Américo Alvarez: “Hay muy pocos poetas”
Huía de los títulos pretensiosos. No quería que lo llamaran poeta. Buscaba ir al hueso de una idea. Murió a los 86 años, a finales de abril. Hacía varios años que no escribía. LA CAPITAL publica en estas páginas una selección de su obra, mucha de la cual puede leerse en el blog que lleva adelante su hijo. El recuerdo de amigos y poetas.
“Hay que dejar afuera todo lo que sobra… limpiar el ripio… si digo una piedra, ¿para qué decir que es pesada?… hay que decir una piedra, que el peso de la piedra lo imagine el lector”. La frase es de Américo Alvarez, el hombre que torneó la palabra con gusto y sabiduría durante buena parte de su vida, y que falleció el 19 de abril último, tras luchar varios días contra un accidente cerebro vascular que lo obligó a permanecer en el Hospital Interzonal General de Agudos.
Mar del Plata lo había adoptado como propio, como hace con tantos que nacieron en otros sitios y terminaron bajo el gentilicio de “marplatense”. Américo había nacido en Guaymallén, Mendoza, el 12 de octubre de 1930. Y desde el ’44 permanecía en estas costas.
Tornero exquisito de profesión, dedicó su vida al trabajo y desde allí, desde el lugar de trabajador y obrero miró el mundo. Sus textos y la manera de vivir la vida dan cuenta de ello. Se comprometió con los grandes dilemas de su tiempo, frecuentó la Biblioteca Juventud Moderna -polo del anarquismo y de las ideas libertarias-, el Centro Republicano Español y rebautizó a Mar del Plata como “MardelPan”. Ese fue el seudónimo con el que firmó varios versos.
“Obrero escribidor de versos”, así le gustaba que lo llamaran. Nada de títulos, nada de ceremoniosas palabras, aunque otros colegas reconocieran su enorme pluma. Abelardo Arias, María Wernicke, Juan Jacobo Bajarlía, Armando Tejada Gómez, Esteban Peicovich elogiaron públicamente su obra. Aunque el mismo municipio lo haya declarado Ciudadano Ilustre y varias entidades lo hayan premiado.
“Cuando venga alguien y te palmee la espalda y te diga que sos un gran poeta… decile que se vaya a la reputa madre que lo parió”, decía, de acuerdo a las frases que quedaron inmortalizadas en una entrevista que publica el blog unextrano.wordpress.com. En esa descripción se halla algo de su manera de enfrentar el mundillo literario: sin pelos en la lengua. “Uno no escribe poemas, escribe versos. Se han escrito muy pocos poemas porque hay muy pocos poetas”, dijo.
Entre sus publicaciones figuran los cuadernillos: “Grillo de la esperanza” (1963), “Las navegaciones y los afectos” (1967), la plaqueta “Poeta de Mar del Plata” (1971), “Elegía para una manos claras” (1971), el libro “Magnolia estricta” (1971), la plaqueta “Línea de Sutura” (1984) y su Antología Poética editada por la Municipalidad de General Pueyrredon (2001).
“Me gusta pensar que falleció porque dejó de escribir”, contó a LA CAPITAL su hijo, Nicolás Alvarez Lozzi. Y recordó que hacía unos cuantos años que no le daba forma a las palabras, acaso algo enojado con una vejez que se le presentaba indomable y que lo alejaba del hombre independiente que siempre fue. Es justamente Nicolás el encargado de reunir su enorme obra literaria, mucha de la cual puede leerse en el blog americoalvarez-poeta.blogspot.com.ar. Y además, el más chico de sus cuatro hijos -los tres primeros fruto de su pareja anterior- ya piensa en editar un libro póstumo con poemas inéditos. “Hay baúles de poemas de mi papá”, contó.
“No hay que escribir lo obvio -dijo-. No se puede vivir en la cima, la cima de la montaña está deshabitada… cuando llegaste a la cima de tu literatura lo único que resta es bajar y comenzar de nuevo… o morirte”. Murió, justamente, a los 86 años.
Poemas de Américo
Octubre es una ciudad
Octubre es una ciudad
Puede incendiarse de madera
Prenderse fuego
Pasar cosas como mi cumpleaños
Octubre tiene frío y verano
volcado sobre el hombre y el silencio
No lo espero
Llega
atando en el cielo alguna nube
Luego se compone
queda azul
parece él mismo
Qué ciudad su nombre
Las mañanas
tienen
sencillez de muchacha
Adhieren al olfato
Aman de pronto
Caminan con lejos ojos verdes
Octubre es el señor de primavera
Tiene la brisa esclava
sobre la fiesta tierna de los tallos
y el pecho enrojecido
porque en él cayó América.
En los relojes
En los relojes
duerme el trino de nadie
A la salida del olivo
Ay perros de la angustia
Del silencio
El corazón se volverá luna
en el huevo del pájaro suplente
Cuando al reloj lo llamen
un pájaro cantará
No importa el canto
sino el vidrio
donde guarda la inocencia
Allí
por los nombres
lo irá siguiendo el signo
del vuelo.
Abrazados
Abrazados
Líquido sol
Felino
Sudor frío
Sensación de lo hembra
El muro siente los pies enternecidos
fáciles al llanto de la humedad
Brújula por los cuatro costados
la intemperie
El verde tiempo ciñe
la emoción del ladrillo
Color del corazón
Su muleta lleva rengo al paisaje
que no quiere morir
Que duerme en el recuerdo
Abrazados manchan a la tarde
el ángulo del patio
donde anidó golondrina
Su canto
Roto cric
sumerge
en violines de viento la memoria
Con manos apagadas cubren lo que derrotan
en olvidado andén.
Qué día es de la semana
Qué día es de la semana
Del silencio
Qué día de mi hermano
de los anticonceptivos
De los que no serán
Qué día es para sentirse tuerto
en la llama
apagada del agua
Qué mes es hoy
en el ala que ha vuelto
para el secreto con olor a estuvo
Hoy costra de la desolación
Qué año se cumple en el tintero
En el pudor de la hortaliza
Qué día luz total del universo
festeja la piel en el costado
Qué aniversario de la zapatilla
ha traído hasta aquí su cumpleaños
Me baño y continúo negro
Estoy perplejo blanco
Enfermo amarillo
no me avergüenzo pelirrojo
Qué revisión daltónica del cosmos
cumple bodas terrestres con mi osario
Ay continuo reloj
Arena en marcha.
Aquí está el pañuelo
Aquí está el pañuelo
Roto sobre la piedra
Antiguo como el limo
Es la muralla donde los abuelos
alzaron la mejor esperanza
El pañuelo
comenzó en un pueblo
su maratón de tiempo
adonde hace muchos rostros que lloramos
Aquí está
amor del pueblo
Pagaré de la sangre
Piedad
Qué plomo
Qué palabra romántica de tierra
vendrá a disuadirnos con sus dientes
Ay relojes
Es hora de vuestras campanadas
Quiénes llaman?
Declaración jurada
En las orejas de mi bicicleta
una pena cerril pesa los años
Mide la antigua gota
que en la caverna ardió la estalactita
como una dentadura que ha mordido
Arriba de los pies cavilo
Llamo a alguna memoria
Desabrocho los peines
frente al espejo donde dudo
para saber cuánto lavé el rostro
y he quemado los rasgos
Y comprobé si el tiempo y su balanza
se acostaron conmigo
Si los fantasmas aún me pertenecen
o han huído
como reconoce la memoria
y están donde me aprieto el hambre
la cadena del gesto
El revólver del mar
Este ángel loco que conversa mi exilio
en el insomnio
Las patas arromadas
Rocinante frustrado
bicicleta
como único testigo del equilibrio
Dedo en llamas señalas
a qué caminos de esperar y tanto
Enumeremos cosas
no nos cansemos
Se pueden despertar nuestros domingos
y darnos a reir
por la parte de atrás
donde la vida parece que hace sombra
Es una falta de respeto bronce
Guárdate en la campana
para cuando el amigo venga prócer
y sea fiesta de guardar recuerdo.
Marta Porreta
A lo mejor la casa donde guardas
el callado lugar de los juguetes
tenga una sala exigua
y la que sueñas
sea a sol despeinado y monigote
Es mejor la aventura de frustrarse
con el sueño en los brazos
que pánico mañana en la vereda
con un trozo de pan en carne viva
estirando el silencio de una mano
en el tiempo
Escondido del fuego
Llama azul de colores
anclado a la cadena de tus cuadros
Dije del vuelo
cuando dios resiste
y hemos caído de ala
Llaman tus párpados
Vicuñan tristes ojos algo prócer
hasta de pronto una bengala
y sombra
Huye tu estatua a pasos
quieta
Ronda una ronda antigua
con sus niños
que están en tí y no han vuelto
No sé por qué coraje del absurdo
Se te nota
una madre escondida
Allí en las manos
No sé por cuántas formas
En qué pinceles
o alba en la penumbra
En tu cuerpo en el éxtasis
Ronda de negarse
Se te nota
en la pisada trémula de tules
Casi de mañana
Tarde.
Otros dicen de Américo
El espacio de lo cotidiano
por Guillermo López Geada
El trabajo, el amanecer, el atardecer y el día, la tierra, la navegación y la semilla son los medios por los cuales Américo pone la poesía en el mundo. Hasta dios entra en ello: “Vení mi dios/ dejá que te tutee/ ponete el traje de mi ropa”. La pena se circunscribe también en sus orillas. Pero de eso se trata decir, de que la distancia y el adiós también se figuren como posibilidades del mundo que Américo nos trae desde un patiecito, desde la casa paterna, desde el nacimiento de un hijo, desde la vida actuante. Su obra, como toda gran obra, tiene duración y no tiempo, tiene constancia pero no resultados, es prolongación y tránsito en un espacio. Y ese espacio es lo cotidiano, la puerta que se abre porque el hermano regresa. El lugar de encuentro es una recurrencia, no una interpelación foránea sino vital. La urgencia del otro es, en Américo, la propia emergencia.
En la dinámica de su obra, la dialéctica de lo universal y lo particular se invierte: lo universal pende del mundo. Y el género de la mundanidad está en el patio de la propia casa, debajo del pájaro que sostiene al árbol, “porque espero a Nico para inventar mis brazos”, ahí donde realmente transitamos. La obra de Américo nos convoca al juego interno del que estamos hechos. Es poesía en el mundo, la posibilidad auténtica de lo cotidiano, el nombramiento de aquellos intersticios en los que la poesía se abre para que el adiós sea una navegación y no naufragio. La obra de Américo remite, entonces, a aquellos lugares a los que no llegamos porque no podemos decirlos, a menos que, claro, transitemos sin tiempo la poesía de Américo.
Como se muere la muerte
por Marcela Predieri
“Hay recuerdos con caspa/atormentan los hombros”. Así el recuerdo de los poemas de Américo. Poesía que duele, que se carga como sombra esclava de esa voz que a la vez acariciaba y escupía, que parecía adelgazarse para acabar en estilete al ojo o a la médula… tal vez a los tímpanos sordos de quien ve una mujer descalza sobre la soga del hambre.
A veces uno eterniza el acto de la rosa, el acto del poema, el acto de una hoja doblada en ocho para decir menos, para decir más con versos escuetos sobre el borde filoso de una lágrima.
Duele, viejo… Duelen las partidas, las balas, los pájaros que se van con vos a dormir. Me pregunto con tus palabras: “dónde el freno/ la verdad del ahora es esta pesadilla/ que no alcanza a alcanzarme/. Y me respondo también con ellas: “No quiero sentir que sigo solo/ soy los ustedes// Si alguien no entiende que lo grite ahora// Palabras lana no nos sirven/ Sino sílabas de ácido”. Y la verdad es que el viejo se murió solo, que es como se muere la muerte. Por eso “hoy la tristeza me pidió la mano”.
A mi lado
por Mario Altamirano
Sus poemas siempre estuvieron a mi lado, desde hace más de 50 años, época en la que conocí “Magnolia Estricta”. Descubrí y me recreé en un mundo de versos distintos. En la oscilación metafísica y mágica del hombre perturbado y enamorado de la vida, cuyo pincel observaba y emitía reflexiones despiadadamente metafóricas. De increíble vuelo literario. Era la poesía. Américo no luchó con la poesía, luchó con la vida. Con su tortuoso vivir, así como en la tornería fue un maestro, con su poesía construyó un faro que no sólo mira al mar sino a los agitados emprendedores de un territorio minado de alarmas y dolor.
Pelafierro
por Dardo Festino
Américo Álvarez, además de su trabajo como poeta, tenía el oficio de tornero metalúrgico. A menudo nos poníamos a hablar de su tarea con los metales y me decía “Hermano, yo soy un pelafierro que de vez en cuando escribe versos”, casi de inmediato, una exactitud de centésimas de milímetro se imponía en la charla que pronto derivaba hacia la poesía. “No estamos torneando un eje perfecto, la poesía debe contener errores porque está presente el corazón del hombre”, decía. Me quedo con estos comentarios, pensando en que la obra de Américo es inmensa porque precisamente nos rescata de la imperfección para entregarnos a toda luz la belleza humana.
Mirada singular
por Graciela Barbero
Américo Álvarez, escribidor de versos, como se llamaba a sí mismo, siempre tuvo una mirada singular sobre la palabra escrita, que le permitió “deletrear la espera y la alegría”. El viento, los pájaros aleteaban entre sus recuerdos, la nostalgia y el “sosiego de ir aprendiendo a morir cada día”.
Su poesía cala hondo. En ella, la soledad se trepa a los barcos, “busca perros en el corazón/perdidos oradores del crepúsculo”, y Dios juega en la duda, en el duelo con ausencia, indiferente, “en la ropa del hombre Dios está gastado y posiblemente canceló su visita”.
Américo Álvarez predicaba: “No hay que escribir lo obvio”, por eso atropellaba los sentidos con palabras que hilvanaron mar, calles, nidos, pájaros, amigos; el amor y la muerte con un estilo poco convencional.
Ha cumplido su trabajo
por Daniel Luján
Jamás se me ocurriría llamarlo poeta, me hubiera puteado. Para mí Américo era la esencia clara de las palabras sencillas y convincentes. Tampoco se me ocurriría decirle adiós, ni siquiera hasta luego. Entiendo tampoco le gustarían las despedidas. Los adioses hacen desaparecer a la gente. Y él sigue estando acá. Porque la palabra trasciende al hueso. Su vida fue musicalmente poética, sus historias, sus manos francas, su empatía con el otro hacía más fácil el hecho de estrecharle mano y compartir una charla que era más que un discurso. Te daba cátedra de vida, de calle, de mundo.
Decía en sus versos: No te vayas amor/ Cuídame el vidrio/ La sonrisa/ La esquina donde te escondo nombre/ En medio de la vida espero/ Mira cómo se cansa la mirada/ Se envuelve la tormenta/ La niebla corta raíces de luz/ No te vayas.
No te vayas, no nos dejes sin versos. No abandones la poesía, le suplico al aire. Después suspiro largo y tendido, me siento a tomar un café sin decir una sola palabra. Hoy, tengo un nudo de palabras en el estómago que se disuelve simple en sus textos. Y me pongo a escribir lo que nunca a nadie le saldrá como a él. La puta, pienso. Este amigo ha cumplido su trabajo. Nunca ha escrito lo obvio. Nunca se irá.
Esquirlas de lucidez
por Clarisa Ollivier
En estos fragmentos, vida, en estas esquirlas de lucidez trabajadas bajo el sol de la noche, en estas breves teselas de soledad que no querían ser copiadas, está Américo Álvarez. Detrás, el pozo de sus ojos padeciendo “la sintaxis de la ola”. Esta voz de pan azul queda en nosotros para mitigar el hambre de los días.
“… cómo digo
sintigo del verano…”
“…lo importante
es venir a nacerse
y no a morir…”
“…la palabra
la única
de difícil silencio…”
“…un pedazo de tarde
cae desde tu rostro…”
“…sólo en ti eres secreto…”
“…escúchame temblar
como dos rosas ciegas
al fondo de la noche…”
“…y los colores quedan
oh día!
pastando el arco iris…”
“…un pájaro
en el vientre de los ojos…”
“…de celeste aserrín la vida sangra…”
Triste morirse por los ojos
por Núñez Arzuaga
Una tarde del verano 2009 nos recibió en su casa, para grabar una entrevista que publicamos en la Revista Poética. Durante un par de horas Américo habló, recitó, estalló en carcajadas e insultos policromáticos para completar un reportaje inolvidable. Rescato algunos fragmentos:
Le preguntamos: ¿La Poesía es la madre de todas las artes? “Eso quizás es un poco excesivo. A mí me da la impresión de que sí, es probable que sea la síntesis. Quizás en la síntesis esté imbricada la palabra… Mi padre decía que es doloroso y triste morirse por los ojos. Creo que hay un montón de materias que no las enseñan en los colegios, en las universidades, y me parece que tienen mucho que ver con el camino que uno intenta. Es una materia que no se puede rendir, que no se puede aprobar en ninguna parte, porque es algo que tiene que ver con creer en la vida”.
Hablábamos de la vida y por ende de la muerte. La relación de la poesía con la vida es evidente, pero ¿y la muerte? ¿la muerte es la nada o la trascendencia? “Creo que dependemos fundamentalmente de las estrellas, somos parte del cosmos, creo que somos cósmicos” aseveró Américo.
Sin embargo el poeta se enfrenta a cada instante con la angustia de la finitud.
“Te creés que lo de la muerte no me preocupa a mí” pregunta retóricamente y sigue “No sólo eso. Mirá el reloj. ¡Qué hacemos! A ver si te creés que estoy en el limbo… Tengo 78 años. Entré en esta historia gateando en una crisis del 30 y mirá en la que me voy a ir. Yo calculó que el saber que uno se muere es una medida para tener una razón de no ser un hijo de puta… No es una presunción, es un convencimiento que tengo”.
Quise saber quién era, más allá de la apariencia: “Qué me importa que digas Américo Álvarez, qué me va a importar si yo soy una incógnita inexorable frente a mí mismo”.
Ese Américo que describió tan bien su amiga María Wernicke: “Es mi amigo, el tornero / Una luz que camina en bicicleta / Un hombre sin consuelo, que consuela / Es necesario Américo / que vive / El que duerme en las piedras de la luna / El que despierta como las espigas / El único entre todos / El poeta”.
(*): Participaron en la elaboración de esta producción / homenaje Nicolás Alvarez Lozzi y Marcela Predieri.
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