El arte es un trabajo
Se llevó a cabo la cuarta edición de la BAP – Bienal de Arte & Pintura de Resistencia. Participaron más de noventa artistas de todo el país que abrieron un diálogo creativo con un público diverso y encendido.
por Agustín Marangoni
desde Resistencia, Chaco
Una bienal, por definición, es un acontecimiento artístico que interpela a una ciudad. Es una propuesta extensa que tiene la obligación de hacer ruido, su valor está en las líneas de diálogo que dispara: entrena al espectador y a los propios participantes en nuevas búsquedas. El arte plástico suele encontrar su zona de confort en museos y galerías, donde las obras avanzan y retroceden entre un público que de antemano está predispuesto a ir al choque. Las bienales tienen una dinámica distinta. Trabajan sobre el impacto directo. Tienen que enfocarse en el choque. Pero también tienen que ir más allá de la ruptura con los espacios convencionales.
Pensar una bienal es pelear en la categoría de los pesos pesados. Las obras no tienen vida únicamente por su vuelo individual, se enmarcan en un suceso colectivo y construyen su significado dentro de ese contexto. Los artistas son parte de un enlace que alimentan y ponen en duda en la misma proporción. En esa línea hace sus armas la flamante Bap – Bienal de Arte & Pintura de Resistencia, que en su cuarta edición reunió este fin de semana a casi cien artistas de todo el país para que trabajaran su obra en tiempo real, al borde del Río Negro. Punta a punta del Paseo Costanero desplegaron bastidores y mostraron todas las etapas del proceso creativo. No hubo ganadores, ni menciones, ni premios de ningún estilo. Esta bienal tiene la intención de dejar una marca social desde una postura superadora. Uno de los organizadores fue bien claro al respecto: “Chaco está en la agenda nacional cuando se habla de hambre y de necesidades. Nos tienen clavados en el terreno de las malas noticias. Hay que romper esa lógica y para eso el arte es el camino más sólido”.
En la convocatoria, recibieron 600 currículums. La primera selección destacó el trabajo de 250 artistas. En la selección final quedaron poco más de noventa, la mayoría argentinos, el resto de Brasil y Paraguay. Las actividades comenzaron el viernes. Cada artista recibió materiales y soporte para trabajar. La temática era libre. Desparramados en el predio del Domo del Centenario, fueron pensando y haciendo desde cero. Algunos arriesgaron obras matéricas de contemplación técnica, otros le apuntaron a la idea y optaron por una imagen tradicional, otros se apoyaron en el color y en las texturas, otros unieron la pintura con el universo del diseño y hasta hubo un proyecto que exploró la relación del arte con el siempre maltratado sentido del olfato. Los resultados fueron dispares, como en cualquier bienal. El riesgo es un factor impredecible y contagioso que se enciende en la búsqueda general, especialmente cuando se está creando en vivo. En este caso con un plus: los artistas –todos de la escena emergente– alcanzaron visibilidad sólo por el hecho de haber sido parte. Se acercaron más de dos mil personas a ver qué estaba pasando ahí.
El arte, sin dudas, es un trabajo. Y la potencia se adquiere mientras se construye el oficio. La bohemia corresponde a un relato de otros tiempos y que terminó en manos de la elite. Lo mismo pasa con los discursos herméticos. La Bap, como eje, promueve mostrar el arte desde el trabajo. El público, ecléctico y muy interesado, absorbió la imagen de una obra en su contexto creativo, en su geografía y sumergida en un diálogo que reflexiona sobre el arte y su impulso. Esta bienal ni siquiera busca armar una colección. Las obras quedan documentadas y en manos de los artistas, quienes también reciben un honorario en efectivo. Pueden vender, pueden entrar en una subasta. Hacen lo que quieren después de la fecha de cierre. El arte, entonces, se consolida como una opción concreta de crecimiento y desarrollo.
Las bienales son los dispositivos más difíciles de encarar, tanto desde la gestión como desde la producción artística. La Bap comenzó como una semilla lanzada al cantero de una plaza, con veinte artistas y puro empuje. La semana pasada se expandió a un predio completo con noventa artistas y casi 130 obras. El próximo encuentro, a fines de 2019, dará un salto más en el camino a la legitimación. Eso se escuchaba entre pasillos, mientras los organizadores –Agencia Brandon y el artista chaqueño Milo Lockett– anotaban ideas y nuevos contactos. Son los pasos lentos pero seguros de un equipo dispuesto a seguir corriendo riesgos.
Contexto
Resistencia es una ciudad con un enlace poderoso a la producción artística. En las calles principales y en cada paseo se emplazan las obras que se producen en la Bienal de Escultura, uno de los puntos fuertes de la agenda cultural a nivel provincial y nacional. El hecho de convivir con las obras construye un compromiso y, en línea directa, una exigencia. En Resistencia viven 400 mil personas. Entre museos, paseos y galerías privadas hay 33 espacios para ver obra. La consecuencia inmediata de esta presencia se observa en el interés del público. Durante los tres días de la Bap, el caudal de gente fue aumentando en cantidad y en curiosidad. Los artistas se sacaron fotos, respondieron preguntas y recibieron ofertas de comercialización. De los vecinos. He ahí el éxito: el ida y vuelta que se generó el sábado a la tarde entre el público y los artistas fue emocionante. En ciudades más grandes, con Buenos Aires a la cabeza, donde el arte tiende a encontrar su pulso de mercado en microsistemas aislados, es utópico pensar en una respuesta tan cálida.
Hay dos lecturas sobre la responsabilidad de esta bienal. Por un lado, el hecho de gestar un escenario participativo. La obra, los artistas y la estructura tienen que expandirse en sentido horizontal. Igual que en un museo, donde el contexto hace al significado, una bienal suma el desafío de fusionarse orgánicamente con sus circunstancias para formar y transformar. Es un laboratorio social, ante todo. La segunda y más actual: tiene que presentarle batalla al tsunami tecnológico que, en silencio y sin pausa, amenaza con masticar los espacios tangibles. La Bap empuja la idea de ciudad como un espacio que se embellece con el valor agregado de su propios movimientos creativos.
El arte, en estos tiempos, avanza sin obstáculos hacia la gramática de mercado más básica: hay que crear la necesidad. Las ciudades que se destacan son las que entendieron cómo escribir con astucia alguna página en el intrincado libro de la gestión cultural. La Bap está encontrando su trazo personal.
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