La muerte de Lucía Pérez y el dolor de una familia con el corazón roto
Pasaron dos años del fallecimiento de la adolescente, su familia quedó devastada, inmersa en la tristeza, el dolor y a la espera de justicia, con condenas ejemplares para Matías Farías, Juan Offidani y Alejandro Maciel. “El juicio será doloroso, nos preparamos como pudimos”, dicen Marta y Guillermo, los padres de Lucía.
Los padres de Lucía Pérez durante la una marcha realizada en la zona sur de la ciudad.
por Juan Manuel Salas
Es lunes feriado por la tarde noche, miles de personas visitaron Mar del Plata por el fin de semana largo y tanto turistas como locales pudieron disfrutar de unos días de descanso. Pero Marta y Guillermo no. Trabajaron todo el fin de semana sin pausa, para poder acumular días y poder asistir al juicio por la muerte de su hija, Lucía Pérez. El dolor no conoce de vacaciones ni feriados.
El 8 de octubre de 2016, una herida profunda se abrió en los corazones de Guillermo y Marta. Ese día, pasadas las 15, les avisaron que su hija Lucía estaba muerta, que tres hombres la habían abandonado en la salita de salud del barrio Playa Serena y que su cuerpo presentaba indicios de haber sido brutalmente violada.
El 30 de octubre comienza el juicio por la muerte de Lucía Pérez, en el que Matías Farías está acusado de haberla violado, drogado y asesinado; Juan Pablo Offidani, de haberlo ayudado a cometer el crimen, y Alejandro Maciel, de haber colaborado para encubrirlo.
“Van a ser días dolorosos. Nos preparamos como pudimos, esperemos que esto llegue a buen término. Pero en realidad, nos preparamos como pudimos. Tuvimos que levantar una familia quebrada, seguir trabajando y seguir viviendo. Seguir viviendo más presionados porque queremos justicia”, cuenta Guillermo, el papá de Lucía.
“Fueron dos años larguísimos”, cuenta el hombre mientras recibe un mate de su esposa, Marta, la mamá de Lucía, y agrega: “Después del juicio, no sé cómo voy a seguir. No tengo ni idea lo que voy a hacer. La meta ahora es el juicio. Buscamos una condena ejemplar. Pero después no sé si tendré fuerzas de seguir trabajando”.
Si bien en el juicio no estará la fiscal que realizó la investigación, María Isabel Sánchez, Marta y Guillermo confían en el fiscal Daniel Vicente y esperan que pueda lograr una condena ejemplar.
Los padres de Lucía no solo tienen que preocuparse por el juicio. Lamentablemente, también están sufriendo acoso y amenazas anónimas. Ya denunciaron que un auto de alta gama con vidrios polarizados parece vigilarlos desde la esquina de su casa o que cuando salen los sigue unas cuadras. También, una mañana, los vidrios de su auto aparecieron rotos. “Me extraña que rompan y no roben nada”, dice Guillermo.
“Vivimos así. Estas amenazas, estar a las vísperas del juicio, sentir todo esto. Es un desgaste continuo. Es algo que las víctimas no tendríamos que pasar ni atravesar”, remarcan los padres de Lucía.
Guillermo muestra una foto de Lucía, que en la imagen no debe tener más de 6 años. Está rodeada de perros y gatos. “Siempre le gustaron los animales”, dice, mientras acaricia la foto con el dedo curtido por su trabajo de chapista. Toca la foto, busca a su hija hasta quedar al borde de las lágrimas. El dolor tiene forma de recuerdo.
Los padres fueron advertidos de que una de las estrategias de la defensa en el juicio podría ser ventilar aspectos de la la vida privada de Lucía, de la adolescente muerta, de la víctima. Exhibir que la menor consumía drogas, que fue su decisión irse con Farías a su casa, tener sexo con él, y que su muerte fue una circunstancia.
“Yo sé la hija que tuve, que parí. Lo que puedan decir o dejar de decir no me quita el sueño para nada”, dice Marta y agrega: “La tuvimos 16 años antes que estos tres tipos le quitaran la vida. Sé la hija que tuve. Yo descanso en paz, estoy en paz. Cuando voy a ver a mi hija al cementerio, no me quita el sueño. La voy a ver, estoy con ella, le rezo y me vengo en paz a mi casa. Sé quién es, quién fue Lucía”.
“En el juicio se va a saber lo que le hicieron y por qué la mataron”, confía la mamá de la adolescente y expresa: “Lo único que estoy esperando, con toda la fuerza y paz del mundo, es ese debate y que se haga justicia. Que Lucía, que descansa en paz, sepa que sus padres han hecho justicia en la tierra”.
Marta en todo momento remarca que está en paz. Y se la ve tranquila. Asegura que la fe es muy importante para su familia y que, desde la muerte de Lucía, la Iglesia se mostró presente, los acompañó. El obispo Gabriel Mestre los llamó cuando fue la última marcha, a dos años de la muerte de la adolescente, al igual que monseñor Antonio Marino.
“Monseñor Marino estuvo presente desde el primer día. Tuvimos audiencias con él y el apoyo espiritual que hemos tenido desde la Iglesia ha sido reparador en el alma nuestra”, dice Marta, quien va a un grupo de oraciones en la Iglesia Benedetto, donde siente la contención de la fe y el apoyo de sus compañeros.
Hay una frase que les quedó grabada, se las dijo el por entonces obispo de la ciudad, monseñor Marino: “Ustedes no precisan un psicólogo. Ustedes tienen el corazón roto”.
Hay una perra tirada en una cucha en la casa de la familia Pérez Montero, Gema. Camina con dificultad por un problema en una pata. El animal era de Lucía, lo crió desde que tenía 45 días, era muy apegada a ella. Desde que la adolescente murió, Gema sufrió de tal manera que tiene un trastorno de conducta que somatizó en una extremidad. El dolor también lo sienten los animales.
Marta y Guillermo sienten un gran respaldo de la gente. En la calle, el rostro de Lucía se volvió bandera. Su nombre, una causa del movimiento feminista. “Nos sentimos contenidos en ese abrazo del otro, en esa mirada. Y no desde la lástima, sino desde el pedido de justicia”, cuenta Marta. “La gente ha tomado un compromiso con Lucía. Tienen el mismo pedido que nosotros: justicia”, agrega Guillermo.
Marta y Guillermo -y toda persona en su sano juicio- concuerdan en que lo que le pasó a Lucía no tiene que ocurrir nunca más, a nadie, y por eso respaldan a todas las mujeres y han estado presentes en diferentes juicios, marchas y reclamos.
“La Justicia puede hacer más. Se podría presentar un proyecto para que haya una fiscalía especializada para investigar femicidios. Tenemos que luchar para que eso esté. Tenemos que empoderarnos las mujeres y reclamar todas juntas como lo estamos haciendo”, expresa Marta.
Antes del juicio, Marta le diría a Lucía que la ama con toda el alma, como siempre la amó. “Lucía fue una hija deseada. La amo como la amé siempre. Me la habrán sacado físicamente, pero Lucía está conmigo todos los días. Es el ser más maravilloso del mundo. Voy a luchar, vamos a luchar para que se haga justicia y seguiremos luchando. Que se quede tranquila”, dice.
Matías tiene 21 años, es el hermano mayor de Lucía. Dejó los estudios después de la muerte de la adolescente y no puede hacer pie en los trabajos que consigue. Tiene la mirada ausente, apenas habla para recordarle algo al oído a su madre. Toda una vida por delante que parece estar en pausa desde el 8 de octubre de 2016. El dolor también cuesta el futuro.
“Nos arrebataron a una hija, nos la arrancaron y es lo peor que te puede pasar eso. Y más en estas circunstancias y por cómo fue. ¿Qué oportunidades tuvo Lucía? Una piba de 16 años contra estos tres tipos. Ninguna”, dice Marta.
Guillermo y Marta, casi como al pasar, dicen que el municipio fue una gran ausencia. Que el intendente Carlos Arroyo fue un gran ausente en todo este largo camino de 2 años.
“Cuando vos sufrís una catástrofe tan grande, quedás devastada. Está el que grita, que pelea y lucha, y está el que no puede levantarse y salir más de la cama. Hace falta la ayuda. Desde el otro lado tienen que entender que esos expediente somos personas, familias”, reclama Marta.
“En el caso nuestro, los dos estamos de pie, pero en alerta. Uno duerme mal, va para todos los lados, hace cosas, trabaja. Y está siempre en alerta, una alerta de justicia. Y esa factura el cuerpo la paga”, dice Guillermo y agrega: “Yo hasta el juicio llego. Después no sé, será empezar de nuevo”.
Guillermo no puede soportar abrir la puerta de su casa y no encontrar a su hija. Piensa en Lucía constantemente. No puede entrar al cuarto de Lucía o pasar por la escuela a la que iba sin que le duela el pecho. El juicio, en todo caso, no es un final, es una puerta más que se cierra en su duelo. Si el dolor queda, que sea mezclado con un sentimiento de justicia.
“El duelo es durísimo”, confiesa Guillermo y sigue: “Hay gente que tiene problemas como nosotros y las víctimas nos unimos en ese duelo, que muchas veces no termina nunca. Hoy estamos un poco más pensantes de lo que estábamos en ese momento, pero el duelo sigue por dentro y creo que lo vamos a llevar siempre”.
“Es que el dolor no se te va nunca”, agrega Marta a las conclusiones de su esposo. “Es como si te amputaran una parte de tu cuerpo. A un hijo lo tiene uno en sus entrañas. Es como un miembro fantasma, a vos te amputan un brazo o una pierna y tenés que hacer un ejercicio para entender lo que pasa”.
El duelo es día a día. A Marta y Guillermo todo les recuerda a Lucía. Un momento del día, un lugar de la casa, una canción del Indio Solari, todo. Lo cotidiano les recuerda a su hija. Ir al supermercado, pasar por la góndola de las papas fritas que Lucía siempre llevaba. Esos rituales familiares, el dolor constante.
“Son esas cosas cotidianas, mínimas, chiquitas. Esas son las cosas que duelen, que más duelen”, dice Guillermo y comparte pensamientos con Lucía al azar, de esos que debe tener miles: “Los viernes yo terminaba de trabajar, cobraba mi plata y compraba un salamín porque a ella le gustaba. Ir al cementerio también me duele, no puedo. Saber que tu hija está ahí, en ese nicho, pero que no la tenés más. Son cosas muy dolorosas para un padre”.
“El duelo es muy grande. Cada uno lo lleva a su manera. Yo calculo que, en mi caso, hoy la recuerdo con tristeza, llanto; en otro momento tal vez pueda recordarla con alegría”, dice el padre de la adolescente muerta.
“Esta gente fue la que dejó esta herida. En la familia, en la comunidad escolar, en todas partes. Dejan esta destrucción y debe ser penado por la Justicia. No es justo que tengamos que pasar por toda esta tristeza y llevar todo este dolor porque a estas personas se les ocurrió jugar con la vida de Lucía. Esto debe ser condenado. Por eso tiene que haber una condena ejemplar, tiene que haber perpetua para estos femicidas”, dice finalmente Marta, la mamá de Lucía Pérez.
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