A Martín le molestaba la insistencia de Luis hablando de cosas de fe, no quería generarle falsas expectativas a Romina, quería que ella pudiera hacerse fuerte sin depender de cosas tan abstractas, y tan poco comprobables. La vida le había enseñado que las cosas eran muy distintas, o eso creía. Y si bien no era ateo tampoco sentía que existieran caminos milagrosos para comunicarnos con los que ya no estaban en este mundo. Quería ponerle un freno, pero sin hacer una escena para no repetir el mal momento vivido más temprano.
– Creo que todo eso es un invento de la gente que quiere encontrar un sentido a la muerte. No se conforman con que todo termine y ya.
Luis se detuvo y giró para mirarlo a los ojos diciendo:
– ¿Un invento?
– Si un invento –reafirmó Martín-. ¿Cómo podés asegurar que hay algo más?
– Te haces preguntas que ni teniendo las respuestas delante de ti logran abrir tu corazón. Levantaste paredes para que no entre lo malo, pero tampoco entra lo bueno. Hay dos caminos, creer o no creer. Cualquier cosa alternativa te llevará sin dudas a uno de esos dos, creer o no creer. Se necesita valentía para creer, es dar un paso en ciego para poder ver, para poder sentir.
– Tenés que vivir lo que yo viví para entender que sí hay un camino alternativo –dijo muy disgustado Martín-. Un camino que no tiene soluciones mágicas, que se aprende a vivir día a día sufriendo lo que hay que sufrir sin saber hasta cuándo ni por qué.
Martín dio por terminado el intercambio de palabras y siguió la marcha él al frente. Romina que hasta ese momento había permanecido totalmente en silencio le dijo con cariño a Luis:
– Yo sí creo que es posible lo que decís –los ojos se le pusieron vidriosos al punto de casi lagrimear-. Mi mamá desde algún lado vela por mí y seguro me mandó a este viaje para conocerte y aprender a sentir todo esto. Pero no sé qué le ocurre a papá, cómo no puede sentirlo él también.
– ¿Te acordás lo que te dije esta mañana de los pajaritos cuando tiré el alpiste? Tú papá, como el mío, están parados arriba de la viga y no se atreven a entrar a la casa. Vieron todo lo que hay dentro, pero el miedo no los deja dar ese paso que se necesita para llegar a la abundancia. En cambio vos ya lo hiciste, y grandes cosas te esperan.
Hay un mundo hermoso por descubrir y creer nos llevará hasta allí.
– Te dije que iba a rezar para que nevara. Bueno, también voy a rezar por tú papá y por el mío –dijo con decisión la niña al mismo tiempo que ambos se pusieron en marcha.
Cuando llegaron a mitad de camino, Martín estaba tomando agua en el arroyito. Romina hizo lo mismo y además recargó la cantimplora que llevaba en su mochila. Decidieron hacer otra breve parada antes de continuar.
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