Los indicios de John H. Graves
por Rodrigo Silva Pensado
Debajo de la cama está la alfombra, debajo de la alfombra hay una puerta que esconde una escalera en espiral hacia un lugar sin retorno.
Mientras la policía científica abandonaba la escena del crimen, el inspector Graves estaba sentado en uno de los escalones del lúgubre pasadizo. Pitaba sin apuros un cigarro cuando su compañero bajó y le dijo:
— John, hemos terminado. Larguémonos de aquí.
La mirada perdida de John Graves se instaló en los ojos del sargento Carson. Éste tomó su mano y le ayudo a subir; al mismo tiempo el inspector recordó a su mujer y a su hija asesinadas en 1989 en su antigua casa de Maine; a pesar de haber obtenido una cantidad relevante de pistas y datos, tampoco pudieron encontrar a los asesinos.
Según los principios de la medicina forense, toda muerte es un homicidio hasta que se demuestre lo contrario. Ahora bien, ¿qué significa un homicidio si aún no se encuentra a los responsables?, ¿todos son culpables hasta que se demuestre lo contrario?
Estos seres escurridizos a los ojos de la humanidad continúan realizando sus acciones sin dejar más que un simulacro de huellas. Sus indicios entretienen a especialistas en la materia que si bien trabajan arduamente, no podrán encontrar la falla que revele su magia. Incluso, varios de ellos forman parte de la treta. Sin embargo, según Pierre Guiraud, esos indicios pueden ser utilizados como signos… El signo es siempre la marca de una intención de comunicar un sentido.
La palabra criminal es insuficiente. El criminal es un escapista, desarrolla sus estratagemas con metodologías perfectas. ¿Son perfectas hasta que se demuestre lo contrario? Algunos escépticos, como para aportar algo de esperanza, dicen que son perfectibles. No obstante, para el detective Graves este individuo, más que metódico es inhumano como el monstruo de Cioran:
Sólo el monstruo puede ver las cosas tal como son.
Y Graves continúa: … regresan o no se van y están atentos a todos nuestros pasos.
Mientras el mundo prosigue con lo regular y lo cotidiano ellos observan y anticipan la jugada. ¿Cuántos escenarios posibles se deben imaginar antes de realizar sus cometidos? Es muy difícil ser como ellos: desapegados, observadores pertinaces y amorales… Hasta sus agotamientos se transmiten con fuerza, ellos deciden dónde y cuándo terminan lo que empiezan. Aquí se expone una nota suicida del psicópata Frank Nisper, encontrada en una habitación del hotel Carrol, una mañana de abril de 1995:
“A veces, es verdad, bailamos en nuestras ‘cadenas’ y entre nuestras ‘espadas?; y con más frecuencia, no es menos verdad, rechinamos los dientes y estamos impacientes a causa de la secreta dureza de nuestro destino”. (*)
Todos los valores se trasmutan, emerge el caos, perturbando también la cosmovisión de los supuestos defensores de la ley. Cómo olvidar el juicio contra el teniente Shanon que en un acto de desesperación, al no poder atrapar a un asesino serial múltiple, liberó a más de cien convictos de la Prisión Estatal de Folsom; argumentando que la cárcel no significa el lugar de los malhechores y las auténticas mentes criminales, más bien su estirpe está fuera de estos muros. De nada sirve contener a unos pocos…
Hace varios días que el inspector Graves no aparece en la oficina ni contesta su teléfono. Carson lo ha buscado en su casa y no hay señales de él. Registraron a fondo el lugar y hallaron sus armas, menos su 38. Daban por terminada la pesquisa cuando un oficial luego de orinar, apretó el botón del excusado y notó que algo no dejaba correr el agua: la placa de John H. Graves.
(*) Friedrich Nietzsche. Más allá del bien y del mal. Barcelona: Ediciones Altaya, 1998. p.184.
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