Los cambios en la vida moderna y el cerebro del futuro
El impacto de las nuevas tecnologías en el cerebro y una reflexión profunda acerca de las problemáticas sociales actuales y el rol de la ciencia para alcanzar su resolución constituyen el eje del nuevo libro de Facundo Manes y Mateo Niro.
¿Tendrá sentido preguntarse cuando fue que empezó el futuro? ¿Cuál será la respuesta definitiva de este oxímoron, en el que el verbo se conjuga en pasado cuando se habla de algo que está por venir? Quizás en estas contradicciones aparentes se encuentre la clave, porque aquello que se esperaba ya está entre nosotros: la hiperconexión, el presente continuo en donde se fusionan todos los tiempos, lo digital y lo biológico, la vida larga y a prisa, los avances tecnológicos que de tan asombrosos ya no asombran. Y ahora que llegó, nos preguntamos qué vamos a hacer con ese futuro y qué va a hacer ese futuro con todos nosotros.
Sea como sea, sabemos que deberemos atravesarlo con el mismo cuerpo y el mismo cerebro que hace miles de
años. Preguntarnos sobre la ocurrencia de esa relación entre los seres humanos y los tiempos que corren como nunca han corrido es el objetivo principal del libro “El cerebro del futuro.¿Cambiará la vida moderna de nuestra esencia? que en próximos días presentarán el internacionalmente reconocido neurocientífico Facundo Manes y
Mateo Niro.
Se trata de un sólido y minucioso trabajo en el que se analizan los aspectos más relevantes que tendremos que afrontar de cara a un mañana que ya está entre nosotros, y aquellos a los que deberemos atender sin excepción para alcanzar una sociedad en la que el bienestar sea general. De este modo, desarrollan temas fundamentales como el lugar de las neurociencias y el trabajo interdisciplinario; cómo será el cerebro del futuro; el impacto de la tecnología en el comportamiento; la neuroética y los límites que deberán establecerse frente a los avances científicos; la incidencia y los posibles tratamientos de las enfermedades mentales cada vez más propagadas; el impacto de las nuevas tecnologías en el cerebro y una reflexión profunda acerca de las problemáticas sociales actuales y el rol de la ciencia para alcanzar su resolución.
Luego del enorme éxito de “Usar el cerebro” y “El cerebro argentino”, Manes y Niro invitan en su nuevo libro a dar un paso más allá en esta magnífica aventura que significa entender nuestro presente, para vivir una “vida moderna” plena, desarrollada, humana.
Lo que viene
La complejidad de nuestro cerebro no solo nos permite reflexionar sobre nosotros mismos en el presente, sino que podemos revisar los pasos que nos llevaron hasta aquí e interrogarnos por aquellos que no hemos dado aún. De esta manera, intentamos reducir la incertidumbre sobre lo que vendrá. Entonces nos planteamos: ¿cómo será nuestro propio devenir?, ¿cómo seremos nosotros mismos en el futuro? Y si, como se dice comúnmente, somos nuestro cerebro, ¿qué será de ese órgano tan complejo y fascinante que nos hace humanos?
Nuestro cerebro no está aislado del mundo exterior; por el contrario, forma parte de un cuerpo que se desarrolla y madura en un contexto específico, interactuando con seres sociales y objetos inanimados. El desarrollo y funcionamiento del cerebro no está determinado únicamente por la carga genética, sino que el ambiente cumple un rol esencial. Existen mecanismos epigenéticos que alteran la transcripción o expresión de los genes en partes específicas del cuerpo o cerebro, y se cree que son justamente estos mecanismos los que permiten la gran adaptabilidad del organismo al entorno. Se ha mostrado, incluso, que las experiencias en el desarrollo temprano, como la nutrición, el cuidado parental y el estrés, pueden inducir mecanismos que alteran la estructura y el funcionamiento del cerebro, y estos cambios pueden influenciar la expresión genética y persistir a través de las generaciones. Por lo tanto, el estudio del cerebro requiere de la comprensión del ambiente donde se desarrolla.
Entonces, para intentar predecir cómo será nuestro cerebro dentro de cientos de años, necesitamos tener en cuenta el entorno en el que nos encontramos, los cambios físicos que vivenciamos.
El impacto de la tecnología
Nuestro presente está marcado por la revolución del desarrollo tecnológico. Esto, junto con la ampliación y profesionalización del campo de investigación científica, y sus consecuentes descubrimientos, potenciaron el recorrido de las neurociencias.
En las últimas décadas, se han logrado una serie de descubrimientos fundamentales que crean la oportunidad de desbloquear algunos de los misterios del cerebro. Estos descubrimientos han dado oportunidades sin precedentes para la integración de diferentes disciplinas. Una gran promesa surge de la intersección de las nanociencias, las imágenes, la ingeniería, la informática y otros campos rápidamente emergentes de la ciencia.
El estado actual de la ciencia nos hace estimar que en los próximos años algunos de los enigmas del cerebro se irán develando. Además de ayudarnos a profundizar nuestro conocimiento, las tecnologías también contribuyen a generar nuevos mecanismos de diagnóstico y tratamiento de diversas enfermedades. La relación entre la biología y la tecnología es posible debido a que los cerebros y las computadoras se comunican en dialectos de la misma lengua. La información que proviene tanto de los oídos, de la visión o de la piel es convertida en señales electroquímicas.
Cualquier información que tenga una estructura que mapee el mundo externo, el cerebro intentará decodificarla. Conocer esto nos puede llevar a pensar cosas inimaginables. Por ejemplo, adicionar sentidos a los ya conocidos.
Como esas viejas películas de ciencia ficción que veíamos en nuestra infancia, la tecnología impacta de manera asombrosa en avances para conocer y otorgarle potencialidades a nuestro cerebro.
Podemos decir que hoy el cerebro funciona como el de nuestros ancestros, solo que adaptado a un mundo diferente con reglas diferentes. La tecnología afecta nuestro cerebro de la misma forma en que lo hacen los otros estímulos que nos rodean. ¿Contribuirá entonces a facilitar nuestra vida?, ¿nos permitirá encontrar la solución a nuestros problemas? O, por el contrario, ¿debilitará nuestras mentes?, ¿nos convertirá en hombres y mujeres deshumanizados? Preguntarnos qué pasará con nuestro cerebro en el futuro, al fin y al cabo, es pensar qué pasará con nosotros mismos, los seres humanos.
Como no nos cansamos de ver todos los días, el desarrollo de los avances tecnológicos es impactante. ¿Llegará a competir con nuestras propias habilidades humanas? ¿Nuestros cerebros se volverán piezas obsoletas en relación con el desarrollo de la inteligencia artificial? Los seres humanos somos mucho más que hardware y software.
Sabemos que nuestra experiencia modula las conexiones neurales y nuestra genética. Somos también nuestras emociones o pasiones, nuestras frustraciones, nuestros sueños y nuestra esperanza e imaginación. En términos anatómicos el cerebro no cambiará en siglos.
Vale preguntarnos qué transformaciones precisará nuestro cerebro en constante adaptación desde que nos enfrentamos a una nueva manera de procesar la información mediada por la tecnología. Este acceso de la información de manera absolutamente distinta a como resultaba hace cincuenta años también nos lleva a
reflexionar hasta qué punto nuestro cerebro puede sostener esa estimulación operativa y esas tareas múltiples. Todavía no hay una respuesta certera para esto.
Quizás el siguiente paso para nuestro cerebro pueda no ser una evolución natural, sino que se relacione con la influencia de la ingeniería genética y la biotecnología para expandir las capacidades. Hay autores que sostienen que la evolución, en términos de selección natural (como la modificación genética en respuesta a factores ambientales y supervivencia del más fuerte) ya no es tan relevante para los humanos modernos en el mundo cultural y tecnológico en que nos desarrollamos.
Actualmente, somos capaces de manipular genes mediante selección artificial y modificar rasgos biológicos. Estudios recientes sugieren que ciertos aspectos del envejecimiento están programados genéticamente, lo cual abre la posibilidad de pensar en su manipulación. La tecnología está permitiendo el desarrollo de tejidos artificiales, como piel construida a partir de plástico, y dispositivos como retinas artificiales o implantes cocleares. Probablemente, en los próximos cientos de años, sea posible crear o regenerar el tejido neuronal que compone el cerebro, lo cual
tendría importantes implicancias en el tratamiento de enfermedades que hoy no tienen cura, como la demencia. Sin ir más lejos, pensemos cómo nuestra sociedad ya cuenta con medicamentos para mejorar el rendimiento en ciertas disfunciones cerebrales. Fármacos como los antidepresivos, el metilfenidato para el tratamiento del déficit atencional y agentes dopaminérgicos para el tratamiento del Parkinson y la enfermedad de Huntington han significado una gran mejora en la calidad de vida de estas personas. Incluso, ya se conocen algunas drogas que podrían ser usadas con el fin de potenciar el funcionamiento cognitivo en personas sanas. Por ejemplo, se ha mostrado que diversas sustancias que alteran el sistema dopaminérgico tienen el efecto de potenciar las habilidades sensoriales, la memoria, el estado de alerta, la atención y el control inhibitorio, por lo que han recibido la denominación genética de “drogas inteligentes”. Sabemos que se trata de desarrollos que requieren más investigaciones sobre la seguridad y potenciales efectos secundarios a largo plazo
Interfaz cerebro-máquina
La evolución tecnológica es la interfaz cerebro-máquina, tecnología que permite registrar y procesar ondas cerebrales en tiempo real y traducirlas en una acción en el mundo exterior. La interfaz cerebro-máquina funciona interpretando y trasladando la actividad eléctrica neuronal a un dispositivo o prótesis que se estimula para generar comandos motores. Si bien esta tecnología se encuentra aún en etapa de investigación, tiene múltiples posibilidades de aplicación. Otra potencial aplicación de esta tecnología radica en el desarrollo de dispositivos que detecten e informen la probabilidad de sufrir una crisis epiléptica.
O bien, el uso de implantes neurales que monitoreen y, de ser necesario, estimulen la secreción o retención de neurotransmisores para que el cerebro funcione de manera óptima, previniendo así enfermedades como la depresión o la psicosis. Tal como los fármacos potenciadores de la cognición, la interfaz cerebro-máquina también se podría aplicar eventualmente en personas sanas. Teóricamente, es posible potenciar funciones sensoriales o cognitivas mediante implantes cerebrales o dispositivos externos. La posibilidad de incrementar nuestros sentidos para, por ejemplo, percibir más colores, tener visión nocturna o de 360 grados, abre la puerta a la posibilidad de modificar nuestra biología para adaptarnos mejor al entorno, en lugar de modificar el mismo. Estas ideas han
llevado a algunos autores a reflexionar sobre la posibilidad de proveer a los humanos de habilidades ilimitadas de memoria o cálculo, produciendo una superinteligencia que nos haría entrar en una era poshumana. En conjunto con
otras tecnologías, como el GPS, la interfaz cerebro-máquina tiene múltiples potenciales aplicaciones en la vida cotidiana, por ejemplo, en lo que concierne a la conducción de un auto o pilotear un avión. Se ha sugerido que la interfaz cerebro-máquina nos está acercando a una revolución tecnológica, en tanto representa una fusión del cuerpo humano con dispositivos artificiales. En este sentido, varios investigadores sostienen que podemos convertirnos en Homo cyberneticus, una especie humana ligeramente asistida por algunas mejoras tecnológicas.
Sobre la neurótica
Estos avances en las neurociencias impactan en todas las disciplinas (porque todo lo que hacemos lo hacemos con el cerebro) y, sin dudas, también generan disyuntivas relacionadas con nuestra privacidad, moral, identidad,
seguridad, espiritualidad, libertad y personalidad. Es así que los profundos avances dados potenciaron la necesidad de un área específica: la neuroética.
Aunque algunos consideran que se trata simplemente de una bioética del cerebro, la neuroética abarca el campo de la filosofía que discute los beneficios y peligros de las investigaciones sobre el cerebro humano. Y, en relación a ello, considera lo técnicamente viable con lo éticamente aceptable. Nos encontramos frente a la posibilidad del desarrollo de neurotecnología que nos permita superar algunas de las limitaciones del propio cuerpo humano. Esto genera una serie de preocupaciones éticas y legales. Sus usos, lo decimos una vez más, deben estar claramente definidos: promover el bienestar de la vida de las personas y el de toda la comunidad.
Los avances en el conocimiento y las consideraciones neuroéticas no deben limitarse a un panel de expertos, sino que debe implicarse a la sociedad en su conjunto. Todos aquellos que tenemos la posibilidad de difundir estos estudios no solo debemos comprender las expectativas y miedos, sino también limitar las falsas esperanzas.
La epidemiade los trastornos cerebrales
Los trastornos cerebrales son una de las mayores amenazas para la salud pública y deben considerarse como uno de los principales desafíos mundiales del futuro por su impacto humano, médico, social y económico. Se estima que las enfermedades del cerebro afectan a cerca de mil millones de personas dentro de todos los grupos etarios y regiones geográficas. Por su parte, la incidencia de ciertos trastornos como el Alzheimer se incrementa como resultado del aumento de la esperanza de vida. Los trastornos neurológicos más extendidos son la demencia, la epilepsia, la cefalea, la esclerosis múltiple, las neuroinfecciones, los trastornos neurológicos asociados con la desnutrición, el dolor asociado con trastornos neurológicos, la enfermedad de Parkinson, el accidente cerebrovascular y las lesiones cerebrales traumáticas. Las principales patologías mentales y del comportamiento son los trastornos depresivos unipolares, de ansiedad, del desarrollo, y la adicción al alcohol y drogas. Por otra parte, se encuentran las enfermedades raras o poco frecuentes, que afectan a un número reducido de personas.
Las enfermedades del cerebro no suelen ser primordiales en las agendas de salud. Frente a esta problemática en expansión desde el presente hacia el futuro, se deben implementar desde ahora intervenciones efectivas y apoyar la investigación para que continúe el desarrollo de opciones de prevención y tratamiento. A diferencia de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer, en la mayoría de los casos la carga de los trastornos cerebrales tiende a manifestarse en discapacidades y efectos en la vida de las personas afectadas y sus cuidadores, más que en muertes
tempranas. Eso hace que la huella de estas condiciones sea más difícil de cuantificar.
Uno de los desafíos fundamentales para la sociedad del presente y del futuro: los trastornos mentales. Porque conocer es un paso necesario para prevenir y, en el caso de que sea posible, curar, iremos indagando sobre muchas de las condiciones mentales más frecuentes y menos frecuentes, desde el extendido Alzheimer hasta las otras demencias, desde las enfermedades del sueño, la cefalea y el ACV hasta enfermedades raras como el síndrome de la mano ajena o el del acento extranjero, entre muchos otros.
Diagnóstico y tratamiento
Distintas tecnologías nos permitieron observar estos fundamentales datos sobre la manera en la que funciona nuestro cerebro y sus habilidades. En la actualidad, se está realizando un enorme esfuerzo en mapear estas conexiones y describir cómo cambian en patologías como el Alzheimer, el desorden por déficit de atención e
hiperactividad, la depresión o la esquizofrenia, entre otras. Una de las técnicas que ha demostrado ser una poderosa herramienta para identificar qué áreas de nuestro cerebro se encuentran específicamente asociadas a distintos procesos cognitivos o afectivos es el estudio por resonancia magnética funcional (RMNf ).
Así hemos podido conocer la relación que existe entre el hipocampo, una estructura de nuestro lóbulo temporal, y las etapas iniciales de la consolidación de la memoria. Ahora bien, en los últimos veinte años se ha producido un cambio
radical en la investigación con resonancia porque el foco de las investigaciones dejó de estar en estudiar la respuesta específica de áreas ante una tarea para explorar cómo interactúan entre sí las regiones de nuestro cerebro desde el punto de vista funcional. Este cambio se produjo a partir de toda una serie de estudios que mostraron que, aunque no estemos realizando una tarea cognitiva específica (resolver un crucigrama), nuestra actividad cerebral en estado de reposo posee una actividad propia que es coherente y organizada, e incluso independiente del contenido de nuestros pensamientos.
La llamada “optogenética” es una técnica que permite manipular la actividad cerebral, es decir, activar o inhibir un conjunto de neuronas específicas, para observar cómo da lugar a un patrón de conductas, pensamientos o emociones en particular. Se trata de una tecnología que puede explorar relaciones de causaefecto entre la actividad cerebral y el comportamiento observable. Esto abre múltiples posibilidades de investigación y tratamiento de enfermedades neurológicas y psiquiátricas en el futuro, como así también grandes interrogantes.
Debemos advertir que es importante no quedar enceguecidos por las nuevas tecnologías. La ciencia del cerebro debe ser guiada por preguntas relevantes, no por la tecnología disponible. En esta dirección, necesitamos recordar que las raíces de la traslación clínica se encuentran en los descubrimientos científicos básicos que se producen día a día en laboratorios de todo el mundo. algunas de esas técnicas novedosas que se están implementando (o que todavía están siendo evaluadas) en los estudios neurocientíficos. Consideraremos los avances tecnológicos que impactan en la vida de las personas con enfermedades neurológicas como la interfaz cerebro-máquina, el desarrollo del exoesqueleto y
nuevas direcciones en la investigación del Alzheimer.
La niñez y el cerebro del futuro
La transformación del cerebro de un niño, el verdadero cerebro del futuro, en el de un adulto es un proceso más fascinante que cualquier sofisticado desarrollo tecnológico. El cerebro de un recién nacido representa solo un cuarto del tamaño del de un adulto y experimentará, en el transcurso de su infancia, un crecimiento intensivo y masivo. Sabemos que, si bien el cerebro humano se transforma a lo largo de toda la vida, son las fases tempranas de maduración, durante el desarrollo fetal y la infancia, las más dramáticas e importantes. Tanto la estimulación cognitiva como la afectiva cumplen un rol esencial en este desarrollo.
Un cerebro estimulado genera más conexiones y más plasticidad para adaptarse de las neuronas. Muchos investigadores llegaron a la conclusión de que el cerebro de los bebés funciona como el de un gran científico. El aprendizaje para los bebés es un proceso tan sofisticado como aquel que llevan adelante grandes y laureados científicos, cuyas investigaciones están centradas en lograr conocer y entender algo específico del universo. Aunque, pensándolo bien, el de los bebés es infinitamente mayor: ellos quieren conocer y entender de una vez todo ese universo.
Nuestro estilo de vida tiene un profundo impacto en el cerebro. Por ello es esencial identificar qué hábitos son beneficiosos para cuidar y potenciar nuestra mente en el presente para el futuro. Ya hemos mencionado que el cerebro se transforma de manera constante. Y el aspecto más importante en relación con esta característica
es que cada uno de nosotros puede influir de manera positiva sobre estos cambios que se producen a medida que pasan los años. Por lo tanto, podemos ayudar a tener un envejecimiento saludable al conocer y adoptar los consejos que las neurociencias señalan a partir de las últimas investigaciones. En este sentido, resulta fundamental darse cuenta de que diariamente tomamos decisiones que influyen en nuestra salud, nuestros proyectos, nuestro bienestar. Por lo tanto, reflexionar sobre el proceso de toma de decisiones nos ayuda a mejorar y priorizar nuestro bienestar a la hora de decidir. En este sentido, desde niños hay factores que son esenciales, además de la buena alimentación, como los lazos sociales; el juego, porque no solo incentiva la creatividad, sino que nos relaja y a la vez nos permite pensar otras realidades y mundos posibles.
También es una cuestión fundamental para este tiempo la relación establecida con las nuevas tecnologías: saber cómo afectan las nuevas tecnologías al desarrollo del cerebro en la infancia y la adolescencia es difícil de responder porque los avances son recientes y están en permanente cambio. Hasta el momento, la evidencia científica sugiere que el uso de esas tecnologías produce tanto efectos negativos como positivos en los niños. ¿Cómo conviene manejar el uso de la tecnología en los niños? La Academia Americana de Pediatría sugiere evitar el uso de dispositivos tecnológicos en niños menores de dos años y limitar su uso a no más de dos horas diarias en niños mayores. Aclaran que se puede ir permitiendo añadir algunas horas a medida que maduran. También recomienda mantener la habitación de los chicos libre de estos dispositivos. Son numerosos los expertos que están de acuerdo con estas observaciones. Sin embargo, se critica que se basan en estudios de laboratorio que no siempre se trasladan directamente a las complejidades de la vida real. Por otra parte, aunque muchos estudios encuentren relaciones entre el uso de la tecnología y problemas cognitivos o de salud física y mental, no es posible demostrar cuál es la causa y cuál la consecuencia. Por último, las recomendaciones de limitar el tiempo frente a las pantallas asumen que el uso de dispositivos tecnológicos estaría reemplazando otras actividades positivas, como la lectura de libros, el juego imaginativo o las interacciones sociales, lo cual no siempre es cierto. Será conveniente que los adultos quitemos peso a ideasestrictas sobre el tiempo y, en cambio, focalicemos más en el contenido al que se exponen los chicos y el contexto en el cual lo hacen. Es importante conversar con ellos sobre cómo usan la tecnología y cómo creen que deberían ser las reglas, a modo de consensuarlas. Y saber también ofrecer alternativas sanas y estimulantes para los planos cognitivos y afectivos. Debemos recordarles y recordarnos que es una herramienta fascinante, pero que ninguna tecnología sustituye las relaciones sociales cara a cara basadas en el apoyo y la confianza.
La preocupación por la atención se ha vuelto exacerbada. Tanto, que algunos estudiosos se animan a llamar a esta época como “la era de la distracción”. Siempre es interesante recorrer distintas posibilidades de abordaje de una problemática y a partir de eso generar nuevos interrogantes. El sociólogo Frank Furedi, de la Universidad de Kent, Canterbury, señala al respecto que esta preocupación nos podría llevar a reflexionar, más que en el problema de la desatención actual, sobre cuáles son los nuevos focos de nuestra atención. Uno de los procesos involucrados en la atención consiste en filtrar lo importante de lo que no lo es; por lo tanto, pensar socialmente nuestra atención implica pensar qué valoramos merecedor de ella. Según él, la crisis de atención tiene que ver más bien con la incertidumbre sobre lo que pensamos que realmente importa.
Nuestros sesgos cognitivos son responsables de que, muchas veces, interpretemos la información de manera ilógica, que realicemos juicios irracionales y, por eso, tomemos decisiones desacertadas. ¿Por qué la evolución los preservó? La respuesta a esta pregunta implica reconocer algunas de las ventajas de esta forma de decidir. El cerebro se enfrenta cotidianamente a una tarea casi imposible: darle sentido a un mundo ruidoso y ambiguo. Es por eso que se vuelve indispensable tomar atajos. Así, los sesgos ayudan a procesar la información y dar respuesta a situaciones a las que se debe enfrentar de manera rápida. Claro que estos temas fueron abordados a lo largo del tiempo por diversas teorías y disciplinas, y hoy se refleja de manera cabal en la tan transitada idea de “posverdad”, en la que hechos objetivos son secundarios en relación a la apelación a las emociones y a la creencia personal previa, fortalecida con las nuevas tecnologías en tanto siempre se hallará evidencia a favor de cualquier cosa que queramos creer y en contra de lo que no.
Asimismo, los algoritmos tienden a sugerirnos a través de la predicción sobre propuestas alineadas con nuestras lecturas y búsquedas previas. Aunque no es una tarea fácil, para moderar el efecto de los sesgos cognitivos en nuestras creencias, decisiones y conductas es importante saber que existen, reflexionar sobre esto y ver qué se hace en consecuencia. Además, es necesario cuestionarlos cuando esos esquemas repercuten de manera negativa. Para ello, hay que flexibilizar y poner en práctica el pensamiento crítico y el razonamiento científico. Las personas con
mayor capacidad de pararse en distintos lugares, de observar a través de diferentes perspectivas y de permitirse abordar diversas ideas están más expuestas a una multiplicidad de estímulos y a la generación de respuestas más creativas.