Ya el primer dia en La Habana me iba a dar la medida de lo que iba a ser Cuba: un torbellino de sensaciones, sabores, olores…y gente, gente, gente que te habla, que te para, que te interpela, que te pregunta de dónde venís, que te acompaña aunque viniera caminando en otro sentido, que te cuenta su vida… Ese primer dia esta actitud me sorprendió mucho. Uno de los tantos ocasionales caminantes se rió: “esto es Cuba, mi amor”. Y me dejé llevar…
El primer paso al llegar a Cuba, en el mismo aeropuerto, fue cambiar los dólares norteamericanos por dólares cubanos –cuc-, que están más o menos al mismo precio.
En la Isla se utilizan indistintamente los cuc y los cup –peso cubano-. Este último, tiene mucho menos valor: un cuc vale 25 pesos cubanos. Pero son los turistas quienes más utilizan los cuc, ya que los restaurantes, los hoteles y los negocios de recuerdos cobran en esa moneda porque por lo general sólo son visitados por turistas. Y en los museos, los precios también varían entre una determinada cantidad de cuc para turistas y otra de cup para los locales.
Los cubanos se mueven más cómodamente con su moneda nacional en los almacenes, las panaderías, los negocios pequeños y el transporte, así como para comer en la calle, una práctica habitual a toda hora.
Al día siguiente de llegar a La Habana, mi colega y amiga Nuria Barbosa me llevó a una “Cadeca”, una casa de cambio, donde transformamos casi todos los cuc en cup. Y allí comenzó una nueva aventura: consumir lo mismo que los cubanos –en los lugares habilitados también para turistas- y a los mismos precios que ellos. La diferencia, es muy grande.
Desde ese día sólo aboné con cucs las casas donde estuve parando –de 15 a 20 cucs, aunque las hay más caras-, los viajes en Viazul, alguna comida -nunca más de 10 cucs en los lugares más caros- y los taxis convencionales, ya que los taxis colectivos cobran diez cups por un recorrido fijo, generalmente por las avenidas. Los “bicitaxis” que a los cubanos les cobran en cups, los turistas debemos pagarlos en cucs, por un precio que nunca es fijo: lo que comienza siendo un viaje de 10 cucs, termina siendo de dos o tres, si se discute un poco, una práctica común especialmente en La Habana y que ya es todo un deporte.
Si la idea es alquilar un auto el trámite es preferible hacerlo por internet. Los más económicos están entre 60 y 80 dólares por día, pero hay que observar bien todos los ítems, porque se puede modificar el precio final, ya que hay algunas agencias que cobran el seguro aparte (entre 15 y 40 cucs por día dependiendo del modelo del auto) y la recogida al aeropuerto (20 cucs más).
En Cuba hay pocos vehículos y pocas agencias de alquiler, de ahí que es preferible rentarlo por internet con suficiente antelación. Cuando decidimos alquilar uno, hice la reserva correspondiente. Al otro día nos pareció caro y escribí para decir que no lo queríamos. Pero volvimos a charlarlo y nos pareció que era mejor alquilarlo. Volví a escribir de inmediato. Y me contestaron que ya se había alquilado. Pensamos que sería fácil alquilar en la Isla y eso nos propusimos. Pero fue no difícil, sino imposible, aunque recorrí todas las las agencias de La Habana. A veces, la indecisión trae estos problemas…
No puede quedar fuera de esta crónica Coppelia, la casa de helados más famosa de Cuba y, quizás, del mundo.
Creada por el propio Fidel en 1966, aunque Coppelia ya no es la que era por aquel entonces, cuando se preciaba de tener más de 25 sabores -hoy apenas tiene un poco más de media docena y de los más comunes-, sigue siendo la más visitada. Increíblemente, hay colas de más de una hora para ingresar al local ubicado en el centro de La Habana, frente al hotel Habana Libre. Allí estaba, mirando azorada la cola, cuando un grupo de jóvenes me gritó en tono risueño “oye, qué miras” y “de dónde eres” y “ven con nosotros”, en rápida sucesión, tanto que casi sin darme cuenta, ya estaba con ellos charlando en la cola. Era un grupo de estudiantes de Medicina, a punto de recibirse y de viajar a Brasil en un plan de colaboración internacional. Uno de ellos, Frank, se tomó todo el tiempo del mundo para explicarme la historia de Coppelia, incluyendo pormenores de la filmación de “Fresa y Chocolate”, la película que la catapultó al mundo. Al lado del enorme edificio central, hay otro más pequeño donde no se hace cola. Es el Coppelia donde compran los turistas. Allí, un helado cuesta dos cuc. En el establecimiento original, al que van los cubanos, la bocha de helado cuesta 5 pesos nacionales.
Se calcula que por día se venden unos 16.000 litros de helado y el lugar tiene espacio para unos mil clientes en forma simultánea. Un gigante que conoció mejores épocas, pero que como la revolución, continúa resistiendo.
“No somos ni el infierno ni el paraíso”, dice Nuria cuando habla de la Cuba de la revolución. Pero luego se despacha con los alcances del socialismo en el país y parece que estuviera hablando del paraíso. “Aquí tenemos asegurados todos los servicios básicos. Todos”, afirma. La alimentación está asegurada desde el nacimiento y hasta la muerte de una persona. No será de la mejor calidad y hay cubanos que se quejan de que el pan que les dan “sirve sólo para las gallinas”. Pero no les falta sus dos pancitos diarios por persona, que se les entrega a través de una libreta. Así como la leche para los niños desde su nacimiento y hasta los siete años. En raciones que se han ido achicando de acuerdo a los vaivenes económicos, todos los alimentos básicos de la canasta familiar, son entregados gratuitamente a las familias cubanas.
Los servicios están subsidiados: una familia tipo gasta por mes dos pesos cubanos (unos diez centavos de dólar) por el agua, cuatro pesos cubanos por el gas y entre un dólar y tres, de acuerdo a la estación del año, por el consumo de energía eléctrica.
Sin embargo, hay una gran parte de la población, especialmente jóvenes, que se quejan porque viajar fuera del país sale muy caro, comenzando por la visa que deben tramitar y que se cobra doscientos dólares, una suma casi imposible para la mayoría de los cubanos, que trabajan para el Estado por sueldos que difícilmente alcancen las tres cifras.
Ellos sueñan además con usar celulares y ropa que no sea la que se vende por centavos en las tiendas –ropa que otros países donan-. La invasión cultural está a la orden del dia y con internet (aunque sea a cuentagotas), llegó a la Isla como visitante indeseable, la fiebre del consumo.
A La Habana hay que caminarla, ponerle los oídos bien atentos, los ojos y el corazón.
Sus anocheceres son poesía y sus amaneceres una promesa. Amaneceres preanunciados siempre por el canto de los gallos aun en el mismísimo centro de la ciudad, allí donde los edificios semiderruídos son de altos. Es que en muchos balcones, asoman cajones que a primera vista parecen equipos de refrigeración. Pero no, son jaulones con gallos y su quiquiriquiquí alegra las mañanas.
Que a nadie asombre que en un balcón de La Perla, aparezca un jaulón. Me dieron ganas de amanecer, como en Cuba, con el jubiloso canto de un gallo.