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Opinión 25 de junio de 2017

Candidaturas a la carta

por Hugo E. Grimaldi

Aunque la Argentina de la política le haya puesto por estas horas un dramatismo inusual al cierre de las listas destinadas a entrar en unas PASO vaciadas de contenido, nada esencial se está jugando por estas horas bien febriles de parte de sus principales actores, salvo la pretensión constitucional de muchos de ellos de mantenerse en pie o de pertenecer al mundo de la dirigencia y de acomodar su futuro.

Resulta bien importante saber qué hará cada fuerza y qué menú de candidatos propone, sobre todo cuando son pesos pesados de la política, pero el tema no es el más importante hoy en la vida de los argentinos, al menos por estas horas. Seguramente, se exageró demasiado y por eso, durante los últimos días sobre todo, el ojo de los analistas se dedicó a hacer futurología y a construir un mundo tras cada eventual candidatura, sin tomar en cuenta que esta estación de mitad de año es apenas un tiempo de orejeo de las barajas en juego.

Tanta premura por realizar proyecciones ha dejado de lado las críticas que le caben al mundo de la política por no atender otras cuestiones más cotidianas, como son por estas horas la ola de inseguridad que crece a medida que se acercan las elecciones, el desfile de kirchneristas por Comodoro Py o seguir hasta el fin y caiga quien caiga, todos los hilos de la madeja del gravísimo caso de la Feria La Salada.

Para darle de comer a la decadente teoría que este predio existe bajo el mandato social de surtir de mercadería a los pobres, que “no la pueden comprar para sus hijos en los shoppings” y debido a las conexiones más que evidentes de quienes manejan los predios con la Justicia, la Policía y la política que, bajo protección arancelada, permitieron casi un Estado dentro de otro, durante años el poder le dado aire para surtir de mercadería a los puestos al trabajo esclavo, a la falsificación de marcas, al contrabando, a la acción de los piratas del asfalto, a la evasión impositiva y a otros delitos amparados en la impunidad del lugar, como la venta de drogas o de armas, sin contar con la apropiación del espacio público o los pagos que se exigían para ocuparlo o hasta para robar.

También se debe advertir que toda esta cruel coyuntura ha desplazado del centro de la atención las dos o tres cruciales situaciones de fondo que, de modo conjunto y de forma independiente a los cálculos electorales, el país necesita arreglar sí o sí entre todas las fuerzas políticas que decidan sumarse, tal como son una economía que continúa con respirador artificial, las carencias institucionales que nunca se enderezan o la necesidad de empujar un cambio cultural profundo más acorde al mundo de hoy.

Además, es cierto que se ha hecho de este fin de semana una maraña de teorizaciones, aunque para encontrar la exacta hora de la verdad de los tiempos que van corriendo en materia electoral hay que reparar que no se debe tomar como referencia válida el promocionado top de la medianoche entre sábado y domingo ni tampoco creer que el gong va a sonar el 13 de agosto, tras el recuento y las nuevas conjeturas que surgirán de las PASO.

Ocurre que este forzado turno electoral, que en estos tiempos de privaciones resulta ser, además, un duro golpe al bolsillo de los contribuyentes, esta vez será una encuesta más que trucha debido al apetito voraz que, con la excusa de la “unidad”, han mostrado por no competir casi todos los dirigentes. Y como responsables máximos de este dislate hay que poner en la línea de fuego a Cristina Fernández (su mentora del año 2009) y al propio Mauricio Macri, quien ya debería estar analizando cambios para 2019 que no impliquen dejar de lado las internas partidarias, pero sí que sean optativas y sin costo para el Estado.

Es de Perogrullo decirlo, pero además del dominó que representan las instancias previas de candidatos presentados durante este fin de semana, que hipócritamente en su mayor parte serán legitimados en las PASO, la verdad, la única real y verdadera, la de los porotos contados al final de la partida, surgirá tras el escrutinio del 22 de octubre cuando ya estén electos los senadores y diputados nacionales que poblarán el nuevo Congreso y se testee de verdad la gobernabilidad.

Este dato decisivo será el que recién entonces se deberá tener en cuenta no tanto por el número de las bancas que termine logrando cada fuerza política, ya que sustancialmente no cambiarán las mayorías, sino porque de allí en más se van a concretar los nuevos liderazgos y se sabrá si el presidente Macri podrá dialogar o no con la oposición parlamentaria y avanzar en leyes que le den cierta comodidad a sus dos últimos años de mandato.

Todas estas cuestiones no son para nada independientes de los candidatos que surjan en octubre. Hacia el futuro del país, nada será igual si el 10 de diciembre Cristina jura como diputada que si no logra entrar a la Cámara Alta como senadora y no consigue fueros. En ese instante, el propio peronismo sabrá si se ha terminado esta etapa de copamiento ideológico por parte de una facción o si declara su rendición. Tampoco será algo indiferente para el mundo de la política si Sergio Massa y Margarita Stolbizer llegan primeros o segundos en la elección bonaerense y consolidan su acción legislativa mirando hacia una estructura nacional en 2019 o si Cambiemos gana, aunque sea por décimas, la provincia que gobierna María Eugenia Vidal.

Un Congreso con fuerzas moderadas quizás le podría permitir a Macri entender que no sería malo para él tragarse el sapo de su conocida no preferencia por los acuerdos corporativos y avanzar con la oposición en pactos socioeconómicos y políticos de gobernabilidad que incluyan temas que las fuerzas que eventualmente podrían reemplazarlo en 2019 se comprometan a no vulnerar, para darle así envión a un círculo virtuoso de muchos años. Todo indica que con el kirchnerismo más radicalizado eso no será posible.

Justamente, la reaparición multitudinaria de Cristina el martes último al comando de Unidad Ciudadana, tras haber roto con el “pejotismo” para no competir con Florencio Randazzo por dentro de su estructura, le dio cierta razón a quienes dejaron de lado la estética de su acto en Arsenal y analizaron el fondo de sus palabras más allá del envase que ella quiso ponerle. Y entre estos, hubo muchos que se asustaron con su promoción de una gloriosa vuelta al pasado.

Esa tarde, mientras la gente la pedía con sus cánticos que fuese “senadora… Cristina senadora…” ella no dejaba traslucir pistas sobre su futura candidatura. Probablemente, por entonces no sabía que banca quería ocupar ya que, si tenía dudas políticas, eran más que lógicas: ¿y si Randazzo finalmente le raspa muchos votos peronistas y de su eventual techo de 35 por ciento retrocede a 28? ¿y si apunta a una senaduría y sale tercera y los tres cargos de la provincia de Buenos Aires van para Cambiemos y 1País (Frente Renovador más GEN), en el orden que sea? ¿sería su muerte política y quedaría más expuesta a la acción de la Justicia? Como diputada nacional, Cristina se aseguraría el manejo de un bloque de 60 ó 70 fieles, no perdería vigencia, estaría más tranquila respecto a Comodoro Py aunque se le reconocería alguna debilidad al ir por el carril más sencillo. Incógnitas que ya han sido saldadas.

Más allá de las cosas que han corrido por la cabeza de la ex presidenta, lo que no ha cambiado en ella son sus ganas de volver a imponer su receta. Es lícito siempre hacer todo tipo de especulaciones (y mucho más cuando el mercado financiero está de por medio, ya que es su razón de ser), pero de allí a atribuir a la política y a la retorno de Cristina a la escena, la postergación de Morgan Stanley con respecto a la calidad de país que es la Argentina para recibir inversiones internacionales, parece ser una simplificación que el Gobierno usó como excusa para justificar el traspié que, para algunos analistas del exterior, habría que endosárselo a dos carencias de su propio timing.

En primer lugar, quienes ven desde afuera la situación de la Argentina creen que no haber blanqueado la herencia kirchnerista a tiempo ha sido un error de tipo económico. No se refieren únicamente a todo el costo que representa la corrupción, que el Presidente explicitó recién a tres meses de su asunción, sino también a las características del modelo que Cristina quiere reimplantar. “Por culpa del propio Gobierno, le llaman ‘ajuste’ a lo que es una corrección necesaria de aquel mamarracho de (Axel) Kicillof”, le dijo a DyN un analista de mercados que tiene base en Wall Street y que no cree en la tesis del temor político al retorno de CFK.

En segundo término, algunos señalan que afuera aún no se comprende cabalmente la cuestión del gradualismo que el Gobierno abrazó con convicción, entendiendo que no se podía meter más el dedo en la llaga social. Allí, la biblioteca más ortodoxa sigue diciendo que a un primer dolor le hubiera seguido una recuperación más rápida y que el mejor momento para hacerlo hubiese sido “en el período de luna de miel que ya pasó”.

Por lo que fuere, lo cierto es que el momento económico no luce como el Gobierno hubiese querido para encarar las elecciones y que esta carencia lo obliga a apelar a cuestiones más clásicas de la política, como son las habituales promesas de campaña o el carisma de los candidatos. Más allá de sus históricos traspiés de ejecución y de comunicación en variados temas, lamentablemente para el oficialismo muchos de esas zanahorias se le han ido desgastando en el tiempo (segundo semestre, brotes verdes, baja inflacionaria, recuperación del salario, etc.) y hay otras que ahora parece que quedan a años luz (menor gasto público, reforma tributaria, creación sustentable de empleo de calidad, la casi imposible pobreza cero, etc.).

En cuanto a los postulantes de Cambiemos, todo indica que hay distritos donde no debería tener demasiados problemas, como en Mendoza, Santa Fe o Córdoba lugares donde, con sus matices locales, se llegó a una amalgama interesante con el radicalismo. Y mucho menos en la Capital Federal, donde Elisa Carrió hoy parece una topadora, aunque el herido Martín Lousteau podría complicarle la elección. Desde ya, que “la madre de todas las batallas” será en la provincia de Buenos Aires, donde Vidal tendrá que poner todo lo que vale su estrella para impulsar a los candidatos del Cambiemos.

Sin tanta economía de por medio, con algo de política más clásica y apelando a los beneficios de un cambio por llegar es la apuesta que el Gobierno está midiendo y no sabe aún si quiere encarar del todo, aunque si la cosa sigue así y le va bien en octubre, sería por primera vez en mucho tiempo que el ciudadano vote con otras convicciones que no sean las del bolsillo. “Eso sólo sería un triunfazo”, se imagina el operador en jefe de un ministro.

DyN.



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