Era el partido imposible. Fue el título para una columna que este enviado especial escribió desde la Bombonera el pasado 11 de noviembre. El que imaginábamos en el potrero cuando éramos chicos, el que soñába cada aficionado al fútbol, el de fantasía que nuestros pibes armaban en la play. Boca y River, River y Boca, en la final de la Copa Libertadores de América, nada menos.
El partido imposible. Fue el título de aquel envío desde la Bombonera, cuando por fin empezaba a concretarse el sueño después de mil idas, vueltas y postergaciones. Que se jugaba dos miércoles, que pasó a dos sábados, que iba con visitantes, de acuerdo a lo que se le ocurrió al presidente de la Nación el 2 de noviembre…
Se suspendió el sábado 10 por el diluvio universal. Ya era la final más larga y más hablada del mundo. Se jugó por la mitad, y fue un choque de ensueño el 2 a 2 en la Bombonera. Pero lo que ocurrió el sábado en el Monumental reafirmó aquella sensación: era un partido imposible, irreal.
La Súperfinal se disputó aquí por la mitad. Y es una vergüenza que continúe en el exterior. El tuit del presidente del Gobierno de España expone y desnuda, probablemente sin querer, a su par de Argentina, y la inoperancia de todos sus subordinados en seguridad, de la administración nacional, de las fuerzas federales y de la Ciudad de Buenos Aires. “España está dispuesta a organizar la final de la #CopaLibertadores entre el @BocaJrsOficial y el @CARPoficial . La FCSE y los servicios implicados, con amplia experiencia en dispositivos de este tipo, trabajan ya en el despliegue necesario para garantizar la seguridad del evento”, escribió Pedro Sánchez, primer mandatario de España. Nosotros podemos, dice con otras palabras. Argentina no pudo. Porque no supieron custodiar ¡un micro!. Eso es lo que tenían que hacer. Escoltar un ómnibus de un color para que no pasara entre el público de otro color. Nada más que eso. Y no supieron. Ni la ministra de seguridad, que se preguntó en el programa “A dos voces”, con tono soberbio, “Si hacemos un G 20, ¿cómo no vamos a dominar un River – Boca?”; ni el encargado de la seguridad de la Ciudad de Buenos Aires, del gobierno de Larreta, compadre del presidente de Boca, que se hizo responsable al otro día y renunció. Ni los servicios de inteligencia, que brillaron por su ausencia para anticiparse a lo que iba a pasar, lo de la presunta “zona liberada” para el micro de Boca y lo que podía venir después del allanamiento en el que se les incautaron 300 entradas y dinero a “barras” de River.
Los que no supieron escoltar un micro y sus autoridades son grotescos responsables de esta vergüenza nacional. Pero claro que no los únicos. La connivencia entre dirigentes y “barras” no es de ahora, ni tiene tres años, ni doce, ni es privativo de un solo gobierno, aunque nunca un operativo tan previsible fue tan inoperante. Pero ya habían viajado “barras” argentinos a México 86, por ejemplo. Y eso se sucedió en el resto de los Mundiales.
Esto también es, entonces, una derrota prolongada del fútbol argentino, que no pudo sacarse este flagelo de encima por décadas. Pero de ninguna manera debemos aceptar la primera persona del plural ni el eufemismo de que ahora la culpa es de “la sociedad”. Ni vos, ni usted, ni yo, ni las 60.000 personas que fueron en paz y se desconcentraron de la misma manera el sábado y regresaron el domingo al Monumental tienen la culpa de lo que pasó. Sino los que no supieron controlar lo elemental.
Cada uno debe hacerse cargo de sus responsabilidades de una vez por todas. No podés ser hincha de un club y decir que cuando seas presidente vas a erradicar a las “barras”; y cuando sos presidente de ese club y las tenés al lado tuyo, echarle la culpa al Estado; y cuando estás al frente del Estado y no podés controlar a estos mismos grupos decir que todo es por culpa “la sociedad”.
Es culpa del fútbol argentino, el mismo del 38-38 que extraña a Grondona, el mismo de la Superliga llena de asteriscos; es culpa de la Conmebol, que no supo defender su torneo insignia; es culpa de los dirigentes especuladores de ambos clubes y sus connivencias con “barras” y, sobre todo, de quienes no supieron escoltar un micro. Por eso ahora, sin “angustia“, se nos llevan “la obsesión”, el trofeo más preciado. River – Boca, la final soñada, el partido imposible, se jugará en Madrid, en el Bernabeu. La Copa Conquistadores de América.
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