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Interés general 21 de abril de 2016

El viaje de más de un siglo de cuatro onas llegó al final

Ya descansan en Tierra del Fuego los restos de cuatro integrantes del pueblo ona que hace más de un siglo protagonizaron un hecho de corte criminal. Se los considera los primeros fusilados y desparecidos del país.

Los restos de los cuatro integrantes del pueblo selk’nam u ona que durante 121 años estuvieron en el Museo de la Facultad de Ciencias Naturales de La Plata descansan desde hoy en una reserva aborigen en Tierra del Fuego, en lo que constituye el último paso del proceso de restitución iniciado hace seis años.
La comunidad selk’nam “Rafaela Ishton” concretó esta tarde el traslado del mítico Seriot, apodado Capelo, y de otros tres integrantes de la misma etnia sin identificar, hasta la reserva aborigen Rancho Colorado, a 15 kilómetros del municipio de Tolhuin.
Las cajas con los cuerpos quedaron en una casa rodante donada por la Dirección Provincial de Vialidad hasta después del invierno, cuando el clima permitirá construir un mausoleo que llevará placas con inscripciones históricas.
La ceremonia se realizó ante unos pocos miembros de la comunidad aborigen, y luego de recorrer un camino por el que solo pueden transitar vehículos de doble tracción porque había unos 40 centímetros de nieve.
“Estamos culminando una tarea con muchos años de esfuerzo, y lo hacemos con la satisfacción del deber cumplido. Demuestra que cuando se persevera en algo, aun las cosas más difíciles de pueden conseguir”, dijo Rubén Maldonado, líder de la comunidad Rafaela Ishton, a Télam.
En el mismo lugar donde reposan estos onas “ubicaremos a otros hermanos que vamos a traer de distintas partes del país, y del mundo, para que descansen definitivamente en su tierra”, afirmó Maldonado.
“Tuvieron que pasar 120 años para que estas personas, que fueron los primeros fusilados y desaparecidos de la Argentina, pudieran volver a su lugar”, enfatizó el dirigente indígena, quien el martes último participó en el museo dependiente de la Universidad Nacional de La Plata del acto por la restitución de los restos.
Dos días después, los esqueletos llegaron en avión a la ciudad de Río Grande y hoy fueron llevados por tierra hasta el municipio de Tolhuin, situado 100 kilómetros hacia el sur de la provincia.
Maldonado apuntó que aunque en los 90 hicieron presentaciones ante el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, fue la actividad del Colectivo Guía, en 2010, lo que movilizó los trámites que terminaron en la restitución.
“Ya en 2013 teníamos la posibilidad de traerlos, pero el tema se demoró por una interna dentro de la propia organización, ya que había grupos que querían llevar los restos a Ushuaia, o a Río Grande, y nosotros pensábamos que debían venir aquí, a su propio territorio”, explicó.
Uno de esos cuerpos es el de Seriot, al que llamaban “Capelo” por el tipo de sombrero que utilizaba, parecido al de los cardenales.
Seriot, que vivía en Bahía Thetis, dejó a su esposa al cuidado del subprefecto del lugar para realizar un viaje a Buenos Aires. Pero cuando volvió, la mujer había desparecido.
El joven ona se enfureció y pasó a la clandestinidad en busca de venganza: “Por algún tiempo quedó al acecho de la vecindad, con algunos miembros de la tribu. Su idea era apropiarse de la mujer del subprefecto para tomarla como rehén”, rememora Lucas Bridge en su libro “El último confín de la tierra”.
Sin poder cumplir su objetivo, Capelo reunió a otros veinte voluntarios y terminó atacando a un grupo de mineros, entre ellos Jacobo San Martín, que además de buscador de oro era un agrónomo de la gobernación contratado para marcar el límite entre Argentina y Chile en Tierra del Fuego.
El jefe de policía de Ushuaia, Ramón Cortez, se enteró de la muerte de los mineros unos meses más tarde y salió en busca de los onas rebeldes: los encontró en la estancia Harberton. Allí finalmente mataron a Capelo, tras un enfrentamiento con el propio Cortez.
Los restos del ona fueron enviados a Buenos Aires para “su estudio”, como indicaban los paradigmas científicos de la época.
Una tarde nublada y fría, 120 años después, en una ceremonia sin brillos y casi sin gente se puso punto final a la devolución de los selk’nam a su lugar de nacimiento, un sitio inhóspito y rodeado de nieve donde se sentirían más a gusto que en las vitrinas de un museo de ciudad.