Fútbol y política: la influencia de Bolsonaro
Por Jorge Raventos
Como si no hubiera ya suficientes grietas, la final de la Copa Libertadores ha deparado una batalla futbolística entre Boca y River proyectada a escala continental. ¡Qué ocasión para convertir el desafío en un rédito político!
Es probable que eso haya pensado el Presidente cuando, con un tweet tempranero, decidió levantar la prohibición de asistencia a las hinchadas visitantes.
El discreto encanto de Patricia Bullrich
El espectáculo, que tendrá audiencia mundial, no debía ser desmerecido con tribunas vacías que implican una confesión de impotencia estatal para poner en caja a algunas decenas de barrabravas. Por otra parte -sumaba Patricia Bullrich, ascendente ministra de Seguridad-, si admitimos que no estamos en condiciones de garantizar el normal desarrollo de un espectáculo deportivo, ¿cómo se a creer en nuestra capacidad para garantizar la gran asamblea del G20 y la presencia simultánea en Argentina de los más encumbrados líderes del mundo?
Se trata de argumentos políticamente razonables, que sin embargo no convencieron ni a las autoridades porteñas (Horacio Rodríguez Larreta se resiste a que un escándalo deportivo o una víctima fortuita nuble sus intensos afanes edilicios e inmobiliarios) ni a los presidentes de River y Boca. Todos ellos juntos se las arreglaron para frenar la iniciativa de la Casa Rosada, que decidió tercerizar la decisión en los clubes (y en las instituciones capitalinas), algo que tiene sentido institucional ( según esa lógica, el jefe del Estado no debería invadir jurisdicciones menores o derechos privados), aunque contradiga el buen sentido (o la arriesgada apuesta) inspirada por la política.
Esta peripecia, quizás inconclusa, muestra una vez más que en la coalición oficialista (más aún: en su centro estratégico, el Pro) coexisten distintas miradas que por momentos divergen y tensan situaciones. La visión Bullrich parece encajar mejor con la circunstancia política y con el talante del Presidente.
No es improbable que en los próximos tiempos esas tensiones crezcan, azuzadas por el decisivo desafío electoral que el gobierno debe afrontar el año próximo, por las dificultades económicas (aliviadas en parte, pero lejos de haberse superado) y también por los cambios que imponen la situación internacional y el escenario regional. La elección de Jair Bolsonaro en Brasil ya ha empezado a hacerse sentir en la Argentina, en principio con aún sutiles reacomodamientos que se orientan a poner más energía en temas de seguridad y a exhibir cautelas y controles temas migratorios. En la política de las regiones y del mundo también opera la ley de gravedad.
Novedad y lugares comunes
Resulta conmovedor observar cómo ciertos analistas inclinados hacia el oficialismo, que hasta hace unos días pintaban al brasileño Jair Bolsonaro como un vesánico xenófobo, desde el último domingo se precipitan a encontrarle virtudes a su triunfo electoral y a descubrir cómo su inminente presidencia en el país vecino favorecerá a Mauricio Macri. Todo sea para bien.
Probablemente esos veloces reacomodamientos estén determinados por una dependencia excesiva de lugares comunes que la realidad desafía. Por ejemplo: ¿cómo sostener simultáneamente y con coherencia el elogio desmesurado a un personaje como el juez de Curitiba, Sergio Moro, señalado como campeón democrático de la lucha contra la corrupción, y la condición de criptofascista de Bolsonaro, cuando aquél acaba de aceptar ser ministro de Justicia de éste? Alguien debe de estar equivocado y lamentablemente parece que se trata de tales comentaristas.
La convergencia de Moro -el magistrado que encarceló a Lula Da Silva y lo sacó de la carrera electoral- y Bolsonaro sale ahora a la luz pública pero tiene una historia. No es preciso incurrir en teorías conspirativas para constatarlo: ambos están impulsados por la misma fuerza motriz, esto es, el designio de sacar a Brasil de una situación de decadencia e irrelevancia. La historia trabaja con los materiales que tiene a mano.
El desconcierto de aquellos analistas refleja, si se quiere, la perplejidad de de la Cancillería argentina y en sectores de la Casa Rosada. Si por un lado hay allí una contenida alegría por las buenas repercusiones locales de la esperada reactivación económica del Brasil de Bolsonaro, por el otro hay una marcada incomodidad ante el hecho de que estos actores no quieren excederse en los elogios para “no parecer de derecha” (¡!), es decir, para no incumplir los protocolos del pensamiento políticamente correcto, que comparten con aquellos comentaristas.
Por supuesto, esos pruritos serán superados por presión de la realidad. Brasil es socio principal de la Argentina; cada vez que Brasil crece, ese crecimiento se refleja en nuestro país: por cada punto de gana Brasil, Argentina crece la cuarta parte. Una sexta de lo que le vendemos al mundo, se lo vendemos a Brasil. En esas condiciones, convertir a la corrección política en un obstáculo para las relaciones más estrechas sería una torpeza imperdonable.
Las prioridades de Brasil
Del lado de Bolsonaro pareció por un instante alimentarse una divergencia. Su futuro ministro de Economía, Paulo Guedes (según él, sofocado por la insistente inquisición de una corresponsal argentino), declaró que ni el Mercosur ni la relación con Argentina son prioridades para su país.
Horas después, seguramente asesorado por su jefe, Guedes aclaró que “Argentina es muy importante”, aunque la prioridad es combatir el déficit fiscal. En cuanto al Mercosur, no ocultó la voluntad del equipo triunfante en la elección de “renovarlo”. Esto se traduce en la búsqueda de una fuerte reducción de los aranceles que han convertido al Mercosur en una virtual fortaleza con el justificativo de proteger a sectores de la industria local.
Guedes aspira a que Brasil se abra y comercie libremente con todo el mundo, sin verse obstaculizado por la unión aduanera mercosuriana. Ana Soliz Landívar, economista en el Instituto GIGA de Estudios sobre América Latina, con sede en Hamburgo, apunta que “el Mercosur sólo ha firmado exitosamente un acuerdo de libre comercio con Israel, el resto ha fracasado, tanto es así que las negociaciones con la Unión Europea llevan más de una década”. Y todavía siguen si concretarse. El Financial Times ha señalado que el Mercosur es reacio a dejar de lado ciertas prácticas proteccionistas. “Proteger a la industria local es algo que los peso pesados del Mercosur, Brasil y Argentina, creen de todo corazón, pese a que sus políticas han provocado numerosas fricciones y de a ratos mala sangre entre los vecinos y socios del bloque”.
Las declaraciones sobre el Mercosur desconcertaron al gobierno de Macri, que venía pugnando para que el bloque suscribiera el demorado acuerdo de librecomercio con la Unión Europea (un intento que, en cualquier caso, seguía postergándose). La intención de Macri era que ese rumbo de librecomercio gradualmente contribuyera a una ayor apertura económica del país. Al parecer, la decisión del socio acelerará los tiempos. si el gobierno de Cambiemos quiere apertura, tendrá que aceptar los ritmos más decididos que se prepara a imponer Brasil.
Las declaraciones de Guedes se sumaron a otro hecho para trastorno de la parte argentina: contra lo que marca la tradición y se esperaba en Buenos Aires, el primer viaje al exterior de Bolsonaro como presidente no tendrá como destino la Argentina, sino Chile. ¿Es acaso una confirmación de que la Argentina no es prioridad para Brasilia? Más bien habría que pensar que Bolsonaro está interesado en subrayar el cambio de paradigma de su futura gestión en relación con el clásico “progresismo” de la política exterior brasilera, practicado tanto por el trabalhismo de Lula como por la socialdemocracia de Fernando Henrique Cardoso, siempre atentos al consenso ideológico que reinó durante décadas en Europa y que últimamente se resquebraja a gran velocidad. Probablemente la línea de Piñera en Chile le resultó más elocuente para exhibir el cambio de afinidades que el centroderecha vergonzante que a menudo encarna el macrismo, demasiado predispuesto a congraciarse con el progresismo light.
Indudablemente, la presencia y la influencia del Brasil de Bolsonaro (que se inaugura formalmente al comenzar 2019, pero que ya empieza a hacerse sentir) provocarán movimientos en la política argentina. En Cambiemos, quizás el impacto suscite renovadas rispideces entre el Pro y la UCR. En el kirchnerismo impulsará las tendencias a la victimización en escala regional, procurando igualar la suerte de Lula Da Silva con la que la Justicia le insinúa a las cúpulas K. En cuanto al peronismo, Sergio Massa ya ha dado un paso para adaptarse a la ola Bolsonaro: “ Bolsonaro planteó una defensa de los brasileños -dijo- Trump defiende a Estados Unidos frente a un proceso de globalización en el cual se pone en riesgo el trabajo de muchos americanos; López Obrador defiende a México. Ahora, nuestra responsabilidad, en lugar de seguir creyendo que se puede desconocer la realidad mundial, es darle a la Argentina una alternativa que defienda al país”.
La elección brasilera indudablemente cambia la sintonía de la política argentina.
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