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Opinión 16 de julio de 2017

Estrategias electorales

por Ernesto Behrensen

El presidente Mauricio Macri se puso al frente de la campaña de Cambiemos para las elecciones de agosto con un mensaje plagado de optimismo y buenas intenciones, pero, también, recurriendo al “miedo” como arma proselitista. El oficialismo intercalará actos y mensajes con “timbreos” en todo el país.

Cristina Fernández suavizó su estilo, copió al PRO el formato de sus actos y centró su discurso en la necesidad de aplicar el “voto más directo y contundente” para que el gobierno “escuche”. O sea, si quieren “frenar” a Macri deben votar a ella y no a Sergio Massa. Una versión kirchnerista del “voto castigo”.

Massa buscó reforzar su propuesta, salir de la encerrona de la “grieta” y diferenciarse del macrismo y el kirchnerismo. “Entre el pasado de ladrones y el presente para ricos, hay un futuro de grandeza”, lanza.

Las tres fuerzas comenzaron sus campañas electorales con estilos definidos y mensajes estudiados. Cristina y Massa (también Florencio Randazzo) lo hicieron con actos. Cambiemos, con el formato “timbreo”, pero también recurriendo a la figura presidencial para fijar el rumbo discursivo.

Macri es consciente de la importancia de estas elecciones para su futuro. Y sabe que, más allá de la relevancia de la provincia de Buenos Aires, necesita imponerse en el resto del país.

En su entorno ya comenzaron a instalar la idea de que los resultados del 13 de agosto deberán leerse a nivel “nacional”. Parten de la base de que Cambiemos se presenta en todo el país y buscarán sumar esos votos y oponerlos a los que obtengan Cristina Fernández y Sergio Massa en el distrito más populoso del país.

Sin embargo, independientemente de los diputados que puedan sumar en todo el territorio, Cambiemos no logrará tener mayoría en el Congreso.

El ganador en la provincia de Buenos Aires, más allá de los votos que tengan a nivel nacional, será visto como “el ganador” nacional.

Así fue en 2009, con Francisco de Narváez, y en 2013, con Sergio Massa, ambos “ganándole” a Cristina.

Ahora, un eventual triunfo de la ex presidenta o de Massa en la provincia sería leído como un “triunfo” sobre Macri y no sobre Esteban Bullrich, el candidato formal. Por eso, Macri pone arriba de la mesa su imagen y la de la gobernadora María Eugenia Vidal.

Este es el escenario en el cual el Presidente se cargó con la campaña al hombro y, desde Córdoba en un acto oficial, recurrió a un discurso en el que ratificó la estrategia oficial de instalar la opción “pasado” versus “cambio”.

Primereó a Cristina y a Massa, quienes lanzaron sus campañas el viernes, y a los mismos dirigentes de Cambiemos, que hicieron lo propio un día después con un “timbreo masivo”. Una forma de hacer campaña basada en una metodología casi religiosa, misionera, donde los funcionarios recorren los barrios hablando con “vecinos” y luego difunden imágenes cuidadosamente estudiadas.

La estrategia electoral de Cristina también se aleja de lo tradicional. En Mar del Plata repitió el formato de convocar a “personas comunes” al escenario para que relaten las “dificultades” que tienen.

Nada se libra al azar. Nada es espontáneo. Todo está fríamente calculado para emitir un mensaje. Guionado.

En el caso de Cambiemos, la idea es mostrar cercanía y preocupación ante los problemas y romper la sensación de “insensibilidad”.

En el caso de Cristina, la intención es evidenciar las “consecuencias del modelo macrista”. Eso sí, copiando el estilo comunicacional “PRO”.

Comerciantes, estudiantes, docentes, jubilados, trabajadores, desocupados son utilizados por una y otra fuerza.

Pero mientras Cristina ignora su responsabilidad por la actual situación del país y su presente judicial, golpea sobre las consecuencias del “ajuste” y llama a sus candidatos a “que salgan a la calle a escuchar lo que le está pasando a la gente”, Cambiemos apunta, ahora, al pasado y plantea como consigna “cambio o pasado”.

“En esta elección se define si continuamos con el cambio en el país o si volvemos al pasado”. “Estamos lejos de donde queremos llegar, pero hemos avanzado mucho desde el punto de partida en el cual estábamos al borde de ser el Titanic o volver al 2001”. Con esas palabras el jefe del Estado comparó la situación en la que recibió el poder en diciembre del 2015 con la peor crisis institucional de la historia argentina desde el retorno de la democracia. En definitiva, recurrió al miedo. “Yo o el 2001” es el mensaje.

Marcos Peña, el hombre de más confianza de Macri, había adelantado esa estrategia del miedo con una frase poco feliz: “No me cierra el escenario de que Cristina gane porque veo que hay una mayoría que quiere un cambio, y no veo una Argentina suicidándose y tirando todo este esfuerzo por la borda”.

Hablar de “volver al 2001” o de una “Argentina suicidándose” poco ayuda a cerrar los desencuentros y la grieta que tanto se criticó en los 12 años de kirchnerismo.

Los “ideólogos” del PRO (aunque no necesariamente de Cambiemos), complementaron esa estrategia del “miedo” con “buenas noticias” vinculadas, precisamente, a los problemas más acuciantes, como la inflación y la demora en la llegada de inversiones.

“Por suerte estamos bajando la inflación como nos habíamos comprometido”. “Empezaron a venir inversiones”. “Si no hay un país más maravilloso en el mundo que la Argentina”. “Tenemos cosas maravillosas para hacer”. “En el mundo ven como un milagro lo que hemos hecho en 18 meses. No pueden creer que hayamos hecho tantos cambios”. Palabras de Macri.

Tras la demora en la llegada de “la lluvia de dólares” prevista tras su triunfo del 2015, ahora el Presidente advierte que “el mundo quiere ver si estamos convencidos de lo que estamos haciendo”. O sea que los inversores que iban a llegar al país en diciembre del 2015 lo harían a fines de 2017, siempre y cuando gane Cambiemos y pierda Cristina.

Las postales de los últimos días, utilizadas políticamente por el kirchnerismo y el massismo, no ayudan a la Casa Rosada: El desalojo de la planta de Pepsico del jueves y las largas colas en los supermercados para aprovechar los descuentos del 50 por ciento ofrecidos por el Banco Provincia.

La “esperanza” de la sociedad en la que confía el gobierno compite con los efectos de la inflación, el desempleo y la pobreza.

El “optimismo” oficial se enfrenta a datos concretos. La inflación, que “siempre castiga a los que menos tienen”, como dijo Macri, se traduce, por ejemplo, en que casi el 60 por ciento de los menores de 17 años en toda la Argentina son pobres, como lo reveló el estudio de la Universidad Católica Argentina.
Deseos y realidades.

DyN.



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