El tesoro oculto de Monet
Entre las obras se cuentan cuadros o esculturas de Cézanne, Renoir, Pisarro o Rodin. Su dueño las mantuvo escondidas en su alcoba, reservadas "para mí mismo y para algunos amigos".
Madame Monet et son fils | Pierre-Auguste Renoir. 1874.
Ocultas en la habitación de su casa de Giverny, la de los nenúfares y el puente japonés, el “egoísta” Claude Monet guardaba una colección deslumbrante de obras de sus artistas coetáneos, como Cézanne, Renoir o Rodin, que ahora se exhiben juntas por primera vez.
El santuario del más conocido de los impresionistas (1840-1926) no estaba al alcance de cualquiera. Sus asiduos visitantes se quedaban maravillados por las estampas japonesas que la casa de Giverny mostraba en su planta baja, pero ignoraban el tesoro que escondía la alcoba.
Monet se definía como un “egoísta”. Por eso decía que su colección era “para mí mismo… y para algunos amigos”.
Desde mediados de septiembre, el museo Marmottan Monet de París -poco conocido para el gran público pero repleto de maravillas impresionistas- reúne las pinturas que el artista recopiló con mimo y gran olfato a la largo de su vida.
Para el genio francés, “el arte se quedaba alrededor de su cama, mientras que las estampas japonesas eran solo decoración”, explica el curador de la muestra, Dominique Lobstein.
Hasta que se cruzó en su vida el marchante Paul Durand-Ruel y su obra conoció el éxito económico, al creador de ‘Impresión, sol naciente’ no le sobraba el dinero.
Por eso, los primeros cuadros que lleva a su colección son regalos de sus amigos pintores.
Nacido en París en 1840, Monet pasó su infancia y juventud en Le Havre (en el noroeste de Francia) hasta que en 1859 regresó a la capital, donde se rodeó de un círculo de íntimos bohemios que lo retratarán junto a su primera esposa, Camille Doncieux, y sus dos hijos, Jean y Michel.
Esos retratos del joven Monet y de su familia abren una exposición en la que cada cuadro encierra una pequeña historia.
Édouard Manet y Auguste Renoir pintaron, uno al lado del otro, a la familia de su amigo. Cierto día, el primero susurró a Monet que el retrato del segundo era “muy malo”. Mal asunto: Renoir escuchó el comentario, y nunca llegó a perdonarle a Manet ese desprecio.
Devoción
‘La partie de pêche’, de Paul Cézanne, fue una de las primeras obras adquiridas por Monet, que profesaba devoción por este padre del arte moderno. Lo recibió, junto a 50 francos, de manos de un marchante de Montmartre como pago por una de sus obras.
El cuadro como moneda de transacción era una de las constantes en esta etapa. Su viejo camarada Camille Pissarro, acuciado por la necesidad de un préstamo para comprar su casa familiar, acudió a Monet para pedirle 15.000 francos, a lo que este accedió a cambio de uno de sus lienzos más alabados, ‘Paysannes plantant des rames’.
A Pissarro la demanda de Monet no le hizo mucha gracia, porque acababa de regalar ese cuadro a su mujer, pero acabó aceptando.
Convertido ya en un artista reconocido y exitoso, el autor de ‘Los nenúfares’ desarrolló su faceta de comprador, con adquisiciones variopintas entre las que brillan los Renoir y especialmente su ‘Mosquée’. ‘Fête arabe’ (1881), que significó el mayor desembolso de Monet por un cuadro, 10.000 francos.
Pero si hay una obra que realmente quedó oculta en este secreto tesoro, esa es la escultura La República judía, de marcado carácter antisemita.
Los expertos no se explican cómo es posible que Monet -que se declaró públicamente a favor del capitán Alfred Dreyfus en el famoso proceso que inmortalizó Émile Zola en su “Yo acuso”- guardara una pieza así en su casa, nunca mencionada por ninguno de sus visitantes.
No fue hasta mediados de siglo cuando el entonces director del Museo Marmottan descubrió la estatuilla escondida en Giverny, explicó el curador Lobstein.
La fiebre de Monet por la compra compulsiva de arte se fue atemperando con la entrada del siglo XX. A partir de entonces, concentró sus intereses en la obra de los pintores más jóvenes, neoimpresionistas como Paul Signac, de quienes se convertirá en mecenas.
Tras su muerte, su legado se propagó por el mundo. El centenar de obras que presenta el Marmottan hasta el 14 de enero llegaron a París desde instituciones como el MoMA y el Metropolitan neoyorquinos, la Staatsgallerie de Stuttgart (Alemania), o el Museo de Arte de San Pablo.
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