Lucrecia Martel: “Hay una necesidad de demencia para pertenecer a la sociedad”
La cineasta regresa al ruedo con "Zama", su nueva película tras nueve años, que se basa en la novela homónima de Antonio Di Benedetto.
Lucrecia Martel fue incluida en la antología "100 películas de mujeres directoras". Foto: Télam | Luciana Granovsky | Archivo.
por Paulo Pécora
La cineasta salteña Lucrecia Martel estrenará el jueves próximo “Zama“, su nueva película tras nueve años, que se basa en la novela homónima de Antonio Di Benedetto y en la que construye una idea del pasado -extraño y surreal- para recorrer la mente perturbada del funcionario colonial Diego de Zama, un héroe absurdo que vive esperando lo imposible: una carta del Rey de España que lo aleje del puesto de frontera en el que se encuentra estancado.
Protagonizada por el mexicano Daniel Giménez Cacho, la española Lola Dueñas, el brasileño Matheus Nacthergaele y los argentinos Juan Minujín, Rafael Spregelburd y Daniel Veronese, el cuarto largometraje de la autora de “La ciénaga”, “La niña santa” y “La mujer sin cabeza” llega a las salas tras su paso por Venecia y Toronto, con una historia ambientada en el Gran Chaco, en tiempos de una América salvaje y misteriosa.
“En el fondo está la idea de que cualquier persona que se resiste perece. Los huracanes a los árboles rígidos los arranca de raíz, mientras que las palmeras se doblan pero sobreviven. Sólo queda lo flexible. La mejor forma de oponerse a algo malo que te toca vivir es la flexibilidad. Y no creerse tanto algo, porque mutar es la acción más vital posible. No hay que resistir, sino mutar”, dijo Martel en relación a la situación que sufre Zama.
Definida por Martel como “un sortilegio” y una “película de liberación” que cada espectador puede interpretar a su manera, “Zama” describe la pesadilla real de un burócrata mediocre rodeado por un entorno decadente y enfermizo, en el que se ve obligado a “hacer cosas que preferiría no hacer, traicionando, afirmando lo que no cree, actuando como si sus días no fueran parte de su vida sino un interludio que hay que soportar hasta que llegue su esperado traslado para reencontrarse con su familia”.
En una entrevista con Télam, la cineasta explicó que si bien Zama resiste durante años ese estado deplorable, hacia el final no tiene más remedio que ser flexible y dejarse arrastrar: “Se me ocurre que cuando Di Benedetto escribió esta novela no estaba lejos de su mente la metáfora de que una persona sin manos no tiene de dónde agarrarse y entonces debe dejarse llevar y fluir”.
– “Zama” no es muy diferente a tus filmes anteriores, de algún modo tu interés es el mismo: una indagación en la subjetividad del protagonista. ¿Cómo pensaste una puesta en escena para eso?
– La decisión número uno fue que yo tenía que filmar lo que Di Benedetto había visto y escuchado. Había una idea de mantenernos adentro de la cabeza del personaje con pequeñas apuestas, entre ellas la idea de que muchos textos de diálogo estuvieran sobre planos de Zama. Me parecía que la repetición de ese dispositivo iba a generar una especie de voz interior hecha de muchas voces. Genera la sensación de que la película es muy subjetiva y que todo lo que estás viendo está dentro de la cabeza del protagonista, como un soliloquio.
– ¿Podría decirse que “Zama” es una película sobre la desesperación y la locura?
– Para mí es una película de liberación. La idea era armar todo este dispositivo sobre un hombre que cree algo de sí mismo que lo único que le genera son insatisfacciones y que cuando abandona eso entra en un terreno de aventuras que a cualquiera nos gustaría, aunque también sabe que puede salir mal, pero liberado. Y eso para mi es una peripecia positiva.
– Otro parecido con tus filmes anteriores es que encara la narración desde un lugar más sensorial, apelando a los resortes perceptivos del espectador.
– Sí, hay mucha gente que va por este camino, donde la trama no es el eje principal. Son muchos los directores que hacen eso. Naturalmente tenés que apostar a ver cómo vas creando tensión con otros elementos, cómo vas aportándole cosas al espectador con otros recursos que no son la trama. Entonces, me parece que naturalmente estas son películas que se entregan a crear sensaciones y una atmósfera.
– ¿Y en “Zama” esa atmósfera es la de una pesadilla como en “Fausto”, de Alexander Sokurov?
– “Fausto” era un buen ejemplo de lo que no quería, porque no quería afrontar el esfuerzo enorme que tiene esa película para reconstruir otra época. No quería que “Zama” fuera tan documental o coincidiera tanto con una idea del pasado. Porque por ese camino sólo podés fracasar. Más bien, buscaba crear una imagen y un funcionamiento distinto del pasado. Algo que no es el pasado, sino una idea del pasado atravesada por la subjetividad de Di Benedetto y todas las circunstancias que lo rodearon.
– ¿Y esa idea del pasado cómo se construye?
– Me refiero a un pasado imaginario al que yo accedí a través de todas las cosas que leí y estudié, más la obligación de imaginación que te genera el libro de Di Benedetto. En la película hay elementos inventados que no son reales pero podrían serlo, que ayudan a la película a correrse un poco de la realidad, pero también a crear una sensación de verosimilitud. Son ocurrencias del momento. Una llama, las pelucas, la escobilla que usa Zama para limpiar sus zapatos al entrar a su oficina… está llena de invenciones la película.
– ¿La película se corre de la realidad para crear un mundo de locura surrealista?
– Ser parte de la sociedad ya significa de por sí una capacidad de locura enorme. Que todos tan mansamente nos sometamos a las horas de trabajo que son sacrificios sin ningún beneficio más que económico es una demencia. Se trabaja para la supervivencia. Hay una necesidad de demencia para pertenecer a la sociedad. No hay tanta normalidad. Cada época genera su propia locura y solamente con locura se puede vivir en esta sociedad.
– También llama la atención el papel de héroe absurdo, condenado a la esperanza, que tiene Zama.
– Claro, hasta el final, cuando le dice al otro personaje: “Hago lo que nadie hizo por mí, digo no a sus esperanzas”. Di Benedetto seguramente estaba imbuido por ese espíritu, porque vivió los años ’50 y es difícil creer que no haya leído a Albert Camus. Estamos en una cultura tan predeterminada por el catolicismo que creemos que al final de nuestros sacrificios todas las cosas malas que sufrimos van a ser recompensadas. La recompensa por el sacrificio y la idea de que el sentido está siempre más allá es la base de la locura católica. Y en ese sentido “Zama” es muy humana, muy asentada en el hombre.
– Como en tus otras películas acá también le das mucha importancia al sonido.
– Pero no es el sonido como banda sonora. Cuando hablo del sonido, hablo del sonido antes de hacer la película, incluso antes de escribirla. El sonido es una materia que me permite perturbar algunos esquemas de nuestra cultura: la idea de causa-consecuencia, la línea de tiempo. Es algo que está preestablecido por una cultura muy visual. Porque emocionalmente las causas y consecuencias no se organizan en una línea, ni las experiencias humanas. Hay mucha simultaneidad, muchas cosas del pasado que pesan sobre el presente y se proyectan sobre el futuro. Nuestra percepción física del tiempo no es una línea y esa arbitrariedad predetermina mucho un modelo narrativo.
– Y en tu caso, ¿cómo atacás esos modelos narrativos?
– El sistema con el que yo me sentí cómoda para sacudir mi propia educación fue pensar una idea del tiempo a partir del sonido. Y eso ya me genera muchas posibilidades de trabajo con la imagen y la reorganización del relato. En la banda de sonido de mis películas nunca pienso que el sonido es una emisión de la imagen. No es que suena lo que se ve. El sonido en mis películas es una construcción paralela a la imagen, nunca suena lo que se ve.
Télam.