La Fiesta Inolvidable
por Nino Ramella
Probablemente el 30 de octubre de 1983 haya sido, al menos para los de mi generación, el día más glorioso de los que por ese entonces militábamos.
Constituyó el quiebre de lo que sin dudas fue para nuestro país la noche más negra de todo el siglo XX. El gobierno militar no encontró mejor solución que comerse al caníbal y así se convirtió en responsable de asesinatos, desapariciones y torturas. Una atrocidad de la que no teníamos antecedentes.
Con ansiedad, cansancio, ilusión y tantas sensaciones imposible de describir íbamos volviendo al Comité de la UCR quienes habíamos cumplido tareas de fiscales. Ya se había juntado mucha gente en la plaza Dorrego. Los números daban una gran victoria al radicalismo instalando en la Casa Rosada a Raúl Alfonsín. Y en nuestra ciudad Angel Roig conseguía 115 mil votos dejando muy atrás a los siguientes postulantes (hubo 14 candidatos a intendente).
“Después de siete años en que quisieron condenar a un pueblo, encontramos una Argentina dispuesta a reconquistar sus instituciones”, dijo Angel en su primer discurso ya como jefe político de la ciudad. Las elecciones habían sido impecables, sin incidente alguno.
Pero lo que yo más recuerdo, lo que todavía me emociona, fue cómo la gente ganó salió a la calle. Bailaba, reía, cantaba. Había visto algo parecido en mi ciudad -al menos en cantidad de gente- hacía cinco años, con el resultado del Mundial´78 que más tarde confirmamos que era como bailar en la cubierta del Titanic. En aquel entonces la fiesta quiso enmascarar el horror.
Pero el 30 de octubre de 1983 hubo un condimento muy particular. Por un instante desaparecieron la angustia y el sentimiento trágico que se respiraban en aquellas marchas en las postrimerías del Proceso en las que el edificio de San Martín y Córdoba -donde vivían muchos militares- era epicentro del rechazo a la opresión y la barbarie.
Sentimos que la oscuridad comenzaba a quedar atrás. Que una ilusión se encendía y que entre todos comenzábamos a lamer las heridas que los genocidas habían infligido en esos años absurdos en los que el gobierno militar pretendía esconder sus crímenes repartiendo calcomanías con la leyenda de que los argentinos éramos derechos y humanos.
Festejos
Todos festejaron. Y digo todos. Acaso fue una comunión que nunca volví a ver. La gente cantaba, brindaba, bailaba… Caminamos por Luro, por la costa, por la peatonal. Como era lógico encontré muchos correligionarios eufóricos y también conmovidos. Lo más inolvidable fue ver con la misma excitación a gente de otros partidos. Y nos felicitábamos mutuamente. Habíamos ganado todos.
Militantes de fracciones opositoras se abrazaban y celebraban sin distingos. Me acuerdo que un querido amigo cura, también participaba de la excitación generalizada sin mesura ni recoleta compostura. Esa vez lo que es del César también fue de él.
Repito… nunca volví a ver una fiesta igual. Y sé que quienes lean esto y hayan tenido la oportunidad de ser testigos de aquella noche van a coincidir.
El festejo de aquella noche duró casi hasta el amanecer pero pronto sobrevendría la carga de la función. Me tocó ser secretario del bloque mayoritario en el Concejo Deliberante, integrado en ese momento por 14 concejales. Todos fuimos aprendiendo sobre la marcha. La interrupción institucional de aquellos años habían abierto un paréntesis también en la práctica de las formalidades democráticas. Antiguos dirigentes socialistas, como Ricardo Junco y Pichi Benítez, eran los más duchos y nos enseñaban a todos.
Veo aquellos años con tremenda nostalgia y evocando desafíos difíciles pero también maravillosos, empeñados todos en un esfuerzo conjunto donde ni recelos, ni mezquindades ni la estulticia tenían lugar. No sé si todo tiempo pasado fue mejor. Este del que hablo no tiene comparación alguna con lo que ocurre hoy en los mismos escenarios que aquí describo. ¿Qué pasó? Tarea para sociólogos.
Los que lo vivimos sabemos que fuimos testigos de un hecho histórico y al menos nos queda un buen recuerdo que hoy cumple 35 años. Brindemos.
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