La muerte en el fondo de un pozo ciego
En noviembre de 2014 todos dejaron de ver a Luis Valenzuela, un chileno afincado en el barrio 2 de Abril. Ocho meses después los familiares hallaron el cadáver. Estaba enterrado en la casa que justo antes de la desaparición había acordado vender.
Por Fernando del Rio
El cadáver de Luis Valenzuela (50) finalmente estaba allí, en uno de los dos pozos de la casa del barrio 2 de Abril. Dentro de una bolsa de nailon azul y envuelto en lo que parecía ser una alfombra. Vertical, sobre sus pies. En esa posición había sido colocado y cubierto de tierra, y, para asegurarse que nadie lo descubriera, sus asesinos habían echado un contrapiso encima. Aquel pozo que la misma víctima había excavado para que su casa tuviera cámara séptica se terminó por convertir en su tumba, una que jamás habría de ser encontrada. Salvo que pasara algo muy raro. Y pasó.
La historia del homicidio de Valenzuela, un chileno radicado en Mar del Plata desde mediados de los ’80, es la historia de lo previsible que, por obvio, se transforma en misterioso. De lo ordinario que se vuelve irrepetible. De un asesinato destinado a ponerse en evidencia que acaba en crimen perfecto.
El 6 de noviembre de 2014 una mujer llamada Gladys Valenzuela acudió preocupada al destacamento policial de Estación Camet para denunciar que su primo Luis no respondía a las llamadas y que había incumplido la promesa de reunirse, algo que no solía hacer más allá de su vida atravesada por el alcohol y la renuncia a los compromisos. También que le parecía extraña su falta justo en esos días que coincidían con la venta de la vivienda del barrio 2 de Abril, en una operación que para él no era materia desconocida ya que se dedicaba a comprar casas viejas o terrenos, remodelarlas y luego venderlas. Siempre en un contexto de informalidad y bajos valores inmobiliarios.
Lo singular de la denuncia fue que venía acompañada de un relato temerario que incorporaba un elemento desconcertante: la prima había ido a la casa de calle Del Hierro y Planes del barrio 2 de abril y había encontrado a los nuevos dueños. “Me dijeron que mi primo se había ido a Chile tras cobrar los 146 mil pesos de la venta”, explicó la mujer a la policía. En Chile nada sabían de Valenzuela.
Esa semana estaba de turno el fiscal Fernando Castro que recibió de la policía la denuncia por averiguación de paradero e hizo todo lo que se hace en esos casos. Pidió que se librasen oficios a las comisarías de la ciudad, a los hospitales y a otras fuerzas de seguridad con los datos y descripción de Valenzuela, y ordenó indagar en el barrio.
“Parecía extraña su falta justo en esos días que coincidían con la venta de la vivienda del barrio 2 de Abril, en una operación que para él no era materia desconocida”
Pudo saberse así que Valenzuela era un hombre solitario, que vivía de la albañilería y de esos “revoleos” con terrenos y viviendas en venta. Que tenía serios problemas con el alcohol y que recibía en su casa a amigos con los que tomaba cerveza. También consumía de manera recreativa marihuana. “No le alcanzaba para otro tipo de drogas y hasta es posible que la marihuana se la invitaran”, dijo uno de los pocos familiares que tenía en Mar del Plata. Sus padres y hermanos vivían en Chile.
Los investigadores fueron a la casa de Valenzuela, o la que se conocía como su casa en el barrio 2 de Abril al menos hasta los días anteriores, y entrevistaron a una pareja que allí se encontraba. El hombre, Diego Juan Cruz Gauna de 26 años, declaró que el día 3 de noviembre -tres días antes- le había pagado a Valenzuela 146.000 pesos. Para ratificarlo, exhibió un boleto de compra y venta. Llevaba la firma de Valenzuela. “Me dijo que tenía un familiar algo enfermo en Chile, iba a viajar y a la vuelta terminábamos de hacer todos los trámites. Se fue de acá con una mujer rubia ese día”, dijo ante el oficial principal Mariano Gardeazabal que tomaba nota.
El boleto de compra venta se había realizado entre Valenzuela y la mujer de Gauna, quien por esos días estaba embarazada. La fecha estaba corregida en el margen superior. Se había escrito inicialmente 4 de noviembre y luego enmendado con un 3 sobrepuesto. En el pie del documento, donde se advertía una temblorosa firma de Valenzuela, decía “a los CUATRO días del mes de NOVIEMBRE”.
La mujer, de apellido Alvez, apoyó el relato de su pareja: el “Chileno” había tomado el dinero y se había ido con la promesa de regresar a completar el trámite.
Los vecinos
EL DIA ANTERIOR. Una vecina del barrio aseguró haber visto a Valenzuela el 5 de noviembre, día anterior a la denuncia y dos posteriores a la supuesta firma de venta de la casa, mientras caminaba por una de las calles. Valenzuela tenía un aspecto inconfundible: pelo largo y suelto, barba candado entrecana. Nadie podría decir por error que lo había visto.
Ese día otra persona lo vio y fue suficiente para saber que el “Chileno” no se había ido de viaje. Ese segundo testigo fue un policía que estaba cumpliendo horas extras en la puerta del Casino y vio pasar a Valenzuela tomando cerveza con otro hombre. “No hay dudas de que era él. Yo he ido varias veces a su casa cuando se armaba lío”, dijo el policía, quien se desempeñaba en el destacamento Camet. Era cierto, algunos vecinos se habían quejado por los ruidos y las peleas que se originaban en la casa de Valenzuela una vez que comenzaba a correr el vino y la cerveza.
El boleto de compra venta decía que el 3 (acaso el 4) Valenzuela había firmado, los testigos que el 5 estaba por la ciudad y la denuncia de la prima algo distinto: que desde hacía varios días no contestaba el teléfono. En esa misma tarde del 6 de noviembre, cuando todas las declaraciones se tomaron, la suerte del “Chileno” Valenzuela pasó a ser un enigma.
“La búsqueda, con el correr de los días, se transformó en pasiva, tal como a acostumbra suceder con las averiguaciones de paradero conforme no se tiene novedades”.
La gente del barrio debía haber visto algo más. El barrio 2 de Abril, ubicado sobre la autovía 2, a pocos kilómetros del acceso formal a Mar del Plata, todavía está en crecimiento. Posee 10 cuadras de largo que se van desgranando hasta toparse con la Estancia La Trinidad. Muchos de los vecinos adquirían el terreno y comenzaban a edificar y vivir a la vez. No era extraño ver obras en construcción, albañiles, montículos de arena. Algunos allí trabajaban en ese oficio, entre ellos Fabián, un amigo del Chileno.
Fabián fue uno de los consultados por los investigadores y tuvo declaraciones confusas, poco precisas, aunque siempre depositando las sospechas de la desaparición de Valenzuela en torno a la venta de la casa de Planes y Del Hierro. “Otro muchacho recibió un mensaje de texto del Chileno que dice que se iba de viaje”, alertó a los policías. Al cabo de un relevamiento barrial se dio en esos primeros días con ese hombre, quien explicó que el mensaje ya lo había borrado pero que le había parecido raro por dos razones: la primera que era muy largo para lo que solía escribir Valenzuela y la segunda que había usado la palabra “limé”, como sinónimo de “extralimité”. El mensaje decía que se iba de viaje con un camionero amigo. “Que yo sepa, Luis no tenía amigos camioneros”, apuntó el hombre.
La búsqueda, con el correr de los días, se transformó en pasiva, tal como a acostumbra suceder con las averiguaciones de paradero conforme no se tiene novedades. Se siguieron recabando datos pero pocos conducían a algún sitio: el Chileno había desparecido sin dejar rastros. Su teléfono celular había dejado de funcionar en noviembre y en el barrio poco a poco comenzaban a olvidarse. Los familiares en Chile y los de Mar del Plata, en cambio, tenían presente su ausencia.
El hallazgo
DATOS OCULTOS. Antes de las fiestas de fin de año de 2014 la casa del barrio 2 de Abril había sido remodelada solo en su perímetro, con una vereda y un entrepiso que había cubierto los dos pozos pensados por Valenzuela como cámara séptica. El verano transcurrió y para marzo Gauna -su comprador- ya no estaba en la casa. Se había mudado a pocas cuadras después de haber tenido algunos problemas con vecinos. Incluso uno de ellos le había atacado a tiros con una escopeta.
Se comentaba que en la casa de Valenzuela había quedado viviendo un tal “Gallego” que vendía droga y que Gauna participaba de algunos robos, pero la verdad es la prueba. Y no había pruebas de ello.
Los familiares del “Chileno”, mientras tanto, recurrían a todos los medios que tenían a su alcance para saber qué había sucedido. Asumían que Valenzuela estaba muerto y sospechaban que había sido asesinado. La investigación estaba detenida, aun cuando había indicios de algo diferente a una desaparición voluntaria. Había un contexto que aportaba un móvil para la desaparición forzada: un hombre que supuestamente acababa de cobrar 146 mil pesos y que semanas antes de que no se lo viera más había manifestado que vendía la casa para volver con su familia a Chile.
Meses después, en mayo de 2015, el padre de Valenzuela y sus hijos consultaron en el país trasandino a una psíquica, mentalista o vidente. Puede llevar cualquier nombre que a las personas que tienen fe en esas supersticiones les da igual. Sólo confían en lo que les dicen. Una de esas pitonisas dijo que Luis estaba “muerto y enterrado”. Con esa revelación viajaron a Mar del Plata y se contactaron con Fabián, el amigo de Luis que tenía la seria sospecha de que el cuerpo estuviera debajo de ese contrapiso que habían realizado en diciembre.
En esos días el fiscal Rodolfo Moure, con competencia en Santa Clara del Mar, había terminado con la investigación de un asalto ocurrido el 29 de diciembre y de otro en el que una mujer fue manoseada el 21 del mismo mes. Y, también, había ordenado detener a uno de los dos autores: Diego Juan Cruz Gauna. Pero Gauna ya no estaba ni siquiera en la zona.
El 2 de julio hubo una reunión en la que los parientes de Valenzuela coordinaron visitar la casa con herramientas y excavar, algo que la Justicia, por razones de escasez de prueba, estaba impedida de hacer. Fabián les sugirió acompañarlos para señalarle el sitio de uno de los pozos.
Munidos de picos, palas y mazas, el padre, primos políticos y un par de amigos del “Chileno” empezaron a romper el contrapiso en el lugar marcado por Fabián. Previamente habían avisado al fiscal Castro que tenían esa sospecha y el fiscal les había dicho que iba a intentar la autorización para allanar la casa. No se quedaron convencidos y entonces alertaron a la policía de que lo harían igual, que ya no vivía nadie en la casa, que el pasto estaba abandonado y que querían sacarse la duda. La psíquica, pero principalmente los dichos de Fabián, habían abonado la inquietud de la familia del desaparecido.
“Los peritos revelaron que Luis Valenzuela había sido enterrado de pie y, la autopsia, que aún estaba vivo al caer las primeras paladas de tierra”.
Al cabo de una hora, el marido de una prima de Valenzuela llegó a 1,50 metros de profundidad, corrió tierra y encontró una bolsa azul.
-Acá hay algo –dijo y se aventuraron algunos llantos.
Quitó un poco más de tierra, abrió la bolsa y se encontró con el cabello largo de Luis. Los gritos e insultos taparon el mediodía en el 2 de Abril.
Sin pruebas
MALESTAR. El fiscal Castro recibió la peor de las llamadas. Esa en la que le decían que los familiares habían entrado a la casa y encontrado ellos mismos el cuerpo. “Estaba en esas horas sumando algunos elementos para que la Justicia de Garantías me diera autorización para ingresar a la vivienda y buscar”, recuerda el funcionario del Ministerio Público. En aquel momento le causó un gran malestar que la familia de Valenzuela ejecutara por su cuenta algo que era inminente. Sin embargo, el hallazgo era el final de una búsqueda y el inicio de otra.
Los peritos revelaron que Luis Valenzuela había sido enterrado de pie y, la autopsia, que aún estaba vivo al caer las primeras paladas de tierra. Que tenía golpes en las costillas, pero que la causa de la muerte había sido la asfixia. Tan así que hallaron humus en sus conductos respiratorios.
Gauna cayó en septiembre y hasta el día de hoy está detenido en una celda de la cárcel de Urdampilleta. Cumple una pena de 7 años y 6 meses por aquellos sucesos de diciembre ocurridos en la misma fecha en la que se cree fue rellenado el pozo en el que apareció el cadáver de Valenzuela.
La impunidad del crimen se alza en medio de fuertes señales. Valenzuela fue enterrado en la casa que ocupaba Gauna luego de una sospechosa operación inmobiliaria. De hecho, no parece ser la firma de Valenzuela la que suscribe el trato. El dinero de la presunta venta jamás apareció y Gauna era el tenedor de la vivienda cuando se construyó la vereda y se taparon los pozos. Además, abandonó la casa a los pocos meses. Muchos indicios de una turbia trama, pocas certezas del desenlace. Por eso el fiscal Castro nunca pudo imputarle ningún delito relacionado con el “Chileno”, porque no hay manera de establecer con la escasa prueba existente que Gauna haya participado en la muerte y ocultamiento del cadáver.
La causa aún no se archivó.
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