A propósito de la visita del presidente de Estados Unidos
Literatura norteamericana en tiempos de Obama
Heterogénea y vital, la literatura que se realiza hoy en la gran potencia mundial contiene los ejes que obsesionan a los mismos estadounidenses: temas como el de las minorías, la posmodernidad, el exitismo, el individualismo y la violencia forman parte de sus libros.
La narrativa norteamericana actual, al igual que la sociedad y la cultura en la que se inscribe, resiste cualquier estereotipo: es heterogénea, versátil y rica en matices, tanto que Barack Obama, el primer presidente negro de los Estados Unidos, puede ser considerado una amalgama, no exenta de contradicciones, de esos movimientos que otorgan complejidad y riqueza a la primera potencia mundial.
“La literatura estadounidense es mucho más variada que lo que se suele creer. Hay una serie de autores WASP (White Anglo Saxon Protestant, blancos, anglosajones, protestantes) que están dentro de un movimiento muy posmoderno, muy enfocados en la superficie del texto, sin aparentes intereses de tipo político, muy lúdicos y experimentales”, explica a Télam Margara Averbach, crítica literaria y especialista en literatura norteamericana.
“Pero eso no es todo: hay una serie de autores de las llamadas ‘minorías étnicas’ y raciales, como por ejemplo Toni Morrison, la Premio Nobel negra, y Louise Erdrich, una autora ojibwe traducida al castellano, que escriben una literatura muy bella y muy política, fuertemente crítica de la sociedad estadounidense actual y del llamado ‘American dream’, de la situación de sus pueblos, del exitismo, del dinero y el individualismo exacerbado”, asegura la experta y docente de la UBA.
Además de esas tendencias, Averbach destaca a otro grupo de escritores, algunos de ellos muy editados en la Argentina, “con una narrativa muy intelectual y política. Siguen escribiendo autores como Philip Roth, Joyce Carol Oates (que es muy política y es mujer y blanca) o Richard Ford, y otros nuevos como Helene Wecker, traducida ya en su primera novela. Hay que dejar de pensar que los WASP son los únicos autores que se leen”.
En este panorama marcado por la diversidad de géneros, pero también temática y estética, la literatura norteamericana oscila entre un realismo de narrativa más convencional, que tiene a Jonathan Franzen (“Las correcciones”, “Libertad”) como su principal expresión, y la experimentación, marcada por la obra de David Foster Wallace (“La bomba infinita”, “El rey pálido”), quien a pesar de haberse quitado la vida en 2008 afectado por una fuerte depresión sigue marcando esa tendencia.
Un buen ejemplo de esa oscilación y diversidad la encontramos en 2006, cuando The New York Time pidió a 200 expertos que identificaran las obras de ficción más importantes de los últimos veinticinco años en los Estados Unidos. El sondeo posicionó en narrativa a “Beloved” de Toni Morrison y “Submundo” de Don DeLillo, además de seis títulos de Philip Roth (“La contravida”, “Operación Shylock”, “El teatro de Sabbath”, “Pastoral Americana”, “La mancha humana” y “La conjura contra América”) y cuatro de Cormac McCarthy (“Meridiano de sangre” y la “Trilogía de la frontera”).
“Los autores blancos más conservadores sacan el problema racial de sus literaturas y escriben sobre individuos, y en un tono que tiende al realismo o en prosa muy experimental y poética sobre cuestiones más bien filosóficas”, advierte Averbach, a diferencia de otros “más políticos, como Oates (escribe sobre la situación de la mujer); Morrison (la de los negros en general); Erdrich (amerindios), Amy Tan (de ascendencia china, también traducida), que hablan de una sociedad muy dividida, sacudida por la violencia y muy tocada por cuestiones como el amor al dinero y al éxito, la soledad del individualismo, la ceguera respecto del resto del mundo y la competencia desatada”.
“Uno de los temas centrales es la intolerancia y el racismo o el machismo, el odio al diferente, sea este negro, amerindio, asiático o gay, travesti, o cualquier otra identidad de género”, explica la experta y subraya que “cuando ese tema no aparece nunca en una obra de ficción, seguramente trata sobre una cuestión totalmente individual y se refiere a la clase media blanca urbana solamente”.
Es en este contexto que la escritora Marilynne Robinson, la segunda narradora mujer destacada por los expertos consultados por el Times detrás de Morrison, llamó la atención sobre el gusto de Obama por la literatura e, incluso, sobre sus aptitudes narrativas, que se advierten en sus libros “A ti te canto, una carta para mis hijas” (2011, ficción), “Obama: los sueños de mi padre” (2009, memorias) y “La audacia de la esperanza” (2008, ensayo).
En una entrevista con el diario español El País, Robinson destaca los conocimientos literarios de Obama y agrega: “Puede ser un problema ser tan intelectual en la Casa Blanca, ver todos los lados de un problema. Los presidentes deben decidir a veces, no analizar tanto. Quizá sí, quizá no ¿Sabe? Ya hemos tenido a presidentes decididos. Pensar es una actividad saludable para un presidente de EE.UU.”.
Más escéptica, Averbach reconoce que “algunos de sus discursos de Obama tienen mucho de literario. Es importante que haya llegado un no blanco a la Casa Blanca, y hay mucho que analizar en el odio que le tienen los conservadores por eso”, pero advierte que “muchos de nosotros estamos muy desilusionados con él. Más allá de los discursos, no creo que la literatura tenga mucho que ver con nada de lo que hizo, excepto por la calidad retórica de ciertos textos”.
En cualquier caso, las letras norteamericanas conservan la vitalidad que las colocaron en un lugar destacado en el panorama literario mundial. La tradición inaugurada en la segunda mitad del siglo XIX por la prosa Edgar Allan Poe y Herman Melville y la poesía Walt Withman y T.S. Eliot, y continuada en el siglo siguiente por Henry James, Ernest Hemingway, William Faulkner y Scott Fitzgerald, encuentra en el presente un mosaico rico y diverso que por sus temas y estéticas todavía impacta más allá de sus fronteras.
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