La inclinación presidencial a prestarle atención a los vaivenes del sindicalismo peronista despierta simpatía entre los dirigentes aliados de las 62 Organizaciones y del Partido Fe, de Gerónimo Venegas, y un fuerte rechazo entre gremios vinculados con la CGT unificada. Pero frente a un peronismo dividido, y deseoso en su gran mayoría de no volver al sometimiento de un gobierno como el de Cristina Kirchner, no son pocos los gremialistas que caracterizan al Presidente como un admirador del desarrollismo.
En actividades como la petrolera y la automotriz (que desarrolló Juan Perón en su primer gobierno), Macri firmó, respectivamente, el nuevo convenio colectivo para la explotación no convencional en Vaca Muerta, y apoyó la aprobación de la ley de autopartes, que da un tope de fabricación nacional a los automóviles. Los gremialistas Guillermo Pereyra (Sindicato del Petróleo Privado de Río y Neuquén) y Ricardo Pignanelli (Smata) elogiaron fuertemente al Presidente. Ambos murmuraron que Macri parecía peronista.
Con una cuota de oportunismo electoral, el Presidente relacionó frases de Perón con el supuesto enamoramiento del fallecido líder con la productividad. Fue durante el acto del Día de los Trabajadores que le organizó Venegas en el microestadio de Ferro.
El gesto del Presidente se repitió días después durante la inauguración de un sanatorio del Smata, los mecánicos de Pignanelli, que jugó fuerte a favor del kirchnerismo y que ahora quiere la unidad del peronismo.
Nada fue casual ni improvisado para el Presidente. La productividad es un caballito de batalla que usa Macri con devoción para aplicarlo en su política económica y para modificar las relaciones laborales, para bien o para mal, que el gremialismo se resiste a transformar.
¿Pero qué opina el sindicalismo de estas aproximaciones del Presidente al mayor movimiento político del país? Los seguidores de Venegas y que integran Cambiemos sostienen la convicción desarrollista del mandatario, y de paso quieren dejarlo a salvo del neoliberalismo que le achacan.
Este es un juego donde Macri se siente cómodo frente a los sindicalistas, todos tan dogmáticos sobre la doctrina del peronismo. Muestra una faceta de Perón ligado a las políticas del desarrollismo hacia 1953 y finales de su interrumpido mandato de 1955. “No es que Mauricio se vaya a hacer peronista pero sí a Perón lo hace más desarrollista, y la síntesis es la justicia social”, arriesgó Juan Miguel Cacho García (de las 62 y Estaciones de Servicio del Interior)
Dentro del amplio espectro ideológico del peronismo todo puede ser posible. Por caso, muchos sindicalistas denostan a Carlos Menem (por neoliberal) y a Cristina Fernández de Kirchner (por ser de izquierda), dicen, y perdonan más a Néstor Kirchner por haber sido presidente del PJ. Todos fueron elegidos por distintas líneas del Justicialismo. Para los dirigentes de la CGT, no interesan las menciones que haga Macri de Perón. “La política económica del Gobierno profundiza la recesión y eso no es hacer peronismo”, resumen. En su mayoría, opinan que lo que transmite Macri es un símbolo de la precarización laboral más que una política desarrollista.
Los más enconados rivales ideológicos del Presidente dentro del trunvirato de conduccción sindical son el dragadista portuario Juan Carlos Schmid (moyanista) y el “Gordo” de Sanidad, el diputado Héctor Daer, devenido en defensor de la candidatura de Florencio Randazzo. Apoya esta postura el jefe de la UOM, Antonio Caló. En tanto, Hugo Moyano y Luis Barrionuevo mantienen una relación muy aceitada con el Gobierno y se quejan a través de Pablo Moyano y Carlos Acuña, respectivamente.
El secretario general de la Unión Obrera Ladrillera, Luis Cáceres, que integra la CGT y los movimientos sociales de la CTEP (Trabajadores de la Economía Popular), desestimó el intento de Macri por seducir a una porción del peronismo. “Sólo Venegas y dos o tres más del Partido Fe son los que lo siguen”, fue excéptico.
Lo cierto es que mientras la CGT volvió silenciosamente al diálogo con el Gobierno después de una movilización con escándalo el 7 de marzo y después de un exitoso paro nacional del 6 de abril, al Presidente le siguen dando resultados dos decisiones claves tomadas en 2016 respecto de las obras sociales y de los llamados movimientos sociales, y que nunca había adoptado ningún gobierno peronista. Así, a las obras sociales sindicales Macri les reintegró fondos por varios millones de pesos, que durante la década kirchnerista no fueron transferidos al Fondo Solidario de Redistribución (FSR), que administra la Superintendencia de Servicios de Salud que ahora conduce Luis Scervino. Cristina Kirchner condicionó al sindicalismo y no vaciló en congelar esos recursos de los trabajadores que correspondían a prestaciones de alta complejidad, en “un grave incumplimiento de las leyes de Obras Sociales y del Sistema de Seguro de Salud”, como dijo Scervino. A los movimientos sociales también se los asistió, ley de Emergencia Social mediante, con cifras millonarias de acá hasta 2019; entre otros beneficios.
Si del pasado se trata, a Macri no le resultó extraño el apoyo del Justicialismo. En septiembre de 2003 perdió la segunda vuelta electoral contra Aníbal Ibarra y entonces recibió el respaldo de una parte del PJ Capital que conducía el ex jefe de la SIDE, Miguel Angel Toma. En cambio, en junio de 2007 fue elegido por primera vez Jefe de Gobierno porteño derrotando al candidato kirchnerista Daniel Filmus. Peronista o desarrollista panperonista, algunos le atribuyen a Macri similitudes con ese movimiento. El hombre que más lo entiende es su ministro de Interior, Rogelio Frigerio, nieto del fundador del MID que lleva el mismo nombre. Alienta el futuro político del Presidente aunque sin cantar la marcha peronista ni que lo cautive el populismo. ¿Será así? Sindicalistas que lo apoyen no le van a faltar.
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