Así es como se busca el camino. Como uno se lo traga por andar. Sin treguas, te espera a cualquier ángulo. Es el devenir de lo que tiene que ser, de lo que no puede sino avanzar. Lo intempestivo… y hacia ahí avanza, en el ángulo de una palabra que queda bien y suena fuerte; pero se cae al siguiente paso. El devenir es lento. Como la historia de una historia que se llama anécdota, o la anécdota de Estefanía, que ya sabemos que es toda una mentira. Pero avanza, se camina sola aún sin moverse, sin pensarse. Es el remolino de los ravioles que no podés dejar de comer porque tienen aceitunas y sabés que no vas a volver a tocarlos nunca más. Pero improvisás como el cartero o la dama sonrojada que le dice te quiero al más idiota de la escuela. Así es como se camina. Así es como caminan al lado de Enrique, con un auto nuevo cada año y un saco de tintorería cercana (siempre es la más cara). Pero un ejecutivo no busca precios.
Tampoco el del call center, que gana el doble que Enrique por hacer lo mismo. Pero Enrique tiene eso de ser Enrique. Un no sé qué de qué se yo que lo vuelve lento en ese andar en que el pasillo le devora las piernas y llegar al dispenser para que el parkinson le mate el vaso de agua es la peor exposición desde que se tropezó con el cable de la impresora y quedó expuesto ante Paolina, que ahora no lo quiere ver más porque ella es de esas que tiene tacos altos y le muestra al mundo lo que quieren ver de ella.
Y el camino de Enrique se llena de piedras y una es tan grande que hace que se detenga y comience a caminar para atrás y ver todo en retrospectiva, rebobinado, y a prestar atención a que en realidad estuvo yendo por cualquier lado, gastando plata y perdiendo tiempo, cuando en realidad debería haberse ido a tomar un café por ahí, al lado del supermercado, y conocer a Estefanía que parece menos tonta que Paolina, pero que es igual de hincha pelotas. Pero también es tarde para eso. Caminar para atrás también cuenta. Ya pasaron cuarenta años y Enrique tiene cuarenta.
“Te queda el segundo tiro”, le dijo Paolina, que tiene cinco años más y que si pierde la cordura o se vuelve senil quizá le dé bola a Enrique, que ahora decidió comenzar a vivir los segundos cuarenta años de su vida.
(*): www.paramatarlapoesia.com
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