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Opinión 15 de junio de 2018

Lo nuevo destrona a lo clásico en Europa

por Jorge Elías

Macron y Conte, dos de las caras nuevas de la política europea. Foto: EFE | Christophe Petit Tesson.

Una crisis acecha a la Unión Europea (UE). La crisis del euro, antes la panacea, ahora el apocalipsis. El euro es algo más que la moneda común: exhibe las fortalezas, las debilidades y las asimetrías institucionales, de los Estados miembros. La UE pudo ser la creación más peculiar del siglo XX, tras dos guerras mundiales y otras atrocidades cometidas en nombre del nacionalismo, pero se ha convertido en un problema en el siglo XXI. Un problema con varios frentes abiertos: el Brexit, las imposiciones de Donald Trump, las provocaciones de Vladimir Putin, la debilidad de algunos gobiernos, la reaparición del autoritarismo, el terrorismo, los refugiados…

España cambió en un pispás de presidente. Salió un conservador, Mariano Rajoy, enredado en la corrupción del Partido Popular (PP), y entró un socialdemócrata, Pedro Sánchez, rara avis en horas bajas para esa tendencia política. Italia nombró primer ministro a un desconocido, Giuseppe Conte, sostenido por el Movimiento 5 Estrellas y la xenófoba Liga. En 2017, la eterna canciller de Alemania, Angela Merkel, ganó su cuarto mandato en unas elecciones marcadas por el ingreso en el Bundestag (Parlamento) de la extrema derecha, encarnada en Alternativa para Alemania (AfD), y por la hecatombe de los socialdemócratas.

En el mismo año, Emmanuel Macron, el presidente más joven de la historia de Francia, derrotó en la segunda vuelta de las elecciones a la candidata ultraderechista Marine Le Pen. El Frente Nacional de Le Pen, ahora rebautizado Agrupación Nacional para captar más adherentes, perdió frente a una figura ajena a la política tradicional, pero obtuvo el 35 por ciento de los votos. El primer ministro de Hungría, Viktor Orban, enemigo de la inmigración, revalidó su cargo en 2018. Orban, como el presidente de Polonia, Andrzej Duda, cuestionado por promulgar una polémica reforma judicial que no respeta la división de poderes, están en las antípodas de los ideales de la UE.

Eslovenia, con el triunfo en las elecciones de Janez Jansa, ex primer ministro y líder del Partido Demócrata Esloveno (SDS) suma una pieza más al rompecabezas de ultraderechistas encaramados, como ocurre en Italia, Alemania, Francia, Hungría, República Checa, Holanda, Austria y Polonia. No necesitan asediar al poder para asediar al poder ni agitar en forma descaradas banderas con esvásticas, aunque en algunos países continúen haciéndolo. Desde el rechazo al tratado sobre la Constitución Europea en los referéndums realizados en Francia y en Holanda en 2005, la crisis global, el desempleo, el terrorismo y la desilusión general tendieron puentes hacia los extremos.

Merkel y Macron, defensores de la UE, están solos y debilitados en sus países. Lo peor: no aciertan en la vacuna contra el euroescepticismo. En un país pequeño como Croacia, al igual que en Alemania, gobiernan los conservadores, desalojados en España. No es la regla, sino la excepción. Casi la mitad de los europeos no está interesada en las elecciones para el Parlamento Europeo de mayo de 2019, según el Eurobarómetro 2018. Un cuarto de los eurodiputados disiente con la UE. El recelo y la indiferencia ganan la calle. Piensan que no ganan nada con la UE el 41 por ciento de los italianos, el 40 por ciento de los chipriotas, el 38 por ciento de los austríacos y el 37 por ciento de los griegos.

Cunde el nacionalismo, causante de las tragedias pretéritas y del divorcio del Reino Unido. Y pierden envión los socialdemócratas, Sánchez al margen, y los democristianos, Merkel al margen. El 56 por ciento de los europeos confía más en los nuevos partidos que en los clásicos. En 2013 había sólo dos formaciones nuevas con representación en los parlamentos. Han pasado a ser 43. No todas son eurófobas. Entre ellas está La République en Marche, de Macron. No alcanza. El multimillonario George Soros, nacido en Hungría y gran contribuyente de la campaña contra el Brexit, cree que la UE “se encuentra en una crisis existencial. Todo lo que podía salir mal ha salido mal”. O peor.

Como dice Peter A. Hall, profesor de la Universidad de Harvard y de la London School of Economics, “la UE se encuentra en apuros, pues parece incapaz de proporcionar la armonía y el bienestar que prometía en sus comienzos. La prolongada crisis del euro es la más destacada manifestación de esos problemas”. Más allá de las circunstancias, un continente con bajos índices de natalidad repele a los inmigrantes y sus líderes poco y nada hacen para cambiar de parecer y de proceder: “Se prevé que la tasa de dependencia de la población de edad avanzada se duplique en 2080, situándose en tan solo dos personas en edad de trabajar por cada una de más de 65 años”.

La inmigración, observa Hall, “ofrece una solución al problema, pero se está encontrando con una feroz resistencia de los gobiernos de Europa, donde los partidos de derecha radical que se oponen a las políticas de la UE están en alza. La propia UE carece de una política eficaz para hacer frente a los barcos cargados de refugiados que atraviesan el Mediterráneo en cantidades nunca antes vistas”. La resistencia responde a la puja entre el tribalismo, guiado por el odio parroquial, y la globalización, referente de los mercados. O entre la yihad y el McMundo, metáfora que utilizó en 1995, cual profecía, el politólogo norteamericano Benjamin Barber. Una metáfora tan exagerada como acertada.

(*): Periodista, dirige el portal de información y análisis internacional El Ínterin, y es columnista en la Televisión Pública Argentina.