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Opinión 31 de julio de 2017

Triste destino el del Gaucho

por Walter Vargas

Con independencia de las chances reales que hubiera tenido de haber estado en plenitud, tampoco deja de ser penoso que su gran oportunidad en la meca del boxeo haya sorprendido a destiempo y a medio gas al entrañable Sebastián Heiland.

Sí, entrañable por donde se lo vea al muchacho nacido en Cipolletti, criado en Pigüe y residente en González Catán, una suerte de “boxeador del pueblo”. De genuino boxeador del pueblo: por sacrificado, por luchador y por buenazo.

Si exageramos un poco, o acaso no tanto, el “Gaucho” Heiland supone un icono que honra a todos los abnegados boxeadores argentinos que lo han precedido y que invita y autoriza a los que vendrán.

De allí que dé no sé qué que en su noche de gala en el Barclays Center de Brooklyn haya subido al cuadrilátero con un ligamento roto y por ende en condición de fácil presa del de por sí feroz invicto Jermall Charlo, el apadrinado por Floyd Mayweather.

Allá por 2010 había perdido con el alemán Sebastian Zbik por una corona mundial del peso mediano junior, pero era la del sábado en Nueva York la más importante de sus 36 peleas en diez años de profesional; eso por estar en juego una chance ante el fenómeno kasajo Gennady Golovkin, por la entidad del adversario y por el fuerte simbolismo del escenario.

Y resultó que ya en el pesaje se notó que algo andaba mal, muy mal, pero sería pecar de políticamente correctos, o de santurrones, interpelar la decisión de subir a pelear con esas limitaciones que reducían a cero las posibilidades de escribir una epopeya infinitamente mayor a la de noviembre de 2014, cuando sacó un nocaut de la galera y silenció a la multitud del Dublin Arena que había ido a ver vencer a su pollo, Matthew Macklin.

Peso más, peso menos, Heiland, el Gauchito de Pigüe, cobraba en un combate una bolsa equivalente a la de toda su carrera: 200 mil dólares.

¿No es entendible que haya decidido afrontar el compromiso de ese modo, del mismo modo que resultaría entendible que los espectadores se sintieran defraudados?

A veces, por curioso que parezca, todos tienen razón, o por lo menos todos los actores de equis circunstancias disponen de una parcela de razón que merece ser respetada.

Comprendida y albergada la decisión de alguien que jamás había dado señales de ser un mal profesional y que en todo caso era victimario y víctima de una acrecentada, insospechada desigualdad, la que lo dejaba a merced de Charlo, entonces sí se vuelve legítimo preguntarse si no sobró un asalto, o sobraron dos, por qué no tres.

A fin de cuentas, sellada su suerte, no daba lo mismo estar de pie diez minutos que tres: los golpes no alimentan.

Luego, no está de más recordar, en la medida que se corresponde con la esencia de la vida y hasta donde se sabe el boxeo es parte de la vida, que la historia del pugilismo argentino está poblada de exponentes que por la caprichosa mano del destino no llegaron a la hora señalada.

El virtuoso pampeano Miguel Ángel Campanino, por ejemplo, tuvo que esperar tanto pero tanto una chance titular que al final lo sorprendió de veterano y versus el tremebundo Pipino Cuevas; al chubutense Juan Domingo Malvares le tocaron el noqueador Danny “Coloradito” López y el exquisito Eusebio Pedroza, los dos en plenitud.

Y Horacio Saldaño, La Pantera Tucumana, se rompió una mano a pocos días de vérselas con Mantequilla Nápoles y ni se le pasó por la cabeza suspender la pelea: subió, hizo lo que pudo, fue noqueado y volvió a la Argentina.

La noche de una eliminatoria en pos de una oportunidad dorada, Heiland hizo lo que pudo, que no fue mucho, y está visto que todo lo que tiene de humilde y de luchador lo carece de afortunado, aun cuando pocos como él se hayan hecho acreedores a un guiño de la Divina Providencia.

Télam.



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