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Opinión 19 de mayo de 2018

La rutina de la provocación

por Jorge Elías

Un manifestante palestino toma parte en los enfrentamientos con el Ejército israelí. Foto: EFE | Mohammed Saber.

Así como Donald Trump prometió durante su campaña electoral la ruptura del acuerdo con Irán, también se comprometió a trasladar la embajada a Jerusalén, “la capital eterna del pueblo judío“. La decisión, sólo imitada por Guatemala, Paraguay y quizás Honduras, no pudo ser más inoportuna inclusive por la fecha: la víspera del Nakba (catástrofe), éxodo de palestinos tras la primera guerra contra Israel, en 1948. Fue el segundo capítulo en menos de una semana de una rutina. La rutina de la provocación. La mudanza se saldó con un balance de víctimas palestinas en Gaza sin precedente en una sola jornada desde la guerra de 2014 y con heridas diplomáticas de difícil sutura.

¿Qué llevó a Trump a tomar esa decisión, más allá de su promesa de campaña? En 1995, el Congreso de Estados Unidos aprobó el traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén. Una cláusula permitía a los presidentes postergarlo por seis meses. Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama alegaron razones de seguridad nacional para no autorizarlo. También Trump durante su primer año de gobierno, pero luego sucumbió a los deseos del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, y del Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (Aipac), gran donante de los candidatos republicanos.

Cuando Trump anunció la ruptura del acuerdo nuclear con Irán, Netanyahu sintió una enorme satisfacción. Por primera vez en sus 12 años de mandato, el primer ministro de Israel vio premiada su constancia en demonizar al régimen de los ayatolás y, cual valor agregado, en exigir el reconocimiento de Jerusalén como capital de su país. La mudanza de la embajada norteamericana coronó el esfuerzo de Netanyahu en coincidencia con el 70º aniversario de la creación del Estado judío y con las sospechas de corrupción a las cuales sobrevivió gracias a los jaredíes (ultraortodoxos) de su partido, el Likud.

Jerusalén, ciudad sagrada para los cristianos, los judíos y los musulmanes, cobija el Santo Sepulcro (donde resucitó Jesús), el Muro de los Lamentos (donde se halla la piedra del sacrificio no consumado de Isaac, hijo de Abraham, único resto en pie del templo de Salomón) y la Mezquita de Al Aqsa y la Cúpula de la Roca (desde la que Mahoma ascendió al cielo). La guerra que terminó en 1949 derivó en la división de Jerusalén Este, bajo control árabe, y Jerusalén Oeste, bajo control israelí. Jordania se hizo cargo del sector oriental, que incluía la Ciudad Vieja y los sitios sagrados, hasta la Guerra de los Seis Días.

Cuando concluyó la guerra, en 1967, Israel trazó una línea con rotulador verde para fijar el límite de la ciudad bajo la premisa de permitir el acceso de los fieles de todas las religiones. En esa línea verde, llamada “tierra de nadie”, está el consulado de Estados Unidos, ahora embajada. Palestina, Estado observador, no miembro, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), reclama el sector oriental para fundar su capital. En plan de adular a Trump, el único presidente de Estados Unidos con el cual ha comulgado, Netanyahu llegó a compararlo con Ciro II el Grande, el rey persa que permitió el regreso a Jerusalén de los judíos deportados en Babilonia cinco siglos antes de Cristo.

Un elogio excesivo. Tan excesivo como el torbellino creado por Trump en su afán de demostrarle al mundo que cada tuit que lanza es un misil. Un misil que causa daños colaterales. La ruptura del acuerdo nuclear no sólo levantó ampollas en Irán, sino también entre sus aliados europeos. El traslado de la embajada, con su secuela de muerte en Gaza, no sólo levantó ampollas en Palestina, sino también entre sus aliados árabes y europeos. Turquía rompió relaciones con Israel. Evalúan tomar la misma medida Sudáfrica, Jordania, Mauritania y otros gobiernos.

En el Consejo de Seguridad de la ONU, la representante norteamericana, Nikki Halley, fue la única defensora de Israel.

Trump se ha vuelto más Trump. Reemplazó a aquellos que intentaban persuadirlo, como Rex Tillerson, secretario de Estado, y H.R. McMaster, consejero de Seguridad Nacional, por exponentes de la línea dura, como Mike Pompeo, ex director de la CIA, y John Bolton, respectivamente. La confrontación seduce a su entorno, encantado con la demolición del legado de Obama y con la aparente restitución del respeto a Estados Unidos. Es la misma lectura que en Israel pretende imponer Netanyahu, tan acuciado por las denuncias de corrupción como Trump por los presuntos favores de Vladimir Putin para ganarle a Hillary Clinton en 2016.

Las decisiones de Trump, espejo de un creciente aislacionismo, contribuyen a su lema America First, pero diluyen toda posibilidad de retribución en tanto no dependa de una transacción. Tanto me das, tanto te doy. La exportación de valores tan caros a los gobiernos norteamericanos como la democracia, la libertad y los derechos humanos, no siempre cumplida al pie de la letra, queda ahora supeditada a los resultados, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta) con México y Canadá, los aranceles a las importaciones de China, la salida del acuerdo climático o la desnuclearización de la península coreana.

En estos tiempos, los de Trump, Medio Oriente y el resto del planeta deben arreglárselas solos. La guerra en Siria amenaza con propagarse. Hezbollah, enemigo de Israel aupado por Irán, ganó las legislativas del Líbano. El certificado de defunción del ISIS, con la garantía de Rusia, no blinda a Europa ni a Asia, blancos de atentados frecuentes. El ISIS procura compensar su derrota en Siria y en Irak con ataques de bajo costo. Curiosamente, entre los musulmanes, la facción terrorista no responde al rito chiita, mayoritario en Irán, sino al sunita, propagado por Arabia Saudita. Un socio inesperado de Israel, gran comprador de armas de Estados Unidos. Otro logro de Trump.

Zvi Barel escribió con tono irónico en el matutino israelí Haaretz: “Nuestra industria clave es la guerra, no la paz o el diálogo con nuestros vecinos. Sólo queremos a los árabes como enemigos. ¿Quién ha ganado hasta ahora en esta situación? Por ahora Hamas, porque puede decir que ha socavado en gran medida los lazos de Israel con Turquía, Jordania y Qatar. Y esto sólo está empezando”. Hamas, la facción palestina que controla la Franja de Gaza, puede enviar a los palestinos a una muerte segura, como aducen Netanyahu y los suyos, pero no miden el uso excesivo de la fuerza. Letal más allá de sus fronteras.

(*): Periodista, dirige el portal de información y análisis internacional El Ínterin, y es columnista en la Televisión Pública Argentina.