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Opinión 28 de marzo de 2016

El valor de las ideas

Por Ezequiel Medina *

25 Aniversario del Colegio Juvenilia

Es cierta la frase, por más trillada, que cuando uno comienza a materializar una idea no sabe bien hasta dónde llegará. Hay mucho de eso malo, pero por suerte y más que por suerte por convicción y por comprensión histórica, hay mucho de eso bueno. Cuando al efecto se genera un punto negativo, triste, podríamos decir una acción contra natural, probablemente solo quede en la historia escrita pero no en la conducta vivida por años.

No ocurre eso con las buenas cosas, es cierto que para la prensa de los días no es noticia una buena acción, y si lo es una tragedia; pero justamente queda en eso en lo sensasionalista de un día, de una momento, de un fragmento de tiempo, de una época. Las cosas buenas siempre superan, el amor siempre vence al odio, los individualismos siempre quedan detrás y nace la familia.

Por eso tal vez la prensa, no toma tanto ni hace alboroto de lo bueno puesto que se sobreentiende que por su esencia será eterno. Y acá entra un claro ejemplo de esto, con el Colegio Juvenilia. Conocí a Juvenilia, como familia, hace unos años atrás, cuando una amiga decidió inscribir a sus hijas en ese colegio. Solo podría hablar de un colegio, solo podría detenerme con la facultad de mi experiencia, a decir los logros, beneficios, aptitudes que tiene el Colegio Juvenilia en su claustro docente, en su personal no docente y en su equipo de conducción. Pero como todo cuerpo, por más que los órganos funcionen a la perfección, el corazón simbólica y empíricamente hablando resume de donde nace y hacia dónde va esa idea primigenia.

Hoy esta idea cumple 25 años de existencia, aunque haya sido creada en las intenciones de dos personas amadas, antes de su boda, antes del nacimiento de sus padres. No quiero caer en la tendencia esotérica, pero soy un convencido de que las líneas de amor siempre nacen de una idea previa a nosotros. Me encantaría, en esa mágica e imaginaria máquina del tiempo, poder volver el años atrás, y conocer los miedos de la familia fundadora del colegio a la hora de abrir sus puertas. Me encantaría conocer las palabras de aliento internas tanto al equipo como entre Cristina y Raúl, sus creadores. Los primeros discursos, los gestos, las miradas perdidas y pícaras de toda esa familia. Pero más aún me gustaría conocer el origen de ese sueño, el leit motiv por el cual todo comenzó a construirse. Considero, todo eso está guardado en las paredes, fieles amigas confesionales, que han resguardado del viento, del frio, y del abismo que genera la ignorancia, a tantas mentes y a tantas risas.

Y quizás el lector piense que esto es solo una propaganda, o tal vez un sinfín rebuscado de palabras. Lo cierto es que volviendo a la idea inicial, quise mostrar como un colegio, una idea, bien parida, bien hecha, con muchos valores, comienza y no sabe dónde termina. Porque los planes de estudio, las camadas, las cohortes, los docentes, son parte de una plan institucional, pero cuando idea es de amor, esa luz irradia calor y fogata e invita a que todos formen parte de una hoguera donde cada uno brilla con su luz propia, sean o no parte del colegio.

Ahí está la demostración de que la idea resulta; cuando sale por sus paredes y crece. Yo no tengo otra relación con ese colegio, que a través de mis amigos que son los hijos de la institución, y son los que forman parte de la familia que materializo esta idea. Por más que la prensa escrita hable de otras situaciones, bien vale decir que los que piensan una escuela, piensan si o si en un futuro. Que aquellos que pretenden materializar un sueño colectivo, son los que piensan en un futuro, estén o no ellos autores en ese próximo ojalá.

Tuve la suerte de conocer a las personas que forman un pilar fundamental y fundacional de una época. A personas paridas por una idea que por ser de sangre en esa esencia persiguen sueños colectivos, de todos y con muchos valores. Por eso no importa cuántos lo sepan, importa cuántos lo vivan. Cuántos son los que sienten la presencia de Juvenilia, como espíritu propio, en sus casas, en sus trabajos, en sus años de formación, en los que hoy están fuera del país consiguiendo éxitos personales y motivadores para el resto. No se buscan clientes, sino mentes. Mentes que quieran ser artífices multiplicadores de espíritus libres y en búsqueda constante de la felicidad. No importa cuánto se escriba sensacionalistamente, sino cuanto se viva sentimentalmente una idea, esta idea.

En mi paso a cargo del Museo MAR pude trabajar con ellos infinitamente con una voluntad afectuosa para llevar adelante proyectos increíbles que venían a sanar una época pasada. Por eso, esta idea es por convicción y por comprensión histórica. Demuestra que cada vez menos hay que esperar y cada vez más hay que ser factor multiplicador y de cambio seguro. Hay personas que tienen toda su vida un mismo pensamiento y una misma línea de razón, y hay otros que se animan a evolucionar y desarrollan amor y razón como una fuerza impostergable e imposible de ocultar.
Ciencia y religión también abren escuelas; búsqueda constante y constancia, son una buena combinación para hacer aulas, intelecto y fuerza no pueden ir separados a la hora de pensar un proyecto futuro, coleccionismo y renovación son líneas fundamentales para formar chicos, simpleza y ostentación son características de espíritus nobles. Hay mentes y corazones que superan lo material escrito, lo tradicionalmente estructurado, y ven más allá del horizonte. Cristina y Raúl, cuando se conocieron, decidieron formar una familia. Y hoy, esa familia cumple 25 años.

* Universidad Pedagógica Nacional, Mar del Plata



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