos dimos cuenta es que el ojo tiene una velocidad cuando ve una imagen, que dura cinco segundos más o menos. En ese lapso lee todo y el ojo necesita pasar a otro lado. Cuando aparece la música notamos que la música prolonga la visión sobre el cuadro estático. Y entre la imagen estática y lo que despierta la música se genera como una especie de video clip de un minuto, un minuto y medio. Así se prolonga la visión y se disparan otros impulsos, otras interpretaciones. Después, en esas charlas, vimos que los silencios de la música, en la pintura pueden ser el negro o el blanco. Ahí es donde veo que tienen muchas cosas en común.
– ¿Qué te dejaron las charlas con Felipe Giménez?
– Felipe es una persona que te da mucha libertad para hacer, entre los dos somos de la idea de hacer. No estoy muy de acuerdo con el conservatorio, por ejemplo, en el que estudiás y después de siete años estás listo para tocar. Soy de la idea de que los músicos salgan a tocar como estén, yo les digo a mis alumnos equivóquense. Y en las charlas aparecía eso de “¿tenés ganas de pintar? y pintá”. Es un poco aprender de las libertades. Entonces me puse a pintar y después me voy a ir puliendo. Más vale que uno es exigente.
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