Mar del Plata, por siempre conmigo
Escribe Javier Faroni, Especial para LA CAPITAL
Javier Faroni a los 15 años junto a Carlos Calvo, el mentor de su carrera.
Mar del Plata me marcó para siempre. Sin haber nacido en la ciudad, pero conociéndola desde los 12 años cuando de un pueblo muy pequeño de Córdoba mi familia se mudó, la siento como propia.
Esta ciudad me dio todo. Me dio una familia. Me dio amigos. Me dio una profesión. Me dio la posibilidad de representarla. Pero lo más importante que me dio es haberla podido disfrutar en todos sus sentidos.
Para los que amamos esta ciudad, ya sabemos todas las bellezas que tiene. Para los que también amamos hacer teatro, no hay fórmula mejor. Amar a esta ciudad y poder hacer teatro acá, es una sensación muy difícil de explicar. No existe en el mundo una plaza teatral como Mar del Plata. No existe en el mundo un formato de teatro como el nuestro, donde tantas compañías se trasladan dos meses en verano para realizar sus proyectos. Cuesta que lo entiendan en cualquier parte del mundo. De hecho, muchos colegas del exterior que han venido en verano se quedan fascinados no sólo con la ciudad sino con lo que pasa con el teatro.
El encuentro con Carlín
A mí Mar del Plata me marcó para siempre desde que la pisé. Tuve la suerte, a los días de haber llegado, mientras caminaba con mi abuela Josefina por la rambla, de toparme con Carlín Calvo, a quien mi abuela saludó afectivamente ya que su programa favorito era El Rafa (que protagonizaba Carlos en ese momento).
Suerte porque ese encuentro en la puerta del Teatro Provincial determinó mi carrera. Jamás soñé con que esa noche nos invitara al teatro a verlo. Jamás soñé que le diría al de la boletería: “Yo quiero ver la obra desde atrás”, ni que ante mi ridícula pregunta le consultaran a Carlín y él contestara: “Sí que el nene venga atrás”.
Esa función -la primera en mi vida- la vi entre bambalinas. ¡Y yo que jamás había soñado que me enamoraría del Teatro! ¿Cómo no me iba a marcar para siempre esta ciudad?
Siempre en un teatro
A partir de allí, nunca más pude salir de un teatro. Al día siguiente pedí volver. Al otro, me mandaron a comprar una Coca Cola, al siguiente a comprar cigarrillos, al otro a contar la gente que había en la sala y así fui amando y aprendiendo mi profesión.
La lucha -por aquel entonces tenía 12 años- pasaba por saber hasta qué hora me podía quedar en el teatro. Las diez de la noche -como la protección al menor de la tele- era mi tope. Si al menos lograba quedarme hasta que arrancara la primera función, era motivo de festejo. Pero de a poco, Víctor y Elba entendieron lo que me estaba pasando con el teatro y que necesitaba quedarme hasta el final de la segunda función. ¿Qué más puedo decir? Fue un verano inolvidable. Toda una aventura.
El largo invierno
Después llegó marzo y el colegio Libertador me esperaba de nuevo. Fueron meses duros. Todo ese invierno esperé el próximo diciembre en que vendrían nuevamente las obras de Capital. Con ellas, mi esperanza de seguir ligado al teatro. Gracias a Dios, las inferiores de Kimberley y las tardes con los boleteros de los cines hicieron más corta la espera.
Por fin vino el próximo verano y yo ya tuve mi primer trabajo. Me iban a pagar por ser asistente de producción. Jamás hubiera imaginado algo así. Y lo que hice fue seguir aprendiendo, trabajando y haciendo la mejor facultad para un productor que es estar dentro de un teatro.
Claro está, era otra época del teatro. Maravillosa. Veranos de gloria vistos desde esta perspectiva actual. Inundados de teatros, figuras, obras y todas con doble función durante la semana. Temporadas largas, cenas de trasnoche y rituales de café en la confitería del Hermitage. Todo muy fascinante para mí pero muy difícil de explicar para un papá panadero y una mamá directora de colegio.
Mi primera obra
Ya a los 16 empecé a dividirme entre Mar del Plata y Buenos Aires para seguir avanzando con mi objetivo que -por ese entonces- ya era ser productor de teatro. Así fue empezando el recorrido. A los 20 en el Maipo, estrené mi primera obra y ya no pude parar más. Y desde ese entonces, continué todos los veranos con una, dos o diez obras pero siempre con las ganas de producir en mi ciudad. Pasaron muchos años y sin embargo sigo sintiendo esa misma felicidad y adrenalina cuando veo que en noviembre o diciembre, los teatros se empiezan a vestir con sus marquesinas para recibirnos.
Pasaron buenos años, otros para el olvido. Pasaron teatros y formatos de funciones. Pasaron comedias, revistas, dramas, musicales. Pasaron actores, bailarines, cantantes. Pasaron colegas. Pasaron premios y reconocimientos. Hay algo que no va a pasar nunca en mí. Es esa necesidad de estar pensado cuál es la próxima obra que traigo a Mar del Plata.
En muchas entrevistas me preguntaron siempre qué quería para mi carrera, cual era mi objetivo y siempre siento lo mismo. Lo que más quise y sigo queriendo es producir por años y años. No dejar de pensar cuál es el próximo estreno. No dejar de producir nunca en mi amada Mar del Plata, la ciudad que me marcó para siempre.
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