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Ya de pequeño no quería verse como los demás. Virgil Starkwell (*) comprendió, forzosamente bien, el sinsentido de la vida y ese tiempo abismal que hace ver a la humanidad como un puñado de hormigas, ante los movimientos caóticos del universo.
Algunos semiólogos creen que la desmitificación le da fuerza al mito; aunque esta columna probará no ser tan racional al respecto.
Las tareas en vano de Starkwell por querer contrariar a la norma lo llevaron a delinquir una y otra vez sin ningún tipo de escrúpulos. Además él, tampoco se cuestionaba los métodos absurdos que utilizaba y le impedían lograr casi todos sus objetivos.
Virgil no sólo era ilógico en relación a sus actos criminales y estrategias, sino también en cuanto a su pasión musical: era un desafinado y disfuncional chelista. Pero él hacía caso omiso a la incomprensión de los otros y continuaba torturando al barrio y a su familia con sus perturbadores estudios.
Nadie puede cuestionar las emociones que Starkwell experimentaba frente a la lógica del mundo. El proseguía con su modo de conciencia, haciendo cosas. Escribía su vida con el cuerpo y sin darle importancia a las consecuencias, vivía el instante. Las reglas y los castigos no parecían doblegarlo, por el contrario; lo hacían más fuerte.
Según la mitología griega, Sísifo era demasiado inteligente para los dioses celosos del Olimpo, que bajo ningún aspecto podían sentirse ni verse menos que un hombre. Y como todos saben, la piedra fue su castigo; que aún sigue levantando con esfuerzo por toda la eternidad.
Sísifo es consciente de la falta de esperanza; pero también de su dicha y de las posibilidades que pueden surgir más allá de la situación, de cualquier situación. No abandona su enfrentamiento con los dioses. Como dice Camus:
“El hombre absurdo dice que sí y su esfuerzo no terminará nunca”.
Esta recreación de la existencia y el accionar humano también está muy presente en los escritos de Macedonio Fernández:
“Me gusta lo difícil; nada más difícil que el ocio; me gusta el ocio. Pero estoy despectivamente sospechado de trabajar, o al menos de ejecutar un ocio perezosamente ensayado”.
La compleja tarea de alejarse del hacer. No existe aún en la sociedad la conciencia del no-hacer. Starkwell estaba sospechado de criminal pero no podía hacerlo, hasta un robo pequeño era irrealizable para él. Incluso, entraba y salía de la cárcel por cada inútil ensayo de fechoría. Nada más inocente e incesante que el no-hacer de nuestro querido héroe. Su estilo enfrentaba una gramática que no podía terminar con él.
Hasta encontró el amor sin buscarlo. En un fallido de querer robarle la cartera a una señorita, quedó perplejo por su mirada, y desvió el relato hacia otra parte…
Epílogo
A veces la maquinaria no funciona: se tiene la mitad del material escrito en un cuaderno espiralado, y cuando estás a punto de pasarlo de forma digital, la computadora no enciende.
Queda menos de una hora para la entrega. ¿Qué hacer?
El pre-columnista se dirige a un cyber. Se sienta y comienza a pasar la columna. En ese instante se corta la luz. Por suerte, llega a transcribir la mitad del texto y a guardarlo en un pendrive.
A sólo quince minutos de la entrega, él se toma un taxi hacia el diario, y luego le dice al corrector.
(*) Virgil Starkwell protagonista de la película de Woody Allen “Robó, huyó y lo pescaron”.
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