– Un tablero. Es solamente un tablero.
– Entiendo, ni más ni menos… pero ¿No le parece un poco invasivo? No dejan de ser asuntos que no les conciernen…
– A Nosotros nos concierne todo. Mire, Fabrizio, en un tablero se pueden hacer muchas cosas: marcar categorías, establecer prioridades, operativizar procesos, cumplir con estándares, verificar avances…
– Dirigir las movidas, y las jugadas… no sé si me entiende la ironía.
– No.
– Bueno… ciertos juegos de mesa requieren de un tablero, y allí hay jugadas, o movidas, dependiendo a qué esté jugando. Pensé que se entendía, como es el uso más frecuente para la palabra “tablero”, imaginé que quedaba claro… No me haga caso, era un chiste.
– No tiene gracia.
– Digamos, entonces, que en su tablero habrá metas que cumplir, obstáculos que atravesar, decisiones que tomar y consecuencias de esas decisiones. Como en El Estanciero, o en el Juego de la Vida.
– Algo así.
– Habrá quienes avancen, y otros que retrocedan dos casilleros. Que deban ceder su turno, o que pierdan todo para volver a empezar. También estarán los afortunados que duplican sus puntos en virtud de una jugada.
– Sí, pero no sé a dónde quiere llegar. Esto se parece a una vaguedad pseudointelectual, un juego de palabras, y yo estoy ocupado, así que si no le molesta…
– “Pseudointelectual”: ¡triplica punto palabra con esa!!
– (…)
– Perdón.
– ¿Sabe de lo que usted no se da cuenta, Fabrizio? Hay una gran diferencia entre nuestro tablero y el de los juegos de mesa…
– Ah sí, y ¿cuál es?
– El azar. Nuestro tablero es un remedio contra el azar. Reduce lo inesperado, lo que no se puede controlar. Esa es la idea.
– Es una idea un poco ingenua.
– No comprendo, Fabrizio. ¿Por qué no va a al punto?
– “Dios mueve al jugador, y este a la pieza…”
– Borges.
– Sí, y como él yo también pregunto ¿“Qué Dios detrás de Dios la trama empieza”?
– Tendrá su respuesta si sabe leer el tablero. Así que siéntese y espere, mientras Nosotros movemos las piezas.